¿Qué es la misericordia de Dios?
Mucha gente ha oído hablar de que Dios es Misericordioso, pero tal vez no sabe bien lo que eso significa.
Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.
“Misericordia” es una de las palabras más mencionadas en la Biblia. Por citar un ejemplo, sólo en el Salmo 136 se la nombra ¡26 veces! Mucha gente ha oído hablar de que Dios es Misericordioso, pero tal vez no sabe bien lo que eso significa.
Para empezar hay que definir: ‘misericordia’. Viene de dos palabras latinas: ‘miser’, miseria, y ‘cor’ o ‘cordis’, corazón. Significa poner el corazón en la miseria. Se refiere sobre todo a miseria espiritual, es decir, a los defectos, vicios y pecados.
Tener misericordia implica amar a la persona con todo y sus miserias, con aquello que no la hace digna de amor, con aquello que resulta difícil de amar, de soportar. Implica también compadecerse de ella, que no consiste en tenerle lástima, sino en ‘padecer con’ ella, hacer propio el sufrimiento que le causan sus miserias, sentirlo y lamentarlo, dejarse conmover y mover a hacer algo para ayudar.
Nosotros no solemos amar con misericordia, nos repugnan las miserias de los demás, cuando descubrimos los defectos y pecados de alguien, tendemos a apartarnos de esa persona. En cambio, Dios sí nos ama con misericordia. Nos ama aunque pequemos, aunque le fallemos, aunque estemos lejos de ser como Él quisiera y merece que seamos.
La misericordia de Dios es siempre comprensiva, paciente y clemente. Y nos da toda clase de ayudas para que podamos superar nuestras miserias.
Lamentablemente hay quienes tienen una idea distorsionada de la misericordia divina. Algunos creen que como Dios es Misericordioso, los librará de todo sufrimiento, problema, dificultad, peligro, etc. Y cuando les toca sufrir, se decepcionan y alejan de Él, pensando que no le importa lo que sufren. Ignoran que Jesús nunca prometió que no sufriríamos, pero sí que estaría con nosotros. En Su misericordia, Jesús no siempre nos libra de sufrir, pero siempre nos acompaña, se compadece y nos ayuda y sostiene.
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Otros creen que gracias a la misericordia divina todo se vale, pueden hacer lo que les dé la gana, desobedecerlo impunemente, cometer toda clase de pecados, pues al final, Dios todo les perdonará. Es verdad que puede perdonarlo todo, pero quienes viven pecando gravemente, corren el riesgo de acostumbrarse a vivir alejados de Él, de ya no querer ni pedir Su perdón, y si mueren así, Él no los obligará a salvarse, respetará su decisión.
Ejemplos de la misericordia de Dios en la Biblia
Para no caer en ninguno de esos dos extremos con relación a la misericordia de Dios, ayuda mucho buscar y leer en la Biblia, textos que muestran cómo Dios la anuncia, la promete y la pone en práctica, una y otra vez, en las más diversas circunstancias y con toda clase de personas.
Por ejemplo, resulta esperanzador para nosotros pecadores, ver que a pesar de que Jesús había expulsado de María Magdalena siete demonios (ver Lc 8, 2), su tenebroso ‘pasado’ no la descalificó, y el Señor Resucitado la eligió para ser Su testigo e ir a llevar la buena noticia de Su Resurrección a los discípulos (ver Jn 20, 11-18).
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Otro ejemplo: resulta conmovedor ver que luego que Pedro negó a Jesús tres veces (ver Mc 14, 66-72), Él le envió un recado especial, para que supiera que lo había perdonado y que lo esperaba, junto con los demás, en Galilea (ver Mc 16, 5-7), y no sólo no lo destituyó como la roca sobre la que fundó Su Iglesia, sino que, luego de darle oportunidad de expresar, ahora sí con humildad, su amor y adhesión a Él, lo confirmó como pastor de Su rebaño (ver Jn 21, 15-17). Y así también es con nosotros.
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Siempre es ‘borrón y cuenta nueva’ cuando volvemos a Él arrepentidos de haber caído.
Podríamos seguir y seguir proponiendo ejemplos, pero ojalá basten estos para animarte a encontrar otros y a gozarte en la certeza de que así como el Señor fue misericordioso en el pasado, lo sigue siendo con nosotros.
Ya sólo cabe por último mencionar que reflexionar sobre la misericordia divina no sólo debe movernos a alegrarnos de recibirla, sino sobre todo motivarnos a compartirla.
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