¿Para qué ir a la iglesia si puedo ver la Misa en casa?
Hay quien se pregunta '¿para qué ir a la iglesia?', pues se acostumbró a las Misas por internet. Olvidan que nada sustituye a Jesús-Eucaristía.
Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.
Las iglesias llevan ya meses abiertas tras haber sido cerradas debido a la pandemia, pero asisten pocos fieles. Al parecer la gente se acostumbró a quedarse en casa, o todavía tiene miedo al contagio, o ahora realiza una actividad dominical que ya no quiere dejar.
Quizá se pregunta: ‘¿para qué ir a la iglesia’?, responde según lo que le motivaba a ir y ya no lo considera suficiente motivación.
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Por ejemplo quien iba a la iglesia a oír la Palabra de Dios, tal vez descubrió que puede leerla en casa, incluso tomar un curso bíblico por internet.
Quien iba a la iglesia porque le gustaba cómo predicaba el padre, ahora lo ve en pantalla (con la ventaja de poder repetir lo que le guste y adelantar lo que no).
Quien iba a la iglesia porque disfrutaba el coro, puede escucharlo en redes sociales.
Quien iba a la iglesia buscando comunidad, puede reunirse en zoom con sus conocidos, y dejar fuera a los desconocidos.
Y si hay alguien que al leer esto exclame: ‘¡ajá!, ¡ya decía yo que no hay para qué ir a la iglesia!!’, cabe responderle: ‘¡no te adelantes!, no ha terminado la lista de razones, falta una, la más importante, la única que definitivamente no hay modo de sustituir o disfrutar quedándose en casa: la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.
El jueves festejamos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi), instituida por la Iglesia en el siglo XIII para celebrar que Jesús está realmente Presente, en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, en cada Hostia Consagrada.
Recordemos que en la Última Cena, cuando Él tomó el pan, lo bendijo y partió, dijo: “Éste es Mi Cuerpo”, y del vino dijo: “Ésta es Mi Sangre” (ver Mc 14, 22-24). Y en el capítulo 6 del Evangelio de san Juan, Jesús afirmó que hay que comer Su Carne y beber Su Sangre para tener vida eterna. Y no hablaba de manera figurada. Los que lo oyeron, tomaron Sus palabras al pie de la letra, se horrorizaron y se alejaron, y Jesús no les aclaró nada, no les dijo que lo habían malinterpretado, al contrario, insistió más en el tema (ver Jn 6, 35-66).
Tras la Consagración del pan y del vino, éstos ya no son pan ni vino. Conservan sólo su apariencia (santo Tomás de Aquino lo llamaba ‘el accidente’, es decir, el aspecto exterior), pero han sido transformados en Cuerpo y Sangre de Cristo (ha cambiado lo que santo Tomás llamaba la ‘sustancia’). Es lo que enseñó la Iglesia desde su inicio (ver 1Cor 11, 23-30, y textos de los primeros cristianos).
Sorprende que algunos cristianos que toman literalmente todo lo que dice la Biblia, sobre este tema digan que Jesús hablaba simbólicamente, y por eso ellos en sus iglesias recuerdan la Última Cena muy de vez en cuando, con cuadritos de pan y jugo de uva (y si sobra jugo lo regresan a la botella y al refri, y si sobra pan ¡se lo meriendan!).
¡Qué distinta la adoración y reverencia con que los católicos tratamos la Eucaristía! Al momento de la Consagración, la asamblea se arrodilla para adorar a Su Señor, que se hace presente en el altar. Comulga con devoción y queda gozosa de recibirlo en su interior. Lo que queda en el Cáliz lo consume el celebrante, y las Hostias son reservadas con todo respeto y cuidado en el Sagrario.
Hay quien se conforma con una ‘Comunión espiritual’, pero imaginar que se recibe el Cuerpo y Sangre de Cristo no equivale a recibirlo. Si lo fuera, bastaría que todos lo imaginemos, no habría necesidad de Misas ni de seminarios, ni de sacerdotes, ni de Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión que la lleven a quienes no pueden acudir al templo. Pero no es así. Jesús no pidió imaginarlo, sino comerlo y beberlo. Quien por alguna razón grave no puede recibir la Comunión, puede pedir al Señor que venga a su corazón y quedará muy consolado, sí, pero realmente no ha comulgado.
Recibir a Jesús verdaderamente Presente en la Eucaristía, encontrarse con Él de manera personal e íntima, no lo sustituye nada. Es la respuesta a la pregunta inicial: ‘¿para qué ir a la iglesia?’. Y es una razón irrefutable, irremplazable, fundamental.