San Agustín no suele ser considerado santo patrono de los jóvenes, pero de su vida y obra podemos aprender varias lecciones.
Aprovechando que este 28 de agosto la Iglesia celebra a este obispo y padre de la Iglesia, te presentamos qué podemos aprender de este gran santo.
San Agustín fue un incansable buscador de la verdad, y su búsqueda lo llevó a Dios. A él, que escribió: ‘Señor, nos creaste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti”, pidámosle por los jóvenes, que no se dejen influir por el relativismo de nuestra época, en el que cada quien quiere regirse por su propia ‘verdad’, sin importar si tiene o no razón o si hace bien o mal; que no se conformen con seguir la corriente del mundo, sino se atrevan a cuestionar lo que éste les propone, que sean inquietos buscadores de la verdad, pues ello los llevará, como san Agustín, a encontrar a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (ver Jn 14,6).
En estos tiempos en los que los medios de comunicación promueven la pornografía (por ejemplo en las series de TV es común que haya personajes que mencionen como lo más normal del mundo que ven pornografía, frecuentan prostitutas, recurren a toda clase de prácticas sexuales), muchos jóvenes han caído en una adicción al sexo de la que no se sienten capaces de salir.
Encomendémoslos a San Agustín, que en su juventud llevó una vida bastante desenfrenada y sabe lo difícil que es romper las ataduras de la lujuria (le pedía a Dios: ‘hazme casto, pero ¡todavía no!’). Que ruegue por ellos para que en Dios y en María encuentren, como halló él, la fuerza y el dominio propio.
Santa Mónica, su madre, sufrió mucho cuando san Agustín era joven, viéndolo tan alocado y tan lejos de su fe. Rezó y lloró mucho por él, y obtuvo la gracia de su conversión. Luego él lamentó haber hecho sufrir a su mamá, por lo que intercederá, comprensivo, por las mamás que le pidan que las ayude a orar a Dios por la conversión de sus hijos. Y de seguro rogará para que ésta se dé prontito, ya que él lamentó haber perdido tanto tiempo y haber tardado tanto en convertirse. Mira qué bellamente se lo expresó al Señor:
“¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba,
y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste.
Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no existirían.
Pero me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera.
Brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera.
Exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo.
Gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de Ti.
Me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti.” (San Agustín)
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