La música de Dios
En el corazón mismo de Dios está la música en la misma Palabra, está la Palabra pronunciada con música, creando los cielos y la tierra
YO QUISIERA QUE MARZO fuera el mes de la música; también abril y mayo (como la canción de las cerezas), y ya en curso que se anexen junio, julio y agosto para que tomando inercia crucemos septiembre y octubre (con su luna, la más hermosa), llegando así hasta noviembre y diciembre, para luego aterrizar en el inicio del año con música, música y más música… NO SOY ARQUEÓLOGO ni nada parecido pero alcanzo a sospechar que antes de pintar cavernas o construir pirámides, antes de idear recintos funerarios o alguna incipiente choza, los primeros humanos hicieron algo de música, tarareando, balbuceando, arrullando a sus críos o emitiendo algún murmullo mientras se desempiojaban unos a otros… LA ESCULTURA, LA DANZA, la literatura vendrían después; lo primero-primero fue algún ritmo elemental, fue imitar el sonido del corazón con un tambor, fue repetir los silbidos de pájaros para atraerlos y cazarlos, fue soplar una caña para luego hacerla flauta, fue batir las palmas de las manos acompañando con un chasquido bucal: ¡nació la música!… ¿ES AVENTURADO DECIR que uno de los primeros signos de socialización –que luego se convirtió en civilización- es la música?; seguramente alguien me dirá que antes de la música fue la palabra, y rápido diré yo que ¡sí!, pero la palabra cantada, la palabra con cierta entonación o modulación, la palabra que salió por la boca como sonido luego de haber nacido en la inteligencia y de haberse calentado con el corazón… EL EVANGELIO ESCRITO por san Juan, comienza diciendo que en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1, 1), y ten por cierto que lo que ahí se dice “Palabra” no es la emisión de un sonido sino la esencia misma de la inteligencia creadora, de la inteligencia que ilumina nuestras mentes, de la inteligencia que nos da el conocimiento; permíteme decirlo del siguiente modo: de la inteligencia divina que parió la Palabra pronunciada con la música de Dios… RECIBIRÉ A TODOS los teólogos y escrituristas, católicos y de cualquier otra confesión, antiguos y actuales, de avanzada o tradicionalistas, a todos juntos cuando me vengan a corregir o reclamar, cuando quieran enseñarme otra cosa diversa a lo que digo, pero no me echaré para atrás: en el corazón mismo de Dios está la música en la misma Palabra, está la Palabra pronunciada con música, creando los cielos y la tierra, la profundidad del mar y la belleza de la flor, todo cuanto existe… YO SÉ –AMABLE LECTOR– que si estás leyendo estas líneas es porque tu pensamiento no se ha quedado enano ni escuálido, es porque tu comprensión va más allá de la literalidad fría y seca de un legislador más vengador y justiciero que justo y honesto, y sé que aunque yo no logre explicarme del todo y claramente, estás leyendo esto como si fuera una música que te llega a la inteligencia y el corazón… DESDE MI ESCRITORIO veo que tú eres de los que saben que la música no se acaba en un danzón o un chachachá, que la música no es propiedad exclusiva de profesionales (¡gracias por su exquisita formación musical!), que la música auténtica y profunda es como el alma de cada cosa: rosa-música, nube-música, piedra-música, abeja-música, mamá-música… HAY UN ÚNICO LUGAR donde la música no tiene cabida, ahí sólo el llanto y la desesperación, únicamente la pena y el dolor sin fin, y no te apresures a pensar en un sitio que hemos pintado con fuego ardiente y monstruos fantásticos; el lugar al que me refiero es el corazón humano donde Dios no tiene lugar, donde nos cerramos total y neciamente a su amor… QUIERO IR CERRANDO mi aportación de hoy diciendo que la Cuaresma es oportunidad para volver a ponernos en sintonía con la música de Dios, que no es interpretada por violines y arpas celestiales, ni por grandes voces que nos elevan muy por encima de nuestros pesares; me refiero a la mejor música que Dios nos puede regalar: su perdón… CUANDO AQUEL HIJO que se largó para despilfarrar la herencia recapacitó y se decidió a volver a los brazos de su padre, ahí mismo comenzó su penitencia, su camino-de-regreso, y tal camino-de-regreso concluyó cuando escucho de los paternales labios la orden a su servidumbre: “¡traigan un vestido nuevo!, ¡maten el becerro gordo!”, cuando dio la razón de su alegría: “este hijo mío estaba perdido y lo hemos encontrado, estaba muerto y ha vuelto a vivir!”; ¿acaso hay mejor música de el perdón?…