¿Cristianos de oro o de oropel?
AYER: La predicación de los Apóstoles enfrentó adversidades, incluidas las persecuciones. Recibieron la misión de predicar el Reino de Dios, y -como servidora de dicho Reino- organizaron la Iglesia. Difícil imaginar cuál de tantos problemas y dificultades fue mayor. Con el paso del tiempo, constatamosque al interior de la Iglesia nunca han faltado querellas, abusos […]
AYER: La predicación de los Apóstoles enfrentó adversidades, incluidas las persecuciones. Recibieron la misión de predicar el Reino de Dios, y -como servidora de dicho Reino- organizaron la Iglesia. Difícil imaginar cuál de tantos problemas y dificultades fue mayor. Con el paso del tiempo, constatamos
que al interior de la Iglesia nunca han faltado querellas, abusos de poder, facciones políticas, ambiciones personales o de grupo: todo eso indica nuestra condición pecadora. Pero no hay que olvidar que -a pesar de nosotros mismos- es Dios mismo quien sostiene nuestro camino en la fe.
HOY: Duele constatar que a casi dos mil años de los acontecimientos centrales de la Redención, somos los mismos bautizados quienes hacemos sufrir al Cuerpo de Cristo. No acabamos de tener estructuras que con frecuencia enfrían el fervor, no terminamos de rechazar intentos de “mundanización” que tanto preocupan al Papa Francisco, nos enfrascamos en sectarismos y fariseísmos que desdicen el amor por Cristo, reducimos la celebración de la fe a fiestas paganizadas o borlotes populares, alentamos caminos de crecimiento en la fe más académicos que vivenciales, dejamos -en fin- a Dios como un objeto de lujo y ostentación que de compromiso y servicio. Somos poco cristianos y nos alejamos de Dios y de los más necesitados. Queremos a Cristo en una gloria de oropel y no en la cruz de la entrega.
SIEMPRE: Antes de que Judas llegara con la soldadesca a Getsemaní, Jesús había orado al Padre diciendo: “Te pido por ellos: están en el mundo pero no son del mundo.” Sus palabras son radiografía auténtica de lo que Él espera de nosotros. Hemos de alentarnos, pues, para seguir en constante crecimiento, en permanente conversión. Un cristiano que no se renueva y se levanta una y otra vez de sus miserias, no ha entendido ni su naturaleza ni su vocación. ¿Todavía piensas que el mal tiene la última palabra? ¿Te sigues
espantando ante nuestros males? Yo creo que siempre hemos de estar seguros que detrás de tremendos nubarrones sigue brillando el sol.
MÁS ARTÍCULOS DEL AUTOR:
Consigna vigente