ME ESTOY HACIENDO bolas con la siguiente pregunta: ¿es mayor nuestro deseo de que los niños sean como adultos, o de que los adultos sean como niños?; y la cuestión aparece en el contexto del próximo 2 de febrero, en que la costumbre y tradición casi nos obliga a vestir (que no a disfrazar) la imagen del Niño Jesús…
PONGÁMONOS UN POCO sensatos (pero brevemente) e imaginemos cómo fue que José y María llevaron vestido a aquel Infante al templo de Jerusalén, y la respuesta no va más allá de una clara sencillez: ¡pues entre pañales y cobijas!, que aquel Crío todavía no estaba como para vestimentas de un adulto…
MI REFLEXIÓN NO quiere complicarse con nimiedades ni ejecutar acrobacias alambicadas: sencillamente quiero ponerme sencillo como para que la luz del sentido común ilumine con mayor claridad nuestras tradiciones e impulse la convivencia doméstica por caminos más amenos…
PABLO DE TARSO, en su primera carta a los Corintios (13,11) pone el suelo parejo diciendo sin el menor tapujo: “Cuando era niño hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre dejé atrás las cosas de niño”, es decir, ni se adelantó a ser un adulto, ni se quedó como un perpetuo niño, sencillamente vivió cada etapa como Dios manda y la naturaleza permite…
ME ASOMO INERME a la práctica ordinaria de muuuuchos habitantes del planeta, y la visión casi resulta espeluznante: solemos pedir a los niños un comportamiento de adultos y hasta los disfrazamos (si, esa es la palabra que mejor ajusta) de adultos cuando todavía necesitan ropa infantil…
VENGA EL EJEMPLO constante en tantos ambientes familiares: apenas está cumpliendo tres años (en efecto, hacemos su presentación en el templo) y ponemos a la niña un adelanto de vestido de quinceañera que llegado el momento tampoco sabrá cómo moverse con él, o al niño lo enfundamos en un traje de etiqueta pingüinera o de gala militar, que más parece caricatura viviente que niño vestido de niño…
ESCUCHÉ LO QUE puedo llamar una “prédica laica” en la radio y transcribo de memoria: “Me parece una falta de respeto vestir la imagen del Niño Jesús de lo que sea”; por supuesto que el sano y atinado comentario venía porque además de bombero o futbolista, de médico, ángel o apache, de “sanjuditas” o “juandieguito”, ahora se pone el boga el COVID y por ahí sigue lo que de plano termina siendo caricatura de la costumbre deslavada…
PARECE MODA recurrente que no se respete lo respetable ni se delezne lo deleznable, como si por hipócrita cortesía debiera aplaudirse lo que no llega ni a opinión por ser juicio pasajero y como si debiera canonizarse lo grotesco sencillamente porque algún fulano sin autoridad real se pone delante de un micrófono o cámara con alcance público…
LUEGO DE HACERME bolas con la pregunta inicial, ahora se desenmaraña la madeja viendo que siempre nos hace falta poner cada cosa en su lugar, darle a cada etapa su propio ritmo y respetar los procesos y tiempos necesarios, de modo que lo que debe guardarse en el refrigerador sea ahí donde se ponga, o que la infancia sea momento de atención y cuidado familiar, que la adolescencia sea crecimiento en la socialización y consolidación del carácter, y que la edad adulta tenga su propio nivel de responsabilidad y productividad…
SI EL VERDE ES VERDE, y si el rojo es rojo, y si el amarillo es amarillo, pues no habría necesidad de andar justificando tonalidades ficticias de semáforos epidemiológicos devaluados por unos y otros, tampoco tendrían por qué suavizarse situaciones de alerta sesgadas por la conveniencia; ¡ah!, me estoy acordando que si papá daba permiso hasta las 9, debía yo llegar a las 9, no a las 9 con tolerancia, ni a las 9 con seis cuartos de hora más, ni a las 9 con un piquito que se hiciera prolongable…
CON PENA DIGO que yo mismo también soy víctima de mis propias mañas y constantemente me enredo en mis míseras vanidades, pero eso no justifica que pueda “normalizar” una falta o disculpar con soltura mis errores; y con serenidad también digo que -llegado el momento- debo y llego a ser comprensivo ante eventualidades insoslayables o ante la miseria humana que todos compartimos…
QUIERO TERMINAR esta columna rápido -ya el reloj cruzó sus manecillas más allá de la medianoche- recordando que Jesús “se vistió de nuestra carne” hasta llegar a la muerte en la cruz, pero no lo hizo con la finalidad de quedarse en nuestras miserables llagas, sino con claro objetivo de llevar nuestra condición humana hasta la gloria de su presencia, hasta la gloria de la resurrección…
Y SI AHORA NOS TOCA -como humanidad- vestirnos (¿o desnudarnos?) con todo lo que nos ha traído la pandemia, que no se nos olvide que nuestro destino no se agota en las comodidades y esquemas que ha ido dictando la comodidad y superficialidad -que nos marean con su frenesí-, sino que hemos de llegar a vestirnos con la luz de Jesús Resucitado…
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