Le dieron 95 años de prisión, su familia fue a despedirse de él para siempre, y ocurrió algo inesperado
Internos del Reclusorio Oriente montan una representación cada año con la que buscan transmitir la fe a sus compañeros.
Tan convencido está ahora de haber encontrado sentido a la vida en lo que hace dentro del Reclusorio Oriente, que tal parece que no pesa sobre él una condena de 95 años de prisión. Desde hace años, Luis Miguel Sánchez Ruiseco es el responsable de montar el Viacrucis dentro de este presidio cuando llega la Semana Santa.
Egresado de un Instituto de Bellas Artes en Hidalgo, Luis Miguel Sánchez trabajaba como maestro y director teatral, pero debido a un delito, del cual él se declara inocente, hace 20 años entró a prisión.
Llegó “peleado con Dios y con la vida”, explica a Desde la fe. Sin embargo, debido a su gusto por la actuación, deseaba participar en el Viacrucis. Pero cada vez que acudía a inscribirse, recibía por respuesta: “Usted no puede, porque no es católico”.
Un buen día –recuerda–, el capellán del reclusorio le preguntó directamente si quería montarlo. La invitación llegó en un momento clave: “Tenía unos meses que mi familia había venido a despedirse de mí para siempre. Me sentía abandonado”. Y aceptó la propuesta del sacerdote.
Narra que en aquellos días en que preparaba el montaje, una noche, en su dormitorio, ocurrió algo inexplicable: “Tenía en mis manos un rosario con un Cristo que me había regalado el sacerdote. Me llamó la atención que éste comenzó a brillar. Me le quedé viendo, y entonces empezó a correr por mi cabeza toda la película de mi vida. No podía dejar de llorar. Esa noche decidí bautizarme”.
El 2012 quedó marcado en su memoria como el año en que montó su primer Viacrucis dentro del reclusorio, y también el año en que se incorporó a la Iglesia de Cristo.
Aquel Viacrucis le dejó al maestro “veinte mil cosas”; pero sobre todo, le enseñó a no quejarse de lo que pudiera vivir en prisión: “Y así se lo hago ver a mis actores. Les digo que lo que sea que vivamos aquí no tiene la menor comparación con lo que Cristo sufrió. Les hago saber que somos privilegiados”.
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Durante los últimos años, Luis Miguel ha coordinado esta representación, y si de algo se siente orgulloso es del profesionalismo con que se realiza, pues ha logrado explotar su experiencia en artes escénicas. “La calidad del trabajo rebasa los estándares que vemos en otros reclusorios, incluso en parroquias”, considera.
Para llevar a cabo esta misión, él mismo escoge a la gente y la capacita. Por ejemplo, buscó entre la población a aquellos presos que tienen experiencia militar para que adiestren a los “soldados romanos”, de tal forma que éstos luzcan “gallardos e impresionantes”. Para instruir a Jesús, a los apóstoles y a todos los que participan en la representación, estudian la Biblia para que “sientan la escena”.
“Yo no presento apóstoles santificados. Para mí, ellos eran como tú, como yo, o como cualquier otro que pudiera estar aquí en la cárcel. No entendían qué hacían con Jesús, sólo lo seguían porque –como decimos aquí– ‘estaba chido el cotorreo’”.
Tampoco muestra a un Cristo “tímido, ese que se agacha, y a todo dice que sí”, sino al Cristo que realmente impulsó un cambio en la gente. “Al apóstol Pedro –continúa– le digo que tiene que lucir como son los pescadores: brusco, tosco, incluso agresivo, pero un poco bruto”. Luis Miguel asegura que el ser tan estricto en su trabajo ha hecho que el Viacrucis luzca.