San Esteban Diácono se convirtió en uno de los primeros mártires de la Iglesia católica al ser lapidado públicamente en Jerusalén. Este crimen tiene una relevancia especial porque fue contemplado por Saulo de Tarso antes de que se convirtiera al cristianismo.
La razón de su muerte, ocurrida hacia el año 34, es que Esteban se había enemistado con los fariseos de varias sinagogas a causa de sus predicaciones, milagros que realizó y su sólida fe en Cristo; por todas estas razones lo acusaron de blasfemo.
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El Libro de los Hechos de los Apóstoles (7, 54-58) refiere su martirio y afirma que “Esteban lleno del Espíritu Santo, miró al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios: Entonces dijo: -Miren Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la derecha de Dios. Pero ellos se taparon los oídos y dando fuertes gritos se lanzaron todos contra él. Lo sacaron de la ciudad y lo apedrearon, y los que le acusaban dejaron sus ropas al cuidado de un joven llamado Saulo”.
Esteban formaba parte de los siete diáconos de la primitiva Iglesia a quienes los apóstoles habían encargado “servir las mesas, para que ellos pudieran dedicarse a la oración y a la predicación”, así como para ayudar a las viudas de esa comunidad cristiana.
Antes de morir, Esteban pronunció un largo discurso citando a varios profetas, en donde destaca la siguiente frase: “Ustedes siempre han sido tercos y tienen oídos y corazón paganos. Siempre están en contra del Espíritu Santo. Son iguales a sus antepasados. ¿A cuál de los profetas no maltrataron los antepasados de ustedes? Ellos mataron a quienes habían hablado de la venida de aquel que es justo, y ahora que este justo ya ha venido, ustedes lo traicionaron y lo mataron. (Hechos 7; 51-53)” Sus palabras tuvieron especial efecto en Saulo cuando ya se había convertido en seguidor de Jesús.
El Libro de los Hechos también menciona que “a Esteban le recogieron algunos varones piadosos e hicieron sobre él un gran luto”, y en el año 415, un sacerdote llamado Luciano tuvo un sueño que le reveló que sus restos se encontraban en Beit Jimal. Tras buscarlos, sus reliquias fueron llevadas a la abadía de Hagia María el 26 de diciembre de aquel año, acontecimiento que marca la fecha de su fiesta litúrgica, y luego, en el año 439 fueron trasladadas a la Puerta de Damasco en la muralla de Jerusalén, donde se construyó una iglesia por orden de la emperatriz Elia Eudocia, pero esta fue demolida en el siglo XII.
Ya en el siglo XX, católicos franceses construyeron la Basílica de San Esteban, en Israel.
Durante el pontificado de Pelagio II (579-590), sus restos fueron llevados a Roma y el mártir fue sepultado en la Basílica de San Lorenzo Extramuros dedicada a su memoria, y su fiesta litúrgica quedó fijada el 26 de diciembre.
Él es representado con la palma del martirio, y con las vestiduras de los diáconos, así como con piedras a su entorno.
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