Sacerdote se salvó de ser degollado: una fuerza invisible detuvo la mano del verdugo
Conoce la historia del sacerdote que se salvó de ser asesinado gracias a una fuerza divina Un yihadista tomó su cabeza con la mano, sujetó su hombro con fuerza “y levantó el cuchillo” para degollarlo. Pero no pudo hacerlo, por lo que un instante de silencio después le increpó: “¿Quién eres tú?”. Tras decirle que […]
Conoce la historia del sacerdote que se salvó de ser asesinado gracias a una fuerza divina
Un yihadista tomó su cabeza con la mano, sujetó su hombro con fuerza “y levantó el cuchillo” para degollarlo. Pero no pudo hacerlo, por lo que un instante de silencio después le increpó: “¿Quién eres tú?”.
Tras decirle que era “un monje”, el verdugo le preguntó: “¿Por qué no puedo bajar el cuchillo? ¿Quién eres?”. El hombre no esperó respuesta del sacerdote. Sólo le dijo: “Padre, tú y todos vuelvan al coche”. Y ellos fueron hasta donde estaba el vehículo.
Una fuerza divina detuvo la mano de aquel que segundos antes le iba a arrebatar la vida.
El hecho ocurrió en julio de 2007 y se reseñó ampliamente en 2016. Lo cuenta su protagonista, el padre Abuna Nirwan, quien también admite: “Desde ese momento he dejado de tener miedo a la muerte. Sé que algún día moriré, pero ahora tengo más claro que será sólo cuando Dios quiera”.
¿Quién es el sacerdote franciscano que se salvó de morir?
De origen iraquí, Abuna se convirtió en sacerdote bajo vocación de la orden franciscana. Previo a su ordenación y su ingreso a la vida religiosa, había estudiado medicina, conocimientos de salud que le resultaron muy útiles en su posterior servicio a Dios y la Iglesia.
El monje realizó un viaje para Irak con el deseo de visitar a su familia. Acudió en un taxi contratado en la zona de frontera con Siria. Lo que sucedió después, lo contó él mismo, según cuenta el P. Santiago Quemada:
“En aquellos momentos no había posibilidad de ir en avión a ver a mi familia. Estaba prohibido. El medio de transporte era el automóvil. El plan era llegar a Bagdad y desde allí ir a Mosul, donde vivían mis padres. El chofer tenía miedo por la situación que se vivía en Irak”.
“Nos pidió una familia –padre y madre con una niña de dos años- si podían viajar con nosotros. El taxista me dijo que se lo habían preguntado y no puse ningún reparo. Eran musulmanes. El chofer era cristiano. Les dijo que había sitio en el coche, y podían ir con ellos”.
“Paramos en una gasolinera. Otro hombre joven, musulmán, nos pidió ir a Mosul. Como había sitio, también fue aceptado. La frontera entre Jordania e Irak no se abre hasta que no amanece la mañana. Cuando salió el sol, se abrió la barrera y unos cincuenta o sesenta coches salieron en fila avanzando lentamente todos juntos”.
“Seguimos con determinación el viaje. Después de más de una hora de coche llegamos a un lugar donde había una inspección. Preparamos los pasaportes. Nos detuvimos. El chofer dijo: tengo miedo de ese grupo”.
“Antes era un check point militar, pero los de una organización terrorista islámica mataron a los militares y se hicieron con el control del lugar. Cuando llegamos nos pidieron los pasaportes, y no nos hicieron bajar del coche”.
“Se llevaron los pasaportes a la oficina. Volvió la persona, se dirigió a mí y me dijo: Padre, vamos a seguir con la investigación. Pueden dirigirse hasta la oficina que hay más allá. Después ya es desierto. ‘Muy bien’, respondí; ‘si tenemos que ir, iremos’. Caminamos un cuarto de hora hasta llegar a la cabaña que nos indicaban”.
“Cuando llegamos a la cabaña salieron dos hombres con la cara cubierta. Uno llevaba una cámara en una mano y un cuchillo en la otra. El otro tenía barba y llevaba el Corán. Se acercaron a donde estábamos y uno de ellos me preguntó: Padre, ¿de dónde viene? Dije que de Jordania. Después le preguntó al chofer”.
“Luego fue al chico joven que venía con nosotros, le agarró por detrás con los brazos y lo mató con el cuchillo. Me ataron las manos a la espalda. Después me dijo: Padre, estamos grabando esto para Al-Yazira. ¿Quiere decir algunas palabras? Por favor, no más de un minuto. Yo dije: no, sólo quiero rezar. Me dejaron un minuto para rezar”.
“Después, me empujó desde el hombro hacia abajo hasta que me arrodillé, y dijo: tú eres clérigo, y está prohibido que tu sangre caiga al suelo porque sería un sacrilegio. Así que fue a coger un cubo, y volvió con él para degollarme”.
“No sé qué recé en ese momento. Sentí mucho miedo, y le dije a María Alphonsin: no debe ser por casualidad que te lleve conmigo. Si es menester que el Señor me lleve joven, estoy listo; pero si no, te pido que nadie más muera”.
“Cogió mi cabeza con su mano, me sujetó el hombro con fuerza, y levantó el cuchillo. Unos momentos de silencio, y de repente dijo: ¿quién eres tú? Yo contesté: un monje. Y contestó: ¿Y por qué no puedo bajar el cuchillo? ¿Quién eres? Y ya, sin dejarme contestar, me dijo: Padre, tú y todos volved al coche. Nos fuimos hasta donde estaba el vehículo”.
“Desde ese momento he dejado de tener miedo a la muerte. Sé que algún día moriré, pero ahora tengo más claro que será sólo cuando Dios quiera. Desde entonces no tengo miedo a nada ni a nadie. Lo que me suceda será porque es voluntad de Dios, y Él me dará la fuerza para acoger su cruz. Lo importante es tener fe. ¡Dios cuida a los que creen en Él!”.
La intercesión de una futura santa
El padre Nirwan había sido destinado a Tierra Santa. Y ocurrió que desde el Vaticano se aprobó el milagro de beatificación de la madre Maria-Alphonsine Danil Ghattas, quien fundó el instituto religioso de las Hermanas del Santo Rosario de Jerusalén, primera congregación religiosa de Palestina.
Desde la Santa Sede se ordenó realizar la exhumación del cadáver de la religiosa, lo que haría un médico designado por el obispo del lugar.
Sin embargo, le pidieron hacerlo al sacerdote en cuestión, a quien habían enviado a brindar servicio espiritual a las Hermanas Dominicas del Rosario, mismo que fundara la religiosa a la que harían la exhumación.
Como gesto de gratitud, en 2004 las religiosas le otorgaron a Abuna Nirwan una reliquia y un rosario que usaba la monja. Desde entonces, el padre siempre llevaba el rosario consigo.
De manera que cuando encargaron al franciscano la exhumación, la realizó con particular afecto, convencido de la intercesión de la religiosa en su salvación de aquel dramático suceso que fortaleció su fe.