¿Por qué el sábado es el día dedicado a la Virgen María?
Son muchas las razones válidas que dan fuerza a dedicar el sábado a la Virgen María. ¡Estas son las más aceptadas!
Sí, el sábado es reconocido como un día particularmente mariano. En efecto, es común que en los templos católicos se medite un rosario especial ese día de la semana, mientras que se observa a la Virgen María con notable afecto un sábado muy específico, el de Pascua, en la víspera de la resurrección: el Sábado Santo.
¿A qué se debe? Aunque los argumentos de diversos autores varían, son muchas las razones válidas que dan fuerza a esta hermosa tradición de la Iglesia. Los motivos más aceptados se pueden sintetizar en los que te explicamos aquí…
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El sábado fue para la Virgen María un día de dolor
Desde antiguo, la Iglesia ha elegido normalmente para recordar a los santos el aniversario de su martirio, si bien ello tiene algunas particularidades, pues se le denomina: “Dies natalis”, cuyo significado equivale a decir: día de cumpleaños, no día de la muerte.
Y es que lo que celebramos de los santos es su nacimiento a la vida, su nacimiento a la vida eterna.
En el caso de la inmaculada Virgen María, fue un sábado el que fungió para ella como día de martirio, un día de dolor, pues Jesús había muerto. Y tal como profetizó Simeón: “¡A ti misma una espada te atravesará el corazón!” (cf. Lc 2,35).
De hecho, junto a la cruz estaba María (cf. Jn 19, 25-27). Y “su dolor forma un todo con el de su Hijo. Es un dolor lleno de fe y de amor” (Benedicto XVI, 17/06/2006). “La Virgen en el Calvario participa en la fuerza salvífica del dolor de Cristo, uniendo su ‘sí’ al de su Hijo”.
El sábado es un puente entre el dolor y la resurrección
Cristo en la cruz derramó su sangre para librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y la muerte. Por ende, “se ha transformado de símbolo de muerte en símbolo por excelencia del Amor que vence el odio y la violencia, y engendra la vida inmortal”. (Benedicto XVI, Ángelus, 17 de septiembre de 2006).
En ese intermedio está la Madre de Dios, la “llena de gracia”, quien abundante en humildad y sencillez, guardaba y meditaba todo en su corazón. Así, forma el sábado un puente entre los días Viernes de Dolor y Domingo de Resurrección.
Al igual que la Virgen es un puente que conduce a su Hijo, el sábado dedicado a ella coincide con el puente entre la tristeza de estar sin Jesús y la enorme alegría de vivir con Él.
La Virgen María muestra una fe excepcional
Además, se reconoce la fe extraordinaria de quien permaneció absolutamente fiel en un momento de aparente derrota. Es Ella la primera en acoger, “y de modo perfecto, el misterio de la encarnación (cf. Redemptoris Mater, 13), con un itinerario de creyente que “empieza incluso antes del inicio de su maternidad divina, y se desarrolla y profundiza durante toda su experiencia terrenal”.
La fe de María, enseña Juan Pablo II (Audiencia, 22 de noviembre de 1995), “es una fe audaz que, en la anunciación, cree lo humanamente imposible, y, en Caná impulsa a Jesús a realizar su primer milagro provocando la manifestación de sus poderes mesiánicos”.
De igual manera, la Virgen educa a los cristianos “para que vivan la fe como un camino que compromete e implica, y que en todas las edades y situaciones de la vida requiere audacia y perseverancia constante”. Por último, destaca que “a la fe de María está unida su docilidad a la voluntad divina”, y el hecho de que “junto a los mártires agonizantes estará siempre la madre, que está en pie, junto a su cruz, para sostenerlos”.
El sábado, un día para pedirle a la Virgen María su intercesión
No en vano señala la liturgia que durante los sábados del tiempo ordinario, “cuando se permite la celebración de una memoria libre, se puede celebrar, con el mismo rito, la memoria libre de santa María”.
En la dedicación, bellamente se le dice: “Tú has engendrado, Virgen inmaculada, al que ha venido del cielo y has dado un Salvador al mundo; así nos ha sido devuelta la vida que habíamos perdido”. Hagamos nuestras las palabras que propone la Memoria de Santa María en Sábado para elevar nuestras súplicas al Salvador, “que quiso nacer de María Virgen”, y digámosle: “Que tu santa Madre, Señor, interceda por nosotros”.