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¿Por qué es importante nuestro nombre pronunciado en el bautismo?

Los mandamientos de la ley de Dios nos mandan a no tomar el nombre de Dios en vano, pues Él se reveló dándonoslo a conocer. Pero, la Iglesia también nos advierte que el nombre que recibimos durante nuestro bautismo “es sagrado”.

26 agosto, 2025
¿Por qué es importante nuestro nombre pronunciado en el bautismo?
El Bautismo en la Iglesia Católica.

El Bautismo es el sacramento con el que comienza la vida cristiana y una puerta que da acceso a los demás sacramentos de la Iglesia católica. Por medio de su gracia santificante, se nos limpia del pecado y pasamos de ser simples creaturas a ser regenerados como hijos de Dios; en efecto, nos convertimos en miembros de Cristo e incorporados a su Iglesia.

Por ello, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (numeral 1226), “desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: “Convertíos […] y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2,38).

Además, su huella es imborrable: “1280. El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto de la religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624)”.

Se nos da el nombre que llevaremos

De igual forma, en el sacramento del bautismo se nos da el nombre que llevaremos para siempre. Pero, como se suele realizar cuando somos bebés, lo habitual es que se nos llame como nuestros papás decidieron. Y ese es el nombre que el sacerdote pronuncia al derramar el agua sobre nuestra cabeza y realizar nuestro bautizo.

Ahora bien, sea durante la niñez o de adultos, nuestro nombre tiene una importancia crucial. Tanto que en el decálogo de los mandamientos, el segundo de ellos nos ordena a tener un respeto excepcional por el nombre de Dios, y veremos más adelante que también por el nuestro.

El Catecismo es claro: “El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas. (Numeral 2142)”.

En cuanto al porqué, también la Iglesia responde: “Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. ‘El nombre del Señor es santo’. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa. (numeral 2143)”.

Más adelante, se nos detalla además que el segundo mandamiento prohíbe abusar del nombre de Dios, lo que incluye “el uso inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos”. (cf CIC, 2146).

En el mismo orden de ideas, se explica que el sacramento del Bautismo es conferido “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor santifica al hombre, y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia

Igualmente, se nos recuerda que “Dios llama a cada uno por su nombre” y que “el nombre de todo hombre es sagrado” (cf 2158). Y la Iglesia va más allá al afirmar que “el nombre es la imagen de la persona” y “exige respeto en señal de la dignidad del que lo lleva”.

Dios nos reveló su nombre

El Catecismo de la Iglesia católica también señala que “Dios se reveló a su pueblo Israel dándole a conocer su Nombre” y detalla que “el nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida”.

Sí, la Iglesia afirma que “Dios tiene un nombre” y “no es una fuerza anónima”. Más aún, “comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente” (cf 203).

Es por esa razón que debemos un especial respeto a su nombre y también al que recibimos en el bautismo que nos da acceso a la vida cristiana y nos configura con Él.

Recordemos que “el nombre recibido es un nombre de eternidad. En el reino de Dios, el carácter misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios brillará a plena luz” (cf 2159).

Que esta hermosa enseñanza de la Iglesia nos invite a amar también nuestro nombre, el cual nos une directamente a Dios y por el que nos llamará. Que sea también una ocasión para recordar la profunda necesidad de honrar siempre su nombre… ¡y el nuestro!



Autor

Ingeniero Mecánico y periodista. Ex editor de medios católicos con rica experiencia en el desarrollo de contenido SEO, branding y manejo estratégico de plataformas digitales.