El proceso comienza con una Misa en la Basílica de San Pedro, seguida de una procesión solemne hacia la Capilla Sixtina. Foto: Especial
El Cónclave, proceso a través del cual se elige al Papa, es una de las ceremonias más herméticas y simbólicas del mundo, por lo que ha se ha visto envuelto por siglos de historia y tradiciones, pero también de mitos.
Durante un foro organizado por la Universidad Panamericana y la Oficina de Comunicación del Opus Dei, el padre José de Jesús Aguilar, sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México, ofreció una mirada detallada sobre este proceso que define el liderazgo de la Iglesia Católica.
Anteriormente, la elección de un Pontífice no era secreta. Era común que un Papa designara o su sucesor o que se elegieran por aclamación pública. Sin embargo, cuenta la tradición que en el siglo XIII, el pueblo encerró a los cardenales bajo llave para forzarlos a elegir a un Pontífice.
Hoy en día el “encierro” tiene otro propósito: evitar las distracciones y cualquier interferencia externa, especialmente política.
Antes del inicio del cónclave, los cardenales participan en congregaciones generales diarias donde se discuten detalles logísticos como los gastos, la fecha del inicio y el hospedaje. Todo se lleva con absoluta discreción. Las habitaciones se asignan por sorteo en la Casa de Santa Marta, donde vivía el Papa Francisco, y no se permiten privilegios jerárquicos entre los participantes.
Solo pueden votar los cardenales menores de 80 años, según una norma establecida por el Papa Pablo VI en 1970 y reafirmada por Juan Pablo II en 1996, quien explicó que no se debe sumar la carga de la elección papal a la edad avanzada.
El proceso comienza con una Misa en la Basílica de San Pedro, seguida de una procesión solemne hacia la Capilla Sixtina, donde se realiza la votación. Los cardenales juran mantener el más estricto secreto. Cada día pueden realizarse hasta cuatro votaciones (dos por la mañana y dos por la tarde). Si no se alcanza una decisión en tres días, se concede una jornada de descanso.
Durante la votación, cada cardenal escribe en una papeleta las palabras en latín “Elijo como Sumo Pontífice…” y el nombre del candidato, procurando usar una letra distinta a la habitual.
Tres urnas se utilizan: una para los votos, otra para los enfermos y una más para quemar las papeletas. La famosa fumata —negra si no hay papa, blanca si ha sido elegido— sigue siendo el medio oficial de anuncio al mundo, y desde 2005 se usan pigmentos especiales para evitar confusión.
Aunque actualmente se elige a cardenales, no es obligatorio. Incluso puede ser alguien externo al colegio cardenalicio, aunque esto no ha ocurrido en tiempos recientes.
Durante la Misa que da inicio al cónclave se recita el perfil que se espera del nuevo Papa. Este perfil se construye en reuniones previas, en las que los cardenales exponen las que consideran que son las necesidades y retos de la Iglesia.
Para elegir al Pontífice, los cardenales no deben dejarse llevar por simpatías o aversiones, ni por el favor, relaciones personales o presiones externas.
“(Deben guiarse) únicamente la gloria de Dios y el bien de la Iglesia, deben dar su voto a quien, incluso fuera del colegio cardenalicio, consideren más idóneo para regir con fruto y beneficio a la Iglesia Universal”, explica el padre José de Jesús Aguilar.
“Los cardenales toman en cuenta que el futuro Papa tenga salud; una fuerte espiritualidad con capacidad de animar, inspirar y transmitir esperanza; una visión global de la sociedad y ser capaz de estar por encima de ideologías. (…) y (debe) ser capaz de unir a personas con distintas sensibilidades”, agrega el padre.
Sí. Si un cardenal es el más votado, tiene la oportunidad de no aceptar el cargo a su conciencia. Si esto ocurre, se realiza una nueva votación. Sin embargo, como bien explica el padre José de Jesús, esto nunca se va a saber, pues los fieles solo nos enteramos después de que se elige al nuevo Papa.
El padre José de Jesús Aguiar describe tres principales tendencias a las que pueden pertenecer los cardenales:
Aunque históricamente algunos cónclaves duraron meses, los más recientes han sido rápidos: el de 2013, que eligió al Papa Francisco, duró apenas dos días.
Los últimos cinco cónclaves han durado menos de 5 días. Aun así, la estructura del proceso garantiza que se mantenga la reflexión profunda y el discernimiento espiritual como núcleo de la elección.
Como enfatizó el padre José de Jesús Aguilar, el cónclave no es una elección política. El aislamiento, la oración y la solemnidad del proceso están diseñados para que prevalezcan la voluntad de Dios y el bien de la Iglesia. Más allá de las especulaciones, el verdadero misterio del cónclave reside en su propósito: discernir, en silencio, al próximo pastor del rebaño de Cristo.
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