El P. Andrés Esteban López, miembro del Colegio de Exorcistas de la Arquidiócesis de México, es categórico al afirmar que los maleficios existen, y que se trata de una realidad espiritual, en la que se utilizan diversas materias y conjuros para invocar a determinada fuerza oculta, a la que se pide que actúe en contra de una víctima causándole algún tipo de daño.
En nuestro país -señala el P. Andrés Esteban-, además de los llamados “entierros” de personas, y la brujería con muñecos vudú, hay quienes realizan maleficios mediante el uso de alimentos, a los que, con fines mágicos, se les agregan previamente sustancias que simbolizan la muerte: ya sea tierra de panteón, huesos de muertos, sangre humana o de animales, o muchas otras cosas.
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El sacerdote exorcista señala que tanto la materia como los ritos empleados, por sí mismos, son del todo desproporcionados para los fines que se desean alcanzar.
“Las palabras rituales son simplemente palabras si son pronunciadas por charlatanes, los cuales abundan; y la materia no tiene ningún efecto si la víctima la consume, a menos que contenga un veneno”.
En cambio -explica el padre Andrés Esteban-, si el ritual lo realiza un brujo, o un verdadero operador de lo oculto; es decir, alguien que conozca bien su arte, que tenga un trato o pacto con los demonios, lo que se lleva a cabo es un conjuro, en el que se invoca una causa más allá de lo material: una fuerza esotérica a la que se le pide hacer eficaz un daño.
“A veces se invocan ídolos; por ejemplo, dentro de la santería, se llama a los distintos orishas o a la muerte para que hagan el maleficio. O bien se invoca a otro tipo de espíritus, o directamente a los demonios. Pero en todos los casos, la sutura del maleficio conlleva una petición al Espíritu Maligno para que realice el daño que se quiera alcanzar contra una persona”.
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Explica que el conjuro establece una relación de cooperación entre el brujo, el demonio al que se le pide hacer dicho daño y la persona que lo haya solicitado, una comunión que normalmente resulta en una “sujeción”; es decir, que tanto el brujo como la persona quedan bajo el dominio de esa fuerza maligna.
Así, asegura que el primer daño de un maleficio lo reciben las personas que lo llevan a cabo, y se trata de un daño gravísimo, pues cometen un pecado enorme, que rompe la comunión con Dios, y además quedan bajo la sujeción de esos espíritus a los que se les pide.
“En cuanto a la víctima -dice el sacerdote exorcista-, el conjuro generalmente no tiene ninguna eficacia en ella, ya que los demonios no pueden actuar por sí mismos con una libertad absoluta, como si tuvieran un poder ilimitado. Toda acción maligna extraordinaria está limitada por el poder y la providencia de Dios, en este caso por la ‘permisión divina’”.
Para que este maleficio pudiera hacerse eficaz en la víctima -refiere-, tendría que haber esta permisión divina; y en este caso la persona sí sufriría un daño por la acción extraordinaria del demonio, lo cual llega a ocurrir. “Pero si a veces Dios permite un daño a la persona, es con el fin de obtenerle un bien mayor”.
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En este sentido, el padre Andrés Esteban explica que, por la acción extraordinaria del demonio, la víctima de un maleficio tendría un sufrimiento temporal, condicionado por un tiempo concreto y limitado por el poder de Dios. Mientras que el bien mayor con frecuencia resulta ser el acercamiento de la persona a Dios, para la purificación y salvación de su alma.
El padre Andrés Esteban señala que normalmente Dios no permite que los maleficios afecten a las personas que viven bajo su amparo y resguardadas por su amor, a las personas que hacen de Él su defensa y protección, a las que se confiesan, comulgan y oran, a las que buscan hacer el Evangelio vida y construir su Reino.
“Esto nos lo aseguran las meditaciones asentadas por los Doctores de la Iglesia, y la experiencia de muchos padres exorcistas”, añadió.
Por tal motivo, el padre Andrés Esteban invita a todos los cristianos a vivir en paz y sin temor a ningún daño que pudiera venir de lo oculto.
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