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Mensaje completo del Papa Francisco en la Vigilia de la JMJ Lisboa 2023

Conoce qué dijo el Papa Francisco en su mensaje a los jóvenes en la Vigilia de oración de la JMJ Lisboa 2023 ¡Una bella reflexión!

POR  Tannya Jaime
7 agosto, 2023
Mensaje completo del Papa Francisco en la Vigilia de la JMJ Lisboa 2023
El Papa Francisco durante la JMJ Lisboa 2023. (Foto: Especial)
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Conoce qué dijo el Papa Francisco en su mensaje a los jóvenes en la Vigilia de oración de la JMJ Lisboa 2023 ¡Una bella reflexión del Santo Padre!

¿Cuál es el mensaje que dio el Papa Francisco en la Vigilia de la JMJ Lisboa 2023?

El Papa Francisco, el sábado 5 de agosto de 2023, presidió la Vigilia de oración de la Jornada Mundial de los Jóvenes (JMJ) Lisboa 2023, en la que envió un mensaje y alentó a los más de un millón de peregrinos asistentes a este magno evento de la Iglesia Católica a “caminar en esperanza, mirando nuestras raíces, sin miedo”.

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Discurso completo del Santo Padre en la JMJ Lisboa 2023

A continuación te presentamos el mensaje completo del Papa Francisco durante su participación en la Vigilia de oración en Lisboa. En éste el Santo Padre reflexiona sobre el lema de la JMJ Lisboa 2023: “María se levantó y partió sin demora” (Lc 1,39) ante las personas congregadas en la capital portuguesa.

Queridos hermanos y hermanas: Boa noite!

Qué alegría me da verlos. ¡Gracias por haber viajado, por haber caminado y por estar aquí! También la Virgen María tuvo que viajar para ver a Isabel: «partió y fue sin demora» (Lc 1,39), dice el Evangelio de esta JMJ. Uno se pregunta: ¿por qué María se levanta y va deprisa a ver a su prima?

Claro, acaba de enterarse de que está embarazada, pero ella también lo está. ¿Por qué entonces va a ir si el ángel no se lo pidió y tampoco Isabel? María realiza un gesto no pedido y no obligatorio simplemente porque ama, y «el que ama, vuela, corre y se alegra» (Imitación de Cristo, III, 5). María no espera, toma la iniciativa; va a ayudar a su prima, y sobre todo se apresura a llevarle lo más valioso: la alegría. Es misionera de la alegría y por eso tiene prisa. A ustedes les habrá tocado vivir algo tan hermoso que no pueden guardarlo sólo para sí; así también es la prisa buena de María, que impulsa a compartir el bien con los demás.

María se levanta y parte. Camina rápido, impulsada por las palabras que le dirigió el ángel: «¡Alégrate! […], el Señor está contigo. […] No temas» (Lc 1,28.30). Estas son las palabras que ella le lleva a Isabel. Qué hermoso es cuando alguien nos dice: “Yo estoy contigo, no tengas miedo”. María hizo esto: para compartir la belleza de Dios que está cerca, ella misma se hizo cercana. Amigos, si estamos aquí es porque alguien nos ha llevado la cercanía de Dios, alguien ha llamado a nuestra puerta no para pedirnos algo, sino por la necesidad desbordante de compartir la alegría del Señor. Pensemos, pues, en quienes han hecho brillar en nuestras vidas el sol del amor de Dios. Todos tenemos personas que han sido rayos de luz: padres y abuelos, sacerdotes, religiosas, catequistas, animadores, maestros; son las raíces de nuestra alegría.

Raíces de alegría. Cierren los ojos un momento e imaginen un árbol, un árbol grande y hermoso. ¿Cómo resiste ese árbol las tormentas y los vientos que lo sacuden, cómo se mantiene firme? Gracias a sus raíces. Es lo mismo para nosotros, las raíces nos dan la estabilidad que necesitamos. Son los manantiales escondidos del alma. Amigos, ¡hagámonos dignos de nuestras raíces, de quienes nos han dado la vida, la fe y el amor! Pensemos que también nosotros podemos ser raíces de alegría para los demás.

Pero me pregunto: ¿cómo podemos convertirnos en raíces de alegría? María nos lo descubre: ella cultiva la alegría en el camino. Nos dice que para apreciar y custodiar la alegría debemos aprender el arte de caminar. Esto requiere un ritmo cadencioso, regular, mientras que hoy vivimos de emociones rápidas, sensaciones momentáneas, instintos que duran instantes. No, la alegría no nace así, María nos enseña que se necesita la constancia en el caminar, la que ustedes han demostrado para llegar hasta aquí. Paso a paso se llega lejos. Los campeones deportivos, así como los músicos y los científicos, demuestran que los grandes logros no se alcanzan en un momento. ¡Cuánto entrenamiento hay detrás de un gol, cuánto trabajo detrás de una canción que emociona, cuánto estudio detrás de un descubrimiento importante!



Si esto es cierto para el deporte, la música y la investigación, lo es aún más para lo que es más importante, para el amor y la fe. Aquí, sin embargo, el riesgo es dejarlo todo a la improvisación; rezo si se me antoja, voy a misa cuando quiero, hago el bien si tengo ganas. En cambio, el secreto está en el camino, en el permanecer en un trayecto, día tras día, paso a paso, sobre las huellas ya marcadas por otros, juntos. Esto es importantísimo: juntos. El “hazlo tú mismo” en las grandes cosas no funciona, y por eso les digo: por favor, no se aíslen, busquen a los demás, vivan la experiencia de Dios juntos, sigan itinerarios de grupo sin cansarse. Quizá podrían decir: “Pero a mi alrededor todos van por su cuenta, con sus celulares, viendo series de televisión, pegados a las redes sociales y a los videojuegos”. Y tú ve contracorriente, sin miedo; toma la vida en tus manos, involúcrate; apaga la tele y abre el Evangelio; deja el celular y encuéntrate con la gente.

Me parece estar oyendo ya sus objeciones: “Es complicado, es difícil ir contracorriente”. Fijémonos en María. Los Evangelios nos dicen que ella camina mucho, sólo Jesús la aventaja en esto. Pero, ¿saben cuál es la constante de sus viajes? Que son prácticamente todos cuesta arriba: de Nazaret a la región montañosa de Isabel; luego, a Belén y Jerusalén; después al Calvario y, finalmente, al piso superior del Cenáculo. Ella camina cuesta arriba, porque sólo subiendo se llega a la cumbre. Por supuesto, para subir hay que luchar y se necesita un ritmo constante. Pero merece la pena. Así es cuando se va contracorriente: el trabajo duro y la perseverancia en el bien se ven premiados. Les habrá pasado de alcanzar la cima de una montaña después de una larga caminata, de mucha fatiga, pero luego tener ante sus ojos una vista fabulosa, que recompensa todos los esfuerzos hechos, mientras que por dentro uno se siente libre y en paz.

Lo mismo sucede cuando se camina en pos de Jesús. No todo es fácil y en bajada, porque Él es el Dios de la aventura, del éxodo, no de los paseos tranquilos. No es alguien que te da una palmadita en la espalda y se va, sino el Amigo verdadero que te acompaña y, caminando contigo, te ayuda a superar los miedos y te impulsa hacia la cima para la que fuiste hecho. Él te conoce, sabe lo que vales sabe que puedes lograrlo. “Pero yo ―dirás― no estoy a la altura; me percibo frágil, débil, caigo a menudo”. Cuando te sientas así, por favor, “cambia el enfoque”; no te mires con tus propios ojos, más bien piensa en la mirada de Dios. Cuando fracasas y te rindes, ¿qué hace Él? Está ahí, a tu lado, y te sonríe, dispuesto a tomarte de la mano con ternura. Nos lo ha contado don Antonio, pero, si quieres confirmación, abre el Evangelio y mira lo que hizo con Pedro, con María Magdalena, con Zaqueo y con tantos otros: hizo maravillas con sus fragilidades. Dios no se guarda nuestros errores para luego castigarnos, su amor no depende de nuestro comportamiento. Dios ―nos dijo Jesús― es Padre y, cuando caemos en el camino, Él ve a un hijo o a una hija que levantar, nunca a un malhechor que castigar. Él es fiel y cuenta con nosotros. ¡Confiemos en Él!

Amigos, me gustaría decirles otra cosa importante sobre el caminar. Aquí hemos vivido juntos días hermosos e intensos, pero cuando regresemos a casa, ¿cómo caminaremos, desde dónde empezaremos cada día? Dejémonos ayudar de nuevo por María, que se levanta y parte. Estos son los dos pasos para caminar cada día: levantarse y partir.

Primero: levantarse. Levantarse del suelo, porque estamos hechos para el Cielo; para estar en pie ante la vida, no sentados en el sofá. Levantarse de la tristeza para mirar hacia lo alto. Levantarse para responder a la belleza irresistible que somos. Levantarse, en pocas palabras, para recibirse como un don. Recibirse como un don, como un regalo, significa reconocer, en primer lugar, que somos regalos, hijos queridos y valiosos. Esto no es autoestima, sino realidad; es el punto de partida cotidiano. Es el primer paso que hay que dar por la mañana al levantarse: salir de la cama y recibirse como un don. ¿Cómo? Agradeciendo, dando gracias a Dios. Espera un poco antes de sumergirte en las cosas que tienes que hacer y tómate un momento para decirle: “Señor, gracias por mi vida. Señor, haz que ame la vida. Señor, tú eres mi vida”. Luego reza el Padrenuestro, donde la primera palabra es la clave de la alegría: dices “Padre” y te reconoces como hijo amado, como hija amada. Recuerda que para Dios no eres “un perfil”, sino un hijo, que tienes un Padre en el cielo y que, por tanto, eres hijo del cielo. Esta es nuestra fuerza, la que nos levanta de las caídas y nos pone en pie en las pruebas, como nos ha dicho Marta en su testimonio ¡Alcemos la mirada, mantengamos el corazón en alto!

Levantarse y luego, segundo paso, partir. Si la vida es un don, no puedo sino hacer de ella un don. Por lo tanto, si el primer movimiento fue recibirse a sí mismo como un regalo, el segundo es hacer de sí mismo un regalo. Amigos, aunque hoy todo parezca incierto, la precariedad que respiramos no puede ser una excusa para quedarnos inmóviles. No estamos en el mundo para buscar nuestra propia conveniencia, sino para incomodarnos saliendo al encuentro de quienes nos necesitan. Así es como nos encontramos a nosotros mismos. ¿Saben por qué a menudo nos perdemos en el camino? Porque nos quedamos orbitando alrededor de nosotros mismos. En cambio, quien sale de su órbita se encuentra a sí mismo, quien se gasta por los demás se gana a sí mismo, porque la vida sólo se posee dándola. Como María, que recibe un don de Dios e inmediatamente se hace don para Isabel. Pero si sólo giramos en torno a nuestro “yo”, a nuestras necesidades, a lo que nos falta, siempre nos encontraremos de nuevo en el punto de partida, quejándonos y con cara larga, tal vez con la idea de que todo el mundo está contra nosotros. ¡Cuántas veces somos presa de una tristeza inconsistente que quema nuestras mejores energías! No, no nos dejemos aprisionar por la soledad y paralizar por la melancolía, sino que vayamos hacia los demás. Dejemos de lado los “por qué” preguntándonos “por quién”: ¿por quién puedo hacer algo? ¿A quién puedo ofrecer mi tiempo, a quién puedo servir?

Piensen en esto: nuestro Padre creó todo para nosotros, pero nosotros, ¿para quién creamos algo hermoso? Vivimos inmersos en productos fabricados por el hombre, que nos hacen perder el asombro por la belleza que nos rodea; sin embargo, la creación nos invita a ser creadores de belleza, a crear algo que antes no existía. Sí, la vida exige ser entregada, no gestionada; salir de la dependencia de lo virtual y del mundo hipnótico de las redes sociales que anestesia el alma. Por eso, chicos, no sean profesionales del tecleo compulsivo, sino creadores de novedad. Una oración hecha con el corazón, una página que escribes, un sueño que realizas, un gesto de amor hacia alguien que no puede corresponderte: esto es crear, imitar el estilo con el que Dios creó el mundo. Es el estilo de la gratuidad, que te saca de la lógica nihilista del “hago para tener” y “trabajo para ganar”. Sean creativos con gratuidad, den vida a una sinfonía de gratuidad en un mundo que vive de ganancias. Sólo entonces serán revolucionarios. Vayan y entréguense, ¡sin miedo!

Joven que estás aquí, cansado porque has caminado mucho pero feliz porque has aligerado tu alma, con un sentimiento de libertad que no te dan las cosas, levántate: abre tu corazón a Dios, agradécele, abraza la belleza que eres; enamórate de tu vida y descubre cada día que eres amado. Y luego parte: sal, camina con los demás, busca al que está solo; dale color al mundo con tus pasos y pinta de Evangelio las calles de la vida. Levántate y camina. Escucha a Jesús que te dirige esta invitación. Él, a tantas personas a las que ayudó y curó, les decía precisamente: “Levántate y vete” (cf. Lc 17,19). Necesitamos que nos lo repita. Eso es lo que sucede ahora, en la adoración: miramos a Jesús y Él nos mira. En el silencio dejamos resonar su voz cálida y amable, que habla al corazón, consuela, anima, sana y envía. No es un encuentro intimista, sino la fuerza para levantarse y partir. El autor del Señor de los anillos, uno de los caminos más arriesgados de la historia, escribió a su hijo: «Pongo delante de ti lo que hay en la tierra digno de ser amado: el Bendito Sacramento […] En él hallarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino a todo lo que ames en la tierra» (J.R.R. TOLKIEN, Carta 43, marzo 1941). Ante la Eucaristía encontramos el camino, porque Jesús es el camino (cf. Jn 14,6). Renovemos esta noche nuestro encuentro con Jesús. Y digámosle: “Señor Jesús, te doy gracias y te sigo. Te amo y quiero caminar contigo”

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Autor

Lic. Ciencias de la Comunicación, egresada del Tec de Monterrey con una especialización en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. 

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