Resumen de la encíclica Dilexit Nos del Papa Francisco sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo
En su cuarta encíclica, el Papa Francisco promueve la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, presenta la riqueza de la misericordia divina y su dimensión trinitaria.
«Nos amó», dice san Pablo refiriéndose a Cristo (Rm 8,37), para ayudarnos a descubrir que de ese amor nada «podrá separarnos» (Rm 8,39). Con esta frase comienza la carta encíclica Dilexit nos (en latín: “Nos amó”), cuarta del papa Francisco, que está dedicada al “amor humano y al Sagrado Corazón de Jesucristo”.
El nuevo documento del pontífice está constituido por más de 32 mil palabras agrupadas en un preámbulo, cinco grandes capítulos y una conclusión, enfocados en el amor de Dios y en las condiciones humana y divina de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
En el texto se señala que “lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común”.
Se cuestiona la confianza en el dinero y el afán de “consumir y distraernos, presos de un sistema degradante”. En este aspecto, sostiene que “el amor de Cristo está fuera de ese engranaje perverso” y asegura que “sólo Él puede liberarnos de esa fiebre donde ya no hay lugar para un amor gratuito”. Agrega que “Él es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente”.
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Afirma que también la Iglesia lo necesita “para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica y alegra el corazón”.
Por último, reitera su confianza en el triunfo del amor de Dios, al asegurar que “allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto”.
Resumen de los cinco capítulos Dilexit Nos
Tras un breve preámbulo en el que se nos recuerda que gracias a Jesús “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4,16), el Papa profundiza a través de cinco capítulos:
- La importancia del corazón
- Gestos y palabras de amor
- Este es el corazón que tanto amó
- Amor que da de beber
- Amor por amor
Capítulo I: La importancia del corazón
En sus 31 secciones se advierte el riesgo de “convertirnos en consumistas insaciables” y en la necesidad de “recuperar la importancia del corazón”, entendido como “un núcleo.. que está detrás de toda apariencia… y de pensamientos superficiales”, uno que “nos suele indicar las verdaderas intenciones; y, en definitiva, la propia verdad desnuda”.
Advierte sobre los peligros de las mentiras y preguntarse por qué y para qué estoy en este mundo, “cómo querré valorar mi existencia cuando llegue a su final… quién soy frente a Dios”. Preguntas que, considera, nos llevan al corazón.
El Papa habla del corazón por ser donde se alberga “la fuente y la raíz” de sus convicciones, pasiones y elecciones. Y lamenta las sociedades “consumidoras seriales” a las que les “falta corazón”.
Denuncia un “mundo líquido” en el que priva la desvalorización del corazón, lo que devalúa “actuar con corazón”. Por ello, sugiere poner todas las acciones bajo el “dominio político” del corazón, de forma “que la agresividad y los deseos obsesivos se aquieten”.
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Advierte que en caso contrario no es posible un vínculo auténtico, “porque una relación que no se construya con el corazón es incapaz de superar la fragmentación del individualismo”.
El Papa también condena el narcisismo y la autorreferencia, en las que el otro desaparece del horizonte “y nos encerramos en nuestra mismidad, sin capacidad de relaciones sanas”. Pues, por consiguiente, “nos volvemos incapaces de acoger a Dios”.
Posteriormente, apela al Evangelio para referirse a “la mirada de María”, quien “miraba con el corazón”, capaz de dialogar con las experiencias atesoradas ponderándolas allí. Pero, deja claro que cuanto conservaba la Virgen “no era sólo ‘la escena’ que veía, sino también lo que no entendía todavía”.
También lamenta que “suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales”. Argumenta que es consecuencia de que la sociedad mundial esté perdiendo el corazón.
Posteriormente, menciona la teología de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, que “tiene por principio el affectus. Lo discursivo se construye sobre un querer fundamental —con toda la fuerza del corazón— que da potencia y recursos a la tarea de reorganizar la vida”.
Sostiene que “allí donde el filósofo detiene su pensamiento, el corazón creyente ama, adora, pide perdón y se ofrece a servir en el lugar que el Señor le da a elegir para que lo siga”.
También repasa los pensamientos de John Henry Newman, específicamente la lógica que hacía que para él, “el lugar del encuentro más hondo consigo mismo y con el Señor no fuera la lectura o la reflexión, sino el diálogo orante, de corazón a corazón, con Cristo vivo y presente… Por eso Newman encontraba en la Eucaristía el Corazón de Jesucristo vivo, capaz de liberar, de dar sentido a cada momento y de derramar la verdadera paz al ser humano”.
A continuación, señala que “el Corazón de Cristo es éxtasis, salida, donación y encuentro”, por lo que “en él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz… Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social”.
Pero señala que “no nos basta conocer el Evangelio ni cumplir mecánicamente lo que nos manda. Necesitamos el auxilio del amor divino. Y que el Corazón sagrado es el principio unificador de la realidad, porque «Cristo es el corazón del mundo; su Pascua de muerte y resurrección es el centro de la historia, que gracias a él es historia de salvación».
Por ello, el Papa le pide al Señor que “tenga compasión de esta tierra herida… Que derrame los tesoros de su luz y su amor para que nuestro mundo, que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón”.
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Capítulo II: Gestos y palabras de amor
El papa Francisco sostiene que en el Corazón de Cristo “está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas”. Y que Cristo “nos trata como suyos”, no porque seamos sus esclavos, sino porque propone “la pertenencia mutua de los amigos”. Ante la dificultad “nos susurra al oído: «Ten confianza» tras haber prometido: “No los dejaré huérfanos”.
En algunas ocasiones, las palabras de Jesús mostraban “un amor apasionado, que sufre por nosotros, se conmueve, se lamenta, y llega hasta las lágrimas. Es evidente que no le dejaban indiferente las preocupaciones y angustias comunes de las personas”, agrega el pontífice.
Por eso, san Pablo afirma: «Me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20), pues “esa era su mayor convicción, saberse amado. La entrega de Cristo en la cruz lo subyugaba, pero sólo tenía sentido porque había algo más grande todavía que esa entrega: «Me amó»”.
Capítulo III: Este es el corazón que tanto amó
En este apartado de la encíclica Dilexit Nos, el papa Francisco muestra la reflexión de la Iglesia sobre el misterio santo del Corazón del Señor. Sostiene que “la devoción al Corazón de Cristo no es el culto a un órgano separado de la persona de Jesús”.
“Lo que contemplamos y adoramos es a Jesucristo entero, el Hijo de Dios hecho hombre, representado en una imagen suya donde está destacado su corazón. En este caso se toma al corazón de carne como imagen o signo privilegiado del centro más íntimo del Hijo encarnado y de su amor a la vez divino y humano”.
“Nos relacionamos en la amistad y en la adoración con la persona de Cristo”, abunda, “atraídos por el amor que se representa en la imagen de su Corazón”. Y aclara que “veneramos esa imagen que lo representa, pero la adoración se dirige sólo a Cristo vivo, en su divinidad y en toda su humanidad, para dejarnos abrazar por su amor humano y divino”.
Considera que “nadie debería pensar que esta devoción nos pueda separar o distraer de Jesucristo y de su amor”; pues, de hecho, “ese Cristo con el corazón traspasado y ardiente, es el mismo que nació en Belén por amor”.
Agrega que la imagen de Cristo con su corazón “no es algo inventado en un escritorio o diseñado por un artista. Y recuerda que, “fuera de toda explicación científica, una mano colocada en el corazón de un amigo expresa un afecto especial”.
No obstante, el papa Francisco destaca la importancia de que el corazón no esté aislado, sino que “sea parte de una imagen de Jesucristo… Se comprende así por qué la Iglesia haya prohibido que se coloquen sobre el altar representaciones del solo corazón de Jesús o de María”. Pues, “la imagen del corazón debe referirnos a la totalidad de Jesucristo en su centro unificador”.
De igual modo, el Papa hace énfasis en que “mientras la Eucaristía es presencia real que se adora, en este caso se trata sólo de una imagen que, aunque esté bendecida, nos invita a ir más allá de ella, nos orienta a elevar nuestro propio corazón al de Cristo vivo y unirlo a él”.
A continuación cita a los Padres de la Iglesia y las reflexiones de varios santos, entre ellos a san Juan Damasceno, quien “consideraba que esta experiencia afectiva real de Cristo en su humanidad es muestra de que asumió íntegra y no parcialmente nuestra naturaleza, para redimirla y transformarla entera”.
Señala que, sin embargo, “tampoco nos quedamos sólo en sus sentimientos humanos, por más bellos y conmovedores que sean, porque contemplando el Corazón de Cristo reconocemos cómo en sus sentimientos nobles y sanos, en su ternura, en el temblor de su cariño humano, se manifiesta toda la verdad de su amor divino e infinito”.
En opinión del Papa, “hay un triple amor que se contiene y nos deslumbra en la imagen del Corazón del Señor. Ante todo, el amor divino infinito que encontramos en Cristo. Pero además pensamos en la dimensión espiritual de la humanidad del Señor. Desde ese punto de vista, el corazón «es símbolo de la ardentísima caridad que, infundida en su alma, constituye la preciosa dote de su voluntad humana». Finalmente «es símbolo de su amor sensible».
Estos tres amores no son capacidades separadas, que funcionan de un modo paralelo o sin conexiones, sino que actúan y se expresan juntos y en un constante flujo de vida: « A la luz de la fe —por la cual creemos que en la Persona de Cristo están unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina— nuestra mente se torna idónea para concebir los estrechísimos vínculos que existen entre el amor sensible del corazón físico de Jesús y su doble amor espiritual, el humano y el divino».
Por eso, entrando en el Corazón de Cristo, nos sentimos amados por un corazón humano, lleno de afectos y sentimientos como los nuestros. Su voluntad humana quiere libremente amarnos y ese querer espiritual está plenamente iluminado por la gracia y la caridad”.
El Papa asegura que la devoción al Corazón de Jesús es “marcadamente cristológica” y una contemplación directa de Cristo que invita a la unión con él. Pero deja claro que “Jesús se presenta como camino para ir al Padre”, quien, “en último término, como plenitud fontal, debe ser glorificado”.
El pontífice recuerda pasajes bíblicos en los que el Hijo se hizo hombre y “pasaba noches enteras comunicándose con el Padre amado (cf. Lc 6,12)”. Tampoco olvida a la tercera persona de la Santísima Trinidad: “El Espíritu Santo colma el Corazón de Cristo y arde en él. Porque, como decía san Juan Pablo II, el Corazón de Cristo es «la obra maestra del Espíritu Santo»”.
Menciona que en los últimos siglos esta espiritualidad fue tomando forma como un verdadero culto al Corazón del Señor. Hace recuento de predecesores como León XIII y Pío XII, quien sostuvo que “el culto al Sagrado Corazón expresa de modo excelente, como una sublime síntesis, nuestro culto a Jesucristo”.
También pone la mirada en Juan Pablo II, quien presentó la devoción “como una respuesta ante el crecimiento de formas rigoristas y desencarnadas de espiritualidad que olvidaban la misericordia del Señor, pero, al mismo tiempo, como un llamado actual ante un mundo que pretende construirse sin Dios”.
De igual forma, deja claro que si bien la “devoción al Corazón de Cristo es algo esencial a la propia vida cristiana en la medida en que significa nuestra apertura, llena de fe y de adoración, ante el misterio del amor divino y humano del Señor”… “las manifestaciones narradas por algunos santos… no son algo que los creyentes estén obligados a creer como si fuera Palabra de Dios”. Deben entenderse como “bellos estímulos que pueden motivar y hacer mucho bien, aunque nadie debe sentirse forzado a seguirlos”.
En otro contexto, el Papa hace alusión al gran provecho de tradiciones que en sus orígenes fueron rechazadas por algunos con variados motivos. Al respecto, cita la comunión de los primeros viernes y la hora de adoración eucarística de los jueves.
Tras repasar el jansenismo y cómo muchos jansenistas “miraban con desprecio todo lo que fuera humano, afectivo, corpóreo, y en definitiva entendían que esta devoción nos alejaba de la purísima adoración al Dios altísimo”, sostiene que ahora, “más que al jansenismo, nos enfrentamos a un fuerte avance de la secularización que pretende un mundo libre de Dios”.
Igualmente, el papa Francisco advierte que “dentro de la Iglesia renació con nuevos rostros el dañino dualismo jansenista. Ha tomado renovada fuerza en las últimas décadas, pero es una manifestación de aquel gnosticismo que ya dañaba la espiritualidad en los primeros siglos de la fe cristiana… Por esta razón vuelvo la mirada al Corazón de Cristo e invito a renovar su devoción”.
Lo propone también como una respuesta a otro dualismo: “El de comunidades y pastores concentrados sólo en actividades externas, reformas estructurales vacías de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, reflexiones secularizadas”. Opina que es “otra forma de engañoso trascendentalismo” desencarnado.
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Capítulo IV: Amor que da de beber
El Papa sostiene que los primeros cristianos veían cumplida la promesa divina en el costado abierto de Cristo, “fuente de donde mana la vida nueva”. Señala que contemplamos su costado abierto, de donde brotó el agua del Espíritu. Y observa que en el día solemne de la fiesta de las Tiendas (Jn 7,37), Jesús gritó: «El que tenga sed, venga a mí; y beba […] de su seno brotarán manantiales de agua viva» (Jn 7,37-38). Para ello debía llegar su “hora”, porque Jesús «aún no había sido glorificado» (Jn 7,39). Todo se cumplió en la fuente desbordante de la Cruz.
Indica que el costado traspasado es al mismo tiempo la sede del amor, un amor que Dios declaró a su pueblo con muchas palabras diferentes, que en el Corazón traspasado de Cristo “se concentran escritas en carne todas las expresiones de amor de las Escrituras”, y que “no es un amor que simplemente se declara”, sino “manantial de vida para los amados”.
También sostiene que San Agustín abrió el camino a la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor. Mientras que San Bernardo consideró el costado traspasado como “revelación y donación del amor de su Corazón”. De su lado, San Buenaventura lo presenta como fuente de los sacramentos y de la gracia, al tiempo que propone que tal contemplación “se convierta en relación de amigos” y “encuentro personal de amor”.
No obstante, el Papa destaca que no se busca una emanación neoplatónica, sino una “relación directa con Cristo, habitando en su Corazón”. Y recuerda que a lo largo de la historia el culto al Corazón de Cristo no se manifestó de idéntica manera.
Menciona, por ejemplo, a los monjes cartujos, quienes “encontraron en la devoción al Sagrado Corazón un camino para llenar de afecto y cercanía su relación con Jesucristo”. Así mismo, habla de Santa Catalina de Siena, quien escribió que “el Corazón abierto de Cristo es para nosotros la posibilidad de un encuentro actual y personal con tanto amor”.
En tal sentido, la devoción al Corazón de Cristo trascendió progresivamente la vida monástica, y colmó la espiritualidad de santos maestros, predicadores y fundadores de congregaciones religiosas que la difundieron en los más remotos lugares de la tierra.
Considera de interés la iniciativa de san Juan Eudes, quien en Rennes logró que el obispo aprobara en su Diócesis la celebración de la fiesta del Corazón adorable de Nuestro Señor Jesucristo, la primera vez que en la Iglesia se autorizó esa fiesta oficialmente.
En cuanto a tiempos modernos, destacó el aporte de san Francisco de Sales, para quien la devoción al Corazón abierto de Cristo “estaba lejos de convertirse en una forma de superstición”.
Luego, el Papa hace énfasis en el intenso reconocimiento del amor de Jesucristo que transmitió santa Margarita María. Pero, aclara que ello no obliga a aceptar o asumir todos los detalles de su propuesta espiritual. En cambio, considera crucial el núcleo del mensaje en las palabras de la santa: “He ahí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor”.
De hecho, “si bien algunas de las expresiones de santa Margarita, mal entendidas, podían dar lugar a confiar demasiado en los propios sacrificios y ofrendas, san Claudio de La Colombière -quien se convertiría en su defensor- evidencia que la contemplación del Corazón de Cristo, si es auténtica, no provoca una complacencia en uno mismo… sino un indescriptible abandono en Cristo”.
El Papa no se ahorra fundamentación histórica: repasa reflexiones de san Carlos de Foucauld y santa Teresa del Niño Jesús, quienes aportan elementos de la devoción al Corazón de Cristo que la hacen más fiel al Evangelio.
También menciona a la Compañía de Jesús, que propuso un “conocimiento interno del Señor […] para que más le ame y le siga”. Recuerda que San Ignacio invita en sus Ejercicios espirituales a situarse frente al Evangelio, enfocado en un Jesús herido en cuyo Corazón debe entrar el ejercitante.
No en vano, “San Ignacio finaliza las contemplaciones al pie del Crucificado”, mientras que “el itinerario de los Ejercicios culmina en la “Contemplación para alcanzar Amor”, de la que brota el agradecimiento.
Posteriormente, sostiene que “la devoción al Corazón de Cristo reaparece en el camino espiritual de santos muy diferentes entre sí y en cada uno adquiere nuevos aspectos”, y advierte sobre “la tentación de considerar este misterio de amor como un hecho del pasado”.
Recuerda también las experiencias de santa Faustina Kowalska “que reproponen la devoción al Corazón de Cristo con un fuerte acento en la vida gloriosa del Resucitado y en la misericordia divina”. Luego, lo presenta como “la devoción del consuelo”.
Al respecto, indica que “la herida del costado, de donde brota el agua viva, sigue abierta en el Resucitado. Esa gran herida producida por la lanza, y las llagas de la corona de espinas que suelen aparecer en las representaciones del Sagrado Corazón, son inseparables de esta devoción. Porque en ella se contempla el amor de Jesucristo que fue capaz de entregarse hasta el fin”.
Después, repasa las enseñanzas del papa Pío XI, quien invitó a reconocer que “el misterio de la redención por la pasión de Cristo salta por la gracia de Dios todas las distancias del tiempo y del espacio”.
Francisco sostiene que el Evangelio, en sus distintos aspectos, no es sólo para reflexionarlo, sino para vivirlo, “tanto en las obras de amor como en la experiencia interior, y esto vale sobre todo para el misterio de la muerte y resurrección de Cristo”.
Más aún, dedica una sección completa a “la compunción”. En ella califica como “inevitable” el deseo de consolar a Cristo, “que parte del dolor de contemplar lo que sufrió por nosotros”. Y estima que “el amor necesita la purificación de las lágrimas que al final nos dejan más sed de Dios y menos obsesión por nosotros mismos”.
El Papa ruega “que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular intenta consolar a Cristo”.
Considera que en la contemplación del Corazón de Cristo entregado hasta el extremo “somos consolados nosotros”, y que “el dolor que sentimos en el corazón abre paso a la confianza plena”.
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Capítulo V: Amor por amor
Sostiene que el pedido de Jesús es amor. “Cuando el corazón creyente lo descubre, la respuesta que brota espontáneamente no consiste en una pesada búsqueda de sacrificios o en el mero cumplimiento de un pesado deber, es cuestión de amor”.
Advierte que el amor a los hermanos es crucial y que no se fabrica, “no es resultado de nuestro esfuerzo natural, sino que requiere una transformación de nuestro corazón egoísta”.
Identificándose con los más pequeños de la sociedad (cf. Mt 25,31-46), «Jesús aportó la gran novedad del reconocimiento de la dignidad de toda persona”. También de aquellas calificadas de “indignas”.
Abunda que “la Iglesia, que nace del Corazón de Cristo, prolonga y comunica en todos los tiempos y en todas partes los efectos de esa única pasión redentora”. Y que en el seno de la Iglesia, “la mediación de María, intercesora y madre, sólo se entiende «como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo», el único Redentor. En tal sentido, “la devoción al corazón de María no pretende debilitar la única adoración debida al Corazón de Cristo, sino estimularla”.
En otra sección se refiere al sentido social de la reparación al Corazón de Cristo. Cita al papa Juan Pablo II, quien explicó que, “entregándonos junto al Corazón de Cristo, «sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor»: Pero, ello implica ser capaces de «unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo».
En este punto, Francisco denuncia una “estructura de pecado” que afecta el desarrollo de los pueblos, así como un fenómeno de “alienación social”. Opina que es la «conversión del corazón» la que «impone la obligación» de reparar esas estructuras. No obstante, aclara que la reparación cristiana no se puede entender sólo como obras externas, sino que necesita la vida, el fuego y la luz que proceden del Corazón de Cristo.
Además de la necesidad de reparar los corazones heridos, el Papa resalta la belleza de pedir perdón como una “prolongación para el corazón de Cristo” . Sostiene que “no basta la buena intención”, sino un deseo que provoque consecuencias externas.
Sostiene que “pedir perdón es un modo de sanar las relaciones porque «reabre el diálogo y demuestra el deseo de restablecer el vínculo en la caridad fraterna”.
Finalmente, popone “ofrendar al Corazón de Cristo una nueva posibilidad de difundir en este mundo las llamas de su ardiente ternura. Si es verdad que la reparación implica el deseo de «compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa», el camino más adecuado es que nuestro amor regale al Señor una posibilidad de expandirse por aquellas veces en que esto le fue rechazado o negado”.
“Esto ocurre si se va más allá del mero “consuelo” a Cristo… y se convierte en actos de amor fraterno con los cuales curamos las heridas de la Iglesia y del mundo”, De ese modo, considera el Papa, “ofrecemos nuevas expresiones al poder restaurador del Corazón de Cristo”.
“Un corazón humano que hace espacio al amor de Cristo a través de la confianza total y le permite expandirse en la propia vida con su fuego se vuelve capaz de amar a los demás como Cristo, haciéndose pequeño y cercano a todos. Así Cristo sacia su sed y difunde gloriosamente en nosotros y a través de nosotros las llamas de su ardiente ternura”, argumenta el Santo Padre.
“Para comprender esta devoción en toda su riqueza es necesario agregar, retomando lo que hemos dicho sobre su dimensión trinitaria, que la reparación de Cristo como ser humano se ofrece al Padre por obra del Espíritu Santo en nosotros. Por lo tanto, nuestra reparación al Corazón de Cristo en último término se dirige al Padre”, explica.
Culmina el capítulo afirmando la dimensión misionera del amor al Corazón de Cristo. En este aspecto, considera que la consagración «se ha de poner en relación con la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino».
Estima que la prolongación de las llamas de amor del Corazón de Cristo ocurre también en la tarea misionera de la Iglesia, que lleva el anuncio del amor de Dios manifestado en Cristo. Añade que la misión, “entendida desde la perspectiva de la irradiación del amor del Corazón de Cristo, exige misioneros enamorados”.
En efecto, “hablar de Cristo, con el testimonio o la palabra, de tal manera que los demás no tengan que hacer un gran esfuerzo para quererlo, ese es el mayor deseo de un misionero de alma. No hay proselitismo en esta dinámica de amor, son las palabras del enamorado que no molestan, que no imponen, que no obligan”.
“Los actos de amor a los hermanos de comunidad pueden ser el mejor o, a veces, el único modo posible de expresar ante los demás el amor de Jesucristo”, abunda el Papa. “Por lo tanto, si nos dedicamos a ayudar a alguien eso no significa que nos olvidemos de Jesús. Al contrario, lo encontramos a él de otra manera”, menciona.
“De alguna manera tienes que ser misionero, como lo fueron los apóstoles de Jesús y los primeros discípulos, que salieron a anunciar el amor de Dios, salieron a contar que Cristo está vivo y que vale la pena conocerlo”, indica.
La encíclica Dilexit Nos del Papa Francisco termina con una conclusón en la que el pont´fice ruega al Señor Jesucristo que de su Corazón santo broten “ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno”.
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