10 frases de aliento del Papa Francisco a los sacerdotes por la pandemia
Estas son algunas ideas extraídas de la carta que el Papa Francisco envió al presbiterio de la Diócesis de Roma.
Lo que ha pensado y sentido el Papa Francisco durante este tiempo de pandemia, lo ha compartido fraternalmente con su presbiterio de la Diócesis de Roma a través de una carta publicada el pasado sábado 30 de mayo, víspera de Pentecostés.
El objetivo de la misiva –ha dicho el Santo Padre- es ayudar a los sacerdotes en el camino de la alabanza al Señor y del servicio a los hermanos.
A continuación te presentamos 10 frases del Papa Francisco para los sacerdotes de su diócesis, pero que sin duda, pueden alentar a todos los presbíteros y religiosos del mundo en esta pandemia. Las frases han sido extraídas de este Documento.
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1. La esperanza también depende de nosotros, y exige que nos ayudemos a mantenerla viva y operante; esa esperanza contagiosa que se nos regala para construir esa nueva “normalidad” que tanto deseamos.
2. No le tengamos miedo a los escenarios complejos que habitamos, porque allí, en medio de nosotros, está el Señor; Dios siempre ha hecho el milagro de engendrar buenos frutos.
3. En medio de las contradicciones y de lo incomprensible que a diario debemos enfrentar, inundados y hasta aturdidos de tantas palabras y conexiones, se esconde esa voz del Resucitado que nos dice: “¡La paz esté con ustedes!”.
4. La fe nos permite una realista y creativa imaginación capaz de abandonar la lógica de la repetición, sustitución o conservación; nos invita a instaurar un tiempo siempre nuevo: el tiempo del Señor.
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5. Si una presencia invisible, silenciosa, expansiva y viral nos cuestiona y trastorna, dejemos que sea la Presencia del Resucitado, discreta, respetuosa y no invasiva, la que nos vuelva a llamar y nos enseñe a no tener miedo de enfrentar la realidad.
6. Si una presencia intangible es capaz de alterar y revertir las prioridades y las aparentes e inamovibles agendas globales que tanto asfixian y devastan a nuestras comunidades y a nuestra hermana tierra, no tengamos miedo de que sea la presencia del Resucitado la que nos trace el camino, abra horizontes y nos dé el coraje para vivir este momento histórico y singular.
7. Dejemos que nos sorprenda una vez más el Resucitado. Que sea Él desde su costado herido, signo de lo dura e injusta que se vuelve la realidad, quien nos impulse a no darle la espalda a la dura y difícil realidad de nuestros hermanos.
8. Que sea el Resucitado quien nos enseñe a acompañar, cuidar y vendar las heridas de nuestro pueblo, no con temor sino con la audacia y el derroche evangélico de la multiplicación de los panes; con la valentía, premura y responsabilidad del samaritano; con la alegría y la fiesta del pastor por su oveja perdida y encontrada; con el abrazo reconciliador del padre que sabe de perdón; con la piedad, delicadeza y ternura de María en Betania; con la mansedumbre, paciencia e inteligencia del discípulo.
9. Que sean las manos llagadas del Resucitado las que consuelen nuestras tristezas, pongan de pie nuestra esperanza y nos impulsen a buscar el Reino de Dios más allá de nuestros refugios convencionales.
10. Dejémonos sorprender también por nuestro pueblo fiel y sencillo, tantas veces probado y lacerado, pero también visitado por la misericordia del Señor. Que ese pueblo nos enseñe a moldear y templar nuestro corazón de pastor con la mansedumbre y la compasión, con la humildad y la magnanimidad del aguante activo, solidario, paciente pero valiente, que no se desentiende, sino que desmiente y desenmascara todo escepticismo y fatalidad.
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