Los ancianos del padre Lupillo
Durante 25 años, el asilo se ha sostenido providencialmente; de ello da testimonio el párroco de la Asunción.
Hace 25 años el padre José Guadalupe, párroco de La Asunción de María (Iztapalapa), recibía en las puertas de la iglesia una visita insospechada: Chucha, una anciana echada de casa que buscaba un lugar dónde quedarse. Aunque quería alojo temporal, el encuentro dio pie a una obra que hasta hoy se sostiene: un asilo para ancianos, del cual habla para Desde la fe el propio padre Lupillo.
Platica que la comunidad se enteró del arribo de Chucha, y pronto llegó otra anciana, una invidente llamada Victoria; y luego llegaron otros.
Por esa época –refiere– comenzaron a desaparecer cosas, entre ellas un reloj que tenía en su habitación, por lo que empezó a indagar.
Chucha dijo que podía averiguar quién era el ladrón del reloj, “y en efecto –señala el padre–, así fuera por casualidad, acertó: un primo mío lo sustrajo”.
Pero la historia todavía tendría varios capítulos más. El padre comenzó a sospechar sobre quién había estado robando lo demás y resultó ser “la misma Chucha. Finalmente la descubrí, y como no dejaba de robar la corrí”. Aunque más adelante volverían a encontrarse.
Una labor sin interrupción
El padre Lupillo continuó su obra con otros adultos mayores que llegaron a su parroquia, como Victoria, una invidente que murió poco meses después, y otra invidente llamada Conchita.
Cuenta que Conchita fue abandonada ahí. Con el tiempo, él se enteró de que sus parientes vivían en Estados Unidos.
“A sus 100 años, nos pedía a diario una gordita de chicharrón, y ahí se la pasaba horas comiéndosela. Se sentía a gusto aquí. Murió, vinieron los familiares y la velaron en una funeraria muy elegante. ¡Ah, de cuántas hipocresías he sido testigo!”, comenta.
Como estas ancianitas, el padre Lupillo ha visto pasar por el asilo unas 150 personas, muchas de las cuales manifiestan su amor y gratitud por sus cuidados.
“Aún recuerdo a Chucha –comenta con los ojos anegados–. Del día que la corrí, no supe de ella en tres meses, hasta que me hablaron del Hospital de Balbuena para decirme que la habían atropellado. Fui pronto a verla. Ya no podía hablar. Me pidió a señas una pluma y una hoja. Se las conseguí. Chucha me dibujó un corazón, me escribió: “Gracias”, y murió.
Después de más de 20 años dedicados a esta labor, el padre Lupillo ahora busca un benefactor que le regale una casa digna para los ancianitos; “si alguien tiene posibilidades, recuerde las palabras de Jesús: ‘Si amaste, ven, bendito de mi padre’”.
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