Homilía del Segundo Domingo de Cuaresma
Homilía del Cardenal Carlos Aguiar Retes en la Basílica de Guadalupe con motivo de la Misa del Segundo Domingo de Cuaresma.
“Ahí se transfiguró en su presencia” (Mt. 17,2).
Para entender este pasaje, es importante saber qué significa “transfigurar”, y significa: ir más allá de lo que aparece; es decir ir al interior.
Cuando vemos a una persona, al contemplarla, nos quedamos con la expresión corporal, lo que aparece por fuera. Ir más allá es traspasar lo corporal para saber lo que es, lo que hay dentro de esa persona; eso significa más o menos la transfiguración de Jesús. Lo que vieron los discípulos.
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Lo sorprendente no es la palabra “transfigurar”, sino lo que encontraron los discípulos al ver el interior de Jesús. Se dieron cuenta que, en Jesús, aunque era en todo semejante a nosotros como hombre, había una presencia de la divinidad, algo único. Y realmente así fue; es decir, es el Hijo de Dios que, para poder hacerse hombre, ocultó su divinidad, quedó escondida. Incluso, San Pablo afirma en una de sus cartas: “Se vació de sí mismo, dejó a un lado esa naturaleza divina para poder asumir la naturaleza humana” (Fil 2,7).
Pero en aquel encuentro en el Monte Tabor, Jesús se transfiguró, mostró su interior. Dice el texto: “Su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve” (Mt. 17,2).
Es una descripción que refleja, primero, una gran luz, una luz como la del sol, algo inusitado. ¿Cómo puede, de un ser humano, salir esa luz tan resplandeciente como la del sol? Así lo describieron los discípulos. Y un segundo elemento: sus vestiduras blancas, tan blancas como la nieve.
Estos dos elementos: luz y blancura, hablan de lo que es el misterio de Dios. Dios es luz, Dios esclarece, Dios clarifica, Dios ilumina, Dios orienta, porque no es lo mismo caminar de día que caminar de noche. Caminando de la mano de Dios, lo hacemos con plena claridad, sin tropezarnos, sin caernos, sin correr riesgos.
La blancura, en particular, expresa la transparencia, la pureza, la claridad de las cosas. Dios es precisamente transparente, lo que dice lo hace. No hay en Él nada que ocultar, nos ama verdaderamente. No es una pose, no es una conveniencia, es Él, Dios, el Dios que dice lo que es y hace lo que dice.
Estas dos características que los discípulos descubrieron en ese momento de la transfiguración (luz y blancura) reflejan aspectos fundamentales de lo que es el misterio de Dios, y por eso estaban todos tan contentos que dijeron: “Señor, ya quedémonos aquí contigo” (Mt. 17,4) (más contigo como Dios, que contigo como hombre).
Pero Jesús responde: ‘No, esto es nada más para ustedes, cuando vean que yo resucite de la muerte, al tercer día, recuerden que también resucitaré porque soy el Señor de la vida. Para que tengan esta fe cuando me vean morir en la cruz’ (Mt. 17,9). Jesús prepara así a Pedro, a Santiago y a Juan, que van a ser excelentes miembros de la comunidad apostólica.
Hermanos, ahora, a partir de esto que acabo de explicarles, ¿recuerdan ustedes lo que dice el libro del Génesis, cuando Dios decide crear al ser humano? Dice: “Hagámoslo a nuestra imagen y semejanza” (Gen 1,27). Y añade: “Así los creó, a imagen y semejanza, y los creó varón y mujer”. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que también en nuestro interior hay algo de Dios; está ahí también una luz; no resplandece como la de Jesús, porque no tenemos esta naturaleza divina, sino que somos adoptados como hijos de Dios por el Bautismo, pero además al hacernos varón y mujer, nos hizo distintos para poder expresar de manera distinta y complementaria los aspectos de la divinidad. ¿Qué quiere decir esto?, que ni los varones solos ni las mujeres solas pueden dar testimonio de lo que es Dios, sino solamente juntos, en relación. El proyecto de Dios es así.
Este misterio de ser luz, de orientar la vida y saber por dónde ir, cómo afrontar los problemas, los conflictos y las dificultades, lo podemos hacer cuando la relación entre el hombre y la mujer se dan espléndidamente. Si estamos en confrontación, no podemos ser luz, no podemos ser transparentes, no podemos ser esa blancura que nos permita encontrar el verdadero camino.
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Por eso, ante este texto, me parece importante pedir a nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos auxilie. Ella fue mujer y el Hijo de Dios quiso nacer de una mujer, como todos nosotros, para darle esa relevancia, de una y otra manera, al varón y a la mujer.
Hoy es el Día Internacional de la Mujer, pero debemos entender, desde la fe, que somos complementarios, que tenemos la misma dignidad, y que sólo en una buena relación entre unos y otros haremos el camino que necesita la humanidad para encontrarse al final en la Casa del Padre, gozando de luz plena y de la verdad completa.
Pidámosle a María de Guadalupe, mujer, y a su Hijo Jesucristo, varón, que nos ayuden a construir una sociedad donde reconozcamos la plena y común dignidad del varón y la mujer. ¡Que así sea!
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México