Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en el V Domingo de Cuaresma
Homilía del Arzobispo Primado de México en la Basílica de Guadalupe
Esta enfermedad no acabará en la muerte; sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella (Jn 11, 4).
Cuando sufrimos una pérdida no esperada de un ser querido, muchas veces nuestra reacción es parecida a la de Marta y María, que a la llegada de Jesús ante el fallecimiento de su hermano Lázaro le expresan su tristeza, diciendo: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano (Jn 11, 21.32). También nosotros en circunstancias parecidas nos dirigimos a Dios diciéndole: por qué Dios mío te llevaste a mi abuela, a mi esposo, a mi hijo, a mi hermana, a mi nieta, etc.
Al vivir estas situaciones dolorosas es muy consolador recordar que la muerte de nuestro cuerpo es un indispensable tránsito a la eternidad; y entonces, también surge la pregunta, ¿por qué lo ha proyectado así Dios, nuestro Padre? San Ireneo en el Siglo II proporciona la respuesta al afirmar: La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre consiste en la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios.
La muerte física del ser humano entra en el proyecto de Dios, para que asumamos en la fe, que esta vida terrena tiene la finalidad de una preparación para ejercitarnos en el amor con pleno conocimiento y con plena libertad. Recordemos que la vida divina es el amor gratuito de generosa donación y de servicio vivido en comunión, bajo la conducción de la persona de Dios Padre.
Justamente la pandemia está provocando que nos necesitemos todos, colaborando de distintas maneras por el bien de la comunidad. Así considerado podremos también nosotros, expresar como Jesús: Esta pandemia no acabará en la muerte; sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Por eso, ante la tristeza, la angustia, el dolor, el sufrimiento, vivamos con esperanza esta pandemia, meditando el final de la escena del evangelio que hoy hemos escuchado:
Jesús, profundamente conmovido, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “¡Quiten la losa!”. Marta, la hermana del difunto, le dijo: “Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió”. Jesús le respondió: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. Quitaron la piedra y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado”.
Yo sé que tú siempre me escuchas, pero lo he dicho por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con fuerza: «¡Lázaro, sal de allí!». El muerto salió con sus pies y manos atadas con vendas y su cara envuelta en un sudario. Jesús les ordenó: “Desátenlo para que pueda andar” (Jn 11, 38-44).
Esta sorprendente y elocuente intervención de Dios, realizada por su Hijo Jesucristo para resucitar a Lázaro, tiene la finalidad de manifestar que el Dios revelado por Jesús de Nazaret es el Dios de la vida, el Dueño y Señor de la Creación.
Con esta intervención preparaba y garantizaba ya la Resurrección del mismo Jesús, ante la muerte sufrida en la Cruz, con la enorme diferencia que esta vez, la resurrección de Jesús sería definitiva, ya no moriría jamás, convirtiéndose en la esperanza fundada para todos nosotros, esperanza que celebraremos en la próxima Vigilia Pascual de la Semana Santa
El Dios revelado por Jesucristo es el Dios Creador, el Señor de la vida, tiene la capacidad de generarla, de mantenerla, de transformarla, de darla por concluida o de llevarla a la eternidad. Y como afirma San Ireneo: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios.
El Verbo encarnado es Jesucristo, el que ha abierto el camino para conducirnos en la fe, durante esta vida terrena, al conocimiento del verdadero Dios y a la preparación que debemos ejercitar para lograr, como anticipo y primicia, experiencias de la presencia y de la intervención del Espíritu Santo en nuestra vida.
Por eso, las palabras del Apóstol San Pablo en la segunda lectura orientan nuestra conducta y consuelan el corazón: Los que viven en forma desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no llevan esa clase de vida, sino una vida conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes (Rom. 8, 8-9).
Agradezco a Grupo Televisa, El Heraldo de México, Multimedios, Univisión, Azteca Noticias, y muchas redes digitales que han dispuesto sus plataformas de comunicación para alimentar nuestro espíritu en estas circunstancias, que impiden a los fieles asistir y participar físicamente en nuestras habituales celebraciones eucarísticas de los domingos. El Señor les recompense abundantemente, y sea en provecho de todos los que virtualmente están participando en esta celebración.
Los invito a poner en manos de Nuestra Madre, María de Guadalupe nuestras súplicas y oraciones. Primero en un breve momento de silencio y luego juntos, recitando la oración.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
escucha nuestras oraciones, atiende nuestras súplicas,
acompáñanos, protégenos, cuídanos.
Bajo tu amparo nos quedamos Señora y Madre Nuestra,
te lo pedimos, por tu Hijo Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén.