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Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en el III Domingo de Pascua

26 abril, 2020
Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en el III Domingo de Pascua
El Arzobispo Carlos Aguiar en la Misa dominical en Basílica de Guadalupe. Foto: INBG/Cortesía.

“El mismo día de la Resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús… y comentaban todo lo que había sucedido” (Lc 24,13).

Esta hermosa y densa página del Evangelio de san Lucas presenta las características de la pedagogía de Jesús, como Buen Pastor. El confinamiento actual es tiempo oportuno para aprender y practicar esta pedagogía.

Aquel mismo día es la referencia inicial que ubica el relato en el domingo de la Resurrección. Jesús había resucitado, y en esa mismo día, dos de sus discípulos no dan crédito a las primeras informaciones del acontecimiento y deciden abandonar la comunidad de los apóstoles y dejan Jerusalén.

El mismo día que llega el culmen glorioso de la Misión de Jesús, inicia la deserción de sus discípulos. La paradoja de la contrastada realidad es producida por la incredulidad ante una noticia sorprendente e increíble: Jesús está vivo.

Cleofás y su compañero consideraron, que era mejor reponerse de la amarga pesadilla que les causó haber visto la crucifixión y muerte de su querido maestro, y decidieron alejarse de la nostalgia y el pesado ambiente que invadía al grupo apostólico, quienes seguramente no dejaban de lamentarse por lo sucedido, de reprocharse su cobarde actitud, y de darle una y otra vez vuelta al mismo asunto.

Ante esto lo mejor era romper, regresar a su pueblo y retomar sus actividades, aceptar que, todo por hermoso y bello que hubiera parecido, había ya terminado. Ante la realidad siempre habrá reacciones distintas y contrastadas. ¿Qué hace Jesús? Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, va al encuentro de sus discípulos, que están desertando. ¿Qué pedagogía utiliza? Presencia, silencio, escucha y diálogo son las características pedagógicas del acompañamiento.

En primer lugar hay que notar la dirección del camino, los dos discípulos están abandonando Jerusalén, ya que han considerado que no tiene sentido seguir escondidos y arriesgando la vida en Jerusalén, van de regreso a casa, dan por terminada la experiencia de pertenecer al grupo. Jesús se puso a caminar con ellos, a pesar que van en sentido contrario del que pretende Jesús.

Preguntémonos cuántas veces no hemos sido capaces de dar unos pasos en otras direcciones que consideramos fuera del objetivo, cuántas veces nos ha parecido pérdida de tiempo y algo inapropiado escuchar al otro, que según nosotros anda extraviado y ha tomado decisiones incorrectas. Cuántas veces no hemos concedido al otro plantear sus puntos de vista y escucharlo, a pesar que yo considere que está equivocado en las decisiones tomadas. La convicción de estar en la verdad a muchos puede cegarlos y hacerles insensibles ante las necesidades del otro.

Jesús con gran humildad y sencillez se puso a caminar con ellos, primero va en silencio, pasa inadvertido, luego pregunta para escuchar lo que llevan en el corazón, para saber de sus propios labios las causas de la deserción y frustración.



Una vez enterado de los sentimientos y pensamiento de los dos discípulos, Jesús entra en un diálogo fecundo y provechoso, dándoles elementos para calentarles el corazón.

Este peregrino ha resultado fascinante, se pone en el lugar del otro, comprende y explica, sin regañar, ni autoproclamándose dueño de la verdad. Acepta su invitación para quedarse con ellos, y ahí lo reconocen, pero Jesús desaparece, sugiriendo con ello la necesidad de volver a Jerusalén y compartir lo que han vivido.

“Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “Es verdad, ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 23, 35).

Jesús sin pedirlo logra el regreso a la comunidad de los dos desertores, que se reintegran con el testimonio alegre y convincente de continuar en la comunidad y dar la vida por la causa del Evangelio.

¿Cómo reaccionamos ante el distanciamiento de tantos católicos de vivir acorde a la fe? ¿Practicamos la Pedagogía de Jesús para acompañar a los alejados? ¿Somos una Iglesia en Salida? ¿Proclamamos la misericordia, ofrecemos la Palabra de Dios, y no tanto las interpretaciones nuestras, muchas veces moralizantes y rigoristas, donde interesa más la práctica por el cumplimiento de las normas, que la respuesta en libertad para corresponder al amor de Dios Padre y su misericordia?

María de Guadalupe vino a acompañar al Pueblo de México y a los pobladores de toda América, se hizo presente a un pueblo que sufría la derrota y la caída de su cultura y de sus convicciones religiosas, para mostrar su ternura de Madre, y expresar el amor y la misericordia de Dios, trayendo en su vientre a Jesús, el Hijo de Dios.

Sí, efectivamente la Virgen María, modelo de la Iglesia, realiza un gesto de Iglesia en salida y de Iglesia inculturada, presenta con su tez morena, con sus vestiduras y entorno la simbología Náhuatl, así tiene en cuenta la idiosincrasia y el lenguaje del pueblo para dar a conocer la Buena Nueva del verdadero Dios por quien se vive. Aprendamos a realizar el acompañamiento pastoral como lo hizo Jesús, seamos Iglesia en salida e inculturada como lo hizo Maria de Guadalupe.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, escucha nuestras oraciones, atiende nuestras súplicas: acompáñanos, protégenos, cuídanos. Bajo tu amparo nos quedamos, Señora y Madre Nuestra, te lo pedimos, por tu Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. Amén. 





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