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Homilía del Arzobispo Aguiar: Mirar el futuro a la luz de la fe

27 diciembre, 2020
Homilía del Arzobispo Aguiar: Mirar el futuro a la luz de la fe
El Arzobispo Carlos Aguiar preside la Misa en la Basílica de Guadalupe. Foto: INBG

“El Señor dijo a Abram: Ese no será tu heredero, sino uno que saldrá de tus entrañas. Y haciéndolo salir de la casa, le dijo: Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Luego añadió: Así será tu descendencia. Abram creyó lo que el Señor le decía, y por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”.

Abraham ha sido llamado Padre de la fe, porque creyó en la voz y promesa de Dios, de hacerlo padre de una gran descendencia, sin tener alguna evidencia que le mostrara la viabilidad de la promesa divina. Creer sin ver, confiar ante la imposibilidad presente, mantenerse en todo momento fiel a la Palabra de Dios, son las características de nuestro Padre en la fe.

Este Domingo, posterior a la Navidad, celebramos la festividad de la Sagrada Familia, miramos a José y María caminar como Abraham, en la oscuridad de la promesa, pero creyendo en la Palabra de Dios. José para aceptar a su esposa embarazada de un hijo que no sabía su procedencia, María para aceptar el misterio de ser madre en la virginidad, y sin saber la misión que su hijo debía cumplir. Sorprendente misterio, que vivieron en la plenitud de la obediencia a la fe.

Como cristianos, discípulos de Jesús, estamos llamados a mirar el futuro a la luz de la fe, creyendo en la Palabra de Dios como lo hizo Abraham: “Por su fe, Abraham, obediente al llamado de Dios, y sin saber a dónde iba, partió hacia la tierra que habría de recibir como herencia”.

Y de la misma manera como lo hicieron María y José, que no obstante las palabras proféticas de Simeón, no tuvieron miedo y afrontaron la misión para la que Dios los había elegido. Así lo hemos escuchado hoy en el Evangelio: “Simeón, varón justo y temeroso de Dios,…Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús,…Simeón lo tomó en brazos y …los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

Hoy vivimos una gravísima crisis de la familia, generada por varios factores: fractura cultural sobre el consenso de los valores cristianos, originando la dificultad de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones; confusión y rechazo al proyecto de familia instituido por Dios mediante las leyes de la naturaleza; violencia intrafamiliar en lugar de ser cuna del amor; temor y evasión al compromiso de procrear hijos, debido, entre otras causas, a la distorsión de la sexualidad humana considerada más para el mero placer, que para la intimidad y plenitud del amor.

Lamentablemente la discusión para clarificar estos aspectos se ha vuelto ideológica, y se deja de lado la posibilidad de un diálogo sereno y de recíproca escucha para plantear la actual situación social y redescubrir la indispensable misión de la familia, como la célula básica de una sociedad que prepara y educa la niñez y la adolescencia para lograr nuevas generaciones, que valoren la fraternidad, la solidaridad y la subsidiaridad, superando las diferencias de clases económicas y sociales.

Dios, nuestro Padre, conocedor de las resistencias a su proyecto creador, que siempre se han dado a lo largo de la historia; se dirige a nosotros los discípulos de Jesús, y nos invita a prolongar la misión de su Hijo Jesús, afrontando las contradicciones y asumiendo los sufrimientos que conlleva ser fieles a la Palabra de Dios.

Pero debemos advertir que Dios nos pide siempre buscar el diálogo constructivo, dejando en libertad, con la tolerancia necesaria, a quienes no aceptan el mensaje de Jesucristo; ya que nosotros no debemos ser jueces de los demás, sino promotores de la verdad con el respeto de la libre elección con la que cada persona debe decidir.

La Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesucristo, debe como Abraham, como María y José, dar testimonio de la belleza del proyecto divino de la familia, y transmitir la inmensa alegría, de quienes viven fieles al compromiso propio de esposo y de esposa, de padres y de hijos, de nietos y de miembros de una familia. Recordemos siempre que el testimonio es más elocuente y convincente que el discurso conceptual.



Mirando hacia el futuro incierto, y bajo las sombras actuales de la grave crisis actual de la familia, los cristianos debemos caminar en la obediencia, guiados por la luz de la fe, recordando la promesa del Señor dirigida a Abraham: “No temas, Abram. Yo soy tu protector y tu recompensa será muy grande”. Y como María podremos experimentar las maravillas que hace Dios en la familia que es fiel y mantiene en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en los triunfos y en los fracasos, su fidelidad a la promesa de nuestro Padre Dios.

Seguramente Ustedes como yo, hemos escuchado en distintas ocasiones los conmovedores testimonios de muchos, que han vivido los padecimientos del COVID, y de quienes por la misma contingencia han perdido a uno o a más seres queridos, cómo han crecido en la fe; ellos afirman cómo han aprendido a descubrir la intervención divina, cuando se vive un drama y una tribulación inesperada.

Por eso los invito a dirigir nuestra súplica confiada a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que conociendo en carne propia el sufrimiento, decidió presentarse y quedarse con nosotros, dejándonos su bendita imagen para animar, consolar y manifestar su ternura maternal a todos sus hijos, y mostrándonos el camino a seguir para afrontar la grave crisis de la familia, que se va extendiendo no solo en nuestra Patria, sino también intensamente en los países de tradición cristiana.

Por eso con toda confianza dirijamos nuestra plegaria a Nuestra Madre, para que nos llene de esperanza y nos ayude en dar, como ella lo hizo con su esposo José y con su hijo Jesús, el testimonio de vida familiar que necesitamos seguir, para resolver la grave crisis, que atraviesan las familias de nuestro tiempo:

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

 

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