¿Cuál es la diferencia entre amar a Dios y temer a Dios?

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Homilía del Arzobispo Aguiar en el Domingo XXI del Tiempo Ordinario

23 agosto, 2020
Homilía del Arzobispo Aguiar en el Domingo XXI del Tiempo Ordinario
El Arzobispo Primado de México, Carlos Aguiar Retes. Foto. Basílica de Guadalupe/Cortesía.
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Esto dice el Señor a Sebná, mayordomo de palacio: “Te echaré de tu puesto y te destituiré de tu cargo…llamaré a mi siervo, a Eleacín…le traspasaré tus poderes. Será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro. Lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá”.

¿Por qué se repite, una y otra vez, los casos como el de este mayordomo Sebná, que denuncia el profeta Isaías para que sea relevado de su cargo? ¿Por qué sucede con tanta frecuencia la corrupción, a quien se le confía una gran responsabilidad?

Sin duda, hay dos factores que determinan la buena gestión de un administrador. Primer factor la preparación, tanto en la formación personal como en la capacitación para desempeñar el oficio, y el segundo factor, la convicción sincera y leal del administrador, expresada públicamente, en la persona que le confía la responsabilidad.

En el Evangelio de hoy, claramente escuchamos que Jesús delega a Pedro su presencia y su autoridad plena para actuar en su nombre al frente de su comunidad de discípulos:Jesús les preguntó: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Los dos factores están expresados, en la encomienda que Jesús deja a Pedro, quien como miembro de la comunidad de los 12 discípulos se ha formado escuchando, observando, interrogando, y obedeciendo a su maestro; y a la par, Pedro ha ido asumiendo un liderazgo entre los doce, que Jesús ha confirmado; y el segundo factor lo ha expresado Pedro, al contestar en nombre de sus compañeros, con gran honestidad y verdad, la identidad de Jesús, sin saber que esa respuesta sería la ocasión para recibir la misión de suceder a Jesucristo y actuar en su nombre, cuando el maestro regrese a la casa del Padre.

Puedes leer. Al leer el Evangelio de hoy preguntémonos: ¿Quién soy yo para Jesús?

¡Qué importante es un buen colaborador, cuando tiene que ejercer en nombre de la autoridad una responsabilidad, que afectará para bien o para mal a los subordinados! Pero igualmente es importante la respuesta de los subordinados para que la acción de Dios se manifieste en la Iglesia. Por eso es conveniente, que nosotros los cristianos, con frecuencia, nos cuestionemos preguntándonos: ¿Considero, que mis decisiones y mi conducta las he asumido, subordinándome a la voluntad de Dios? En general, todo creyente quiere conducirse bien, y responder a Dios positivamente, ¿pero, yo acepto la voluntad de Dios, ante quien en su nombre, está ejerciendo una autoridad?

La obediencia a la autoridad constituida en las diferentes instancias de la sociedad sufre actualmente un grave deterioro. Muchas veces y con frecuencia debido a la mala gestión de los administradores. En los distintos niveles de autoridad eclesial, también ha sido una constante histórica la presencia de una mala gestión, que ha repercutido en la disposición de los bautizados para aceptar, de buen grado y confiadamente, la participación y colaboración en las propuestas de renovación, que exigen los tiempos actuales. Debemos reconocer con dolor y arrepentimiento el deterioro de la Obediencia a Dios, que a través de la desobediencia a la respectiva autoridad eclesial, impide la intervención y conducción del Espíritu Santo.

Nuestra inteligencia busca conocer lo que nos conviene, y descubrir lo que impide nuestros proyectos de vida. Luchamos por lograr los pasos que nos conduzcan al cumplimiento de nuestros propósitos. Esta es la lógica humana.

Pero, si impulsados por un individualismo egoísta, nos empeñamos en alcanzar a toda costa nuestras metas, fácilmente dejaremos de lado la ética natural de hacer el bien, y asumiremos el camino fácil y atractivo de justificar o de encubrir los medios injustos y deshonestos con tal de obtener el fin. Así se nubla la razón y perderemos la conciencia del bien, quedando seducidos por nuestro objetivo, seremos arrastrados a practicar el mal, la deshonestidad y la injusticia, causando un gran daño, a quienes nos rodean, y a quienes dependen de nosotros.

En cambio, el camino del creyente es invocar a Dios y confiar en Él, ya que interviene, por caminos insospechados, muchas veces incomprensibles, sorprendentes, inesperados según la lógica humana, debido a que nosotros vemos el presente condicionados por el pasado, y con escasa visión del futuro a largo plazo. En cambio, Dios no está condicionado por el tiempo; el pasado, el presente y el futuro no existen, Él vive en la eternidad todo lo ve, lo conoce y lo orienta, mirando nuestro bien.



Por eso, cuando vivimos una tragedia, un drama, un sufrimiento, una enfermedad que parece no tener fin, limitados por nuestra natural miopía, generada por existir en el tiempo, nos impide avizorar la intervención de Dios, porque la necesitamos ya, y la esperamos como yo la deseo. Sin embargo, es nuestra oportunidad de intensificar nuestra fe y aprender a vivir bajo el misterio, conducidos por el Espíritu Santo, y confiando en la providencia misericordiosa de Dios.

A este propósito comprenderemos mejor, y será una esperanza cierta, lo que afirma San Pablo en la segunda lectura: “¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero? ¿Quién ha podido darle algo primero, para que Dios se lo tenga que pagar? En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por Él y todo está orientado hacia Él. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

Confiemos en esta verdad y en el amor misericordioso de Dios Padre a sus criaturas, confiemos en la enseñanza de Jesucristo, y pongamos en manos de Nuestra Madre, María de Guadalupe nuestra súplica de imitarla, aceptando como ella, la voluntad del Padre, y diciendo: ¡Hágase en mí según tu Palabra!

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

 

Puedes leer. Papa Francisco en el Ángelus: ¿Quién es Jesús para mí?

 

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