Un documental muestra la historia de los maronitas, orden de san Charbel
La Orden Libanesa Maronita celebra sus 325 años con este corto documental (en inglés).
El 10 de noviembre de 1695 tres jóvenes procedentes de Alepo, Siria, se pusieron por primera vez el hábito de monjes, en una íntima ceremonia con la que quedó oficialmente fundada la Orden Libanesa Maronita, cuna de santos de la Iglesia Maronita, entre quienes destaca san Charbel.
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Oración a san Charbel
Meses antes de aquel noviembre, Eran Gabriel Hawwa, Abdallah Qaralli y y Joseph El-Betn, se presentaron en el monasterio de Nuestra Señora de Qannoubine –sede del Patriarcado Maronita- y pidieron permiso al patriarca para fundar la nueva orden. Tras escuchar su intención y advertirles de las dificultades que encontrarían en su camino, les dio la bendición.
La Orden Libanesa Maronita es la más antigua de la Iglesia del rito maronita. Su regla fue aprobada en 1732 por el Papa Clemente XII.
Para conmemorar esta efeméride, la Orden ha presentado un corto documental que ofrece una mirada de la orden, sus santos y santas, la vida en sus monasterios y sus numerosos apostolados. Puedes verlo aquí, con subtítulos en inglés:
https://www.facebook.com/MazarSaintCharbelAnnaya/videos/1430224847315516
San Charbel, el santo maronita que trascendió fronteras
San Charbel es, con toda seguridad, el santo de la Orden Libanesa Maronita más conocido en el mundo.
A los 23 años, sin avisar a su familia, decidió tomar el hábito; así fue como llegó a la puerta del convento de Nuestra Señora de Mayfouq donde fue recibido como postulante y luego como novicio.
Cuando su madre lo fue a buscar, se dice que le advirtió: “Ve a ser un santo o regresa conmigo ahora”.
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En el monasterio renunció a su nombre de pila – Youssef Antoun Makhlouf- y escogió el de Charbel. Dos años después profesó los votos perpetuos como monje en el Monasterio de San Marón en Annaya, Líbano, y realizó sus estudios de filosofía y teología en el Monasterio de San Cypriano de Kfifan.
Fue ordenado sacerdote el 23 de julio de 1859, y al poco tiempo regresó al Monasterio de Annaya.
Su vida transcurrió en la comunidad, pero él anhelaba ser ermitaño. A los 47 años solicitó permiso para vivir en soledad y oración en la ermita de San Pedro y San Pablo. Comía una sola vez al día, y así vivió hasta los 70 años, en que Dios lo llamó a su presencia.