La historia detrás del cardenal más joven del Papa Francisco
Monseñor Giorgio Marengo tiene 48 años y ha trabajado como misionero en los lugares donde, hasta hace un años, no existía la fe católica.
El Papa Francisco ha creado como el cardenal más joven a un misionero de Mongolia, monseñor Giorgio Marengo, presente en Mongolia desde 2003, y a quien le ha tocado ver crecer desde cero a la Iglesia católica en ese país.
El perfil de monseñor Giorgio Marengo forma parte de esos perfiles que el Papa Francisco busca para el colegio cardenalicio, perfiles cercanos a las distintas realidades del mundo y particularmente a quienes trabajan en las periferias o con los más alejados.
Actualmente, monseñor Marengo, de 48 años (7 de junio de 1974), es prefecto de la Iglesia de Mongolia, coincidentemente, una de las iglesias más jóvenes del mundo.
“Me siento pequeño, muy pequeño; y con muchas ganas de aprender de cardenales mucho más experimentados que yo, que tienen una vida eclesial muy larga llena de muchas experiencias, y de mucho conocimiento”, aseguró en una entrevista con Obras Mundiales Pontificias (OMP) el cardenal más joven de Francisco.
¿Quién es monseñor Giorgio Marengo?
Monseñor Giorgio Marengo llegó a Mongolia en 2003, cuando apenas nacía la prefectura apostólica en ese país. Formó parte de un grupo de misioneros de la Consolata, que buscan llegar a lugares que requieren de una primera evangelización, donde la Iglesia no se encuentra presente o apenas está en nacimiento.
Después de su inserción inicial, en Ulán Bator, los misioneros decidieron comenzar en una zona rural llamada Arvaiheer, en la que fundaron una misión y una parroquia.
Para 2020, cuando el Papa le pidió convertirse en obispo y prefecto apostólico, la comunidad ya tenía unas 40 personas convertidas al catolicisimo que recibieron el bautismo.
“Tuve la gran gracia de presenciar los primeros pasos en la formación de una comunidad cristiana donde nunca antes la había habido. Y esta gracia verdaderamente grande marcó mucho mi experiencia”, dijo en la entrevista con OMP.
La Iglesia católica en Mongolia
De acuerdo con el cardenal más joven del Papa Francisco, monseñor Giorgio Marengo, en Mongolia hay alrededor de 1,400 fieles, 64 misioneros, de los cuales 22 son sacerdotes, 20 son misioneros extranjeros y solo dos sacerdotes locales.
En ese país existen 35 religiosas, tres religiosos no sacerdotes y algunos laicos misioneros. Todos ellos de más de 24 nacionalidades distintas. Monseñor Marengo es de Cúnero, Italia.
“Tenemos diez iglesias públicas reconocidas por el Estado, de las cuales ocho son formalmente parroquias. Otra es una iglesia -que todavía no es una parroquia- y otra que es una especie de sucursal”.
El 70% de las actividades la Iglesia en Mongolia se dedica a la promoción social y humana, enfocada en actividades de educación, sanidad, asistencia, cultura local, y dos centros de estudio mongoles y diálogo interreligioso.
Ser misionero y el cardenal más joven
Monseñor Marengo recuerda en la entrevista con OMP una historia de cómo ha visto florecer la fe en Mongolia.
Menciona a una pareja joven que se le acercó cuando era párroco en Arvaiheer y con la que comenzó a consolidar primero una gran amistad, y después a formular una petición para comenzar el catecumenado.
“Me dijeron cómo las ideas que recibieron incluso de las homilías del domingo, intentaron aplicarlas a su vida de pareja. Y se dieron cuenta de que ciertas desavenencias, ciertas peleas que antes pasaban con mucha facilidad, ahora empezaban a saber administrarse mejor, dándose tiempo para la escucha, para el perdón mutuo que los llevaba a ser más serenos y poco más a vivir su vida familiar, en pareja con más serenidad”, asegura el cardenal más joven.
“La experiencia nos enseña que todo hombre que se abre a Cristo, se vuelve capaz de releer su propia identidad cultural a la luz del Evangelio; que exalta los elementos positivos que se encuentran en esta cultura y da luz para discernir.
“Y es, creo, la alegría más hermosa de un misionero -al menos para mí-, presenciar el florecimiento de la fe en el corazón de las personas, presenciar de manera atónita cómo el Espíritu Santo atrae a las personas a Cristo más allá de todo el esfuerzo que se hace para que esto se dé. La fe sigue siendo un don, una gracia, un misterio”.