Antonio Carlos Tavares de Mello es “papá” y “tutor” legal de 97 niños con discapacidad: afectados por daño cerebral, parapléjicos, débiles visuales y autistas, todos ellos, abandonados por sus familias.
Su labor inició en 1990 en Brasil, cuando fundó la primera casa para acoger a estos niños, bajo el nombre de Comunidad de Jesús Menino.
“Mi vocación surgió cuando trabajé de maestro de Educación Especial en una fundación que atendía a niños con discapacidad. Un día uno de ellos me preguntó si podía ser su ‘papá’, yo tenía 23 años, era muy joven para esa responsabilidad y ni siquiera estaba casado, pero acepté. Años más tarde adquirí una casa en la que amparé y adopté a mis primeros tres niños: Alejandro, Marcelo y Fabián, quienes habían sido abandonados; ahora ya son 97 niños y niñas, y dos casas”, detalló Tavares en entrevista a Desde la fe en 2019.
Al inicio de su labor se dio cuenta de que estos niños suelen sufrir maltrato y desgracias, pues muchos de ellos son consecuencia de abortos mal logrados.
“La vida es un regalo de Dios que nadie tiene derecho a quitar, por eso vamos por muchos países, no para buscar fondos (que sí los necesitamos), sino promoviendo el respeto a la vida”.
Explica que su misión y la de su comunidad de laicos consagrados está llena de sufrimiento y cansancio, pero también de amor. “Sufro como cualquier padre lo haría por sus hijos, porque ellos son mis hijos”, asevera este laico consagrado.
Explica que la comunidad creció tanto porque el gobierno decidió cerrar una fundación que albergaba a niños con capacidades diferentes. “Me preguntaron que si quería adoptar a 200 niños, les dije que sí, pero a la mera hora sólo me quedé con 30, los que no tenían familia”.
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Las leyes brasileñas sólo permitieron la tutoría de quienes ya eran mayores de edad y la adopción total para los menores de edad.
“Pero no importa si soy su tutor, funjo como su papá en todos los sentidos: me preocupo por ellos, los atiendo de todo a todo, y lo más importante, los amo como si fueran carne de mi carne. Procuramos que cada uno, de acuerdo con sus capacidades, viva tranquilo y feliz”.
Cuando se realizó la entrevista, la Comunidad de Jesús Menino atendía a 50 hombres y 47 mujeres, distribuidos en los estados de Río de Janeiro y Brasilia.
“Por 30 años hemos hecho una labor muy fuerte, que estoy seguro de que, sin la oración y la Divina Providencia, no la hubiéramos podido hacer. Vivimos de las donaciones, de la participación de los voluntarios y de nuestra fe en Dios”, detalla Tavares.
Petrópolis, en Río de Janeiro, es su lugar de “trabajo” fijo. Ahí Antonio Tavares atendía a 43 niños y niñas. La casa de Brasilia era administrada por un matrimonio de laicos consagrados, donde atendía a niños cuya movilidad es casi nula.
La muerte también es parte de la historia de la comunidad. “Cuando uno de nuestros niños fallece por complicaciones en sus padecimientos, todos nos sentimos muy tristes y llevamos el luto como cualquier otra familia. Me toca explicarles a los niños que sus hermanos ya están con Dios”.
Ante tal situación, Tavares revela que cuando él muera, ninguno de los niños estará desamparado, pues en su testamento ya tiene designado a Giorgi, el responsable de la casa de Brasilia, para llevar las riendas de la comunidad y ser el papá de los niños.
Antonio Tavares hace un llamado a los lectores a unirse como misioneros en la Comunidad de Jesús Menino. “Deben sentir alegría por la vida, no utilizar su misión como escape y tener una sensibilidad muy grande”.
A ellos les ofrece alojamiento, comida e incluso ropa, si lo requieren. “El misionero sólo debe poner el transporte aéreo y las ganas de vivir esta misión”.
Para quien desee ayudar, puede escribir a comunidadjesusmenino@hotmail.com
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