Agua: fuente de vida
Revisemos nuestra relación con el agua: aseguremos su acceso universal, preservemos su pureza y evitemos su desperdicio y contaminación.
El agua constituye más del 50% del cuerpo humano y es esencial para la vida en nuestro planeta. Su ciclo, una maravilla de transformaciones entre hielo, vapor y líquido, cubre el 70% de la Tierra, presentándose en diversas formas como potable, dulce, salada, y aguas grises y residuales. Este elemento ocupa un lugar primordial en diversas culturas por su vínculo con la vida, la fertilidad, y la interdependencia de todas las formas de vida.
En la mayoría de las culturas del mundo, el agua tiene un lugar principalísimo, por su relación con la vida, la fertilidad de la tierra, la reproducción de la vida animal, vegetal, mineral y su relación de interdependencia.
Dentro de las tradiciones religiosas, y especialmente en el catolicismo, el agua trasciende su valor físico para convertirse en un símbolo profundo de plenitud, Salvación, pureza, paciencia, curación y, cuando falta, de muerte, enfermedad, sequía. Reflejando así la conexión divina con la creación. La Biblia misma destaca su importancia, con más de 1500 versículos relacionados con el agua, desde la creación en el Génesis hasta las narrativas de curación y bautismo en el Nuevo Testamento, subrayando su papel esencial en la historia de la salvación.
Es así como encontramos en el libro del Génesis que el agua está presente en el momento de la Creación: en el cuarto día, de las aguas surge la vida, “Bullan las aguas de seres vivientes» (Gen 1:20), y al entregar a los seres humanos toda su creación para su cuidado y administración, nos puso al cuidado de la maravilla que es la Creación.
Desde el Levítico y el Deuteronomio hasta los Salmos y los Profetas, enfatizan la necesidad del cuidado del agua y de la tierra, celebrando su sacralidad y su rol en el sostenimiento de la vida. Por ejemplo, en los Salmos encontramos alabanzas a Dios por sus obras por sus dones y en el Salmo 148 se invita a que toda la Creación alabe a Dios:
“Alábenlo, sol y luna, alábenlo, estrellas lucientes; alábenlo espacios celestes y aguas que cuelgan en el cielo.”
En los Profetas encontramos diferentes expresiones que muestran con claridad la llamada al común destino de los seres humanos y toda la Creación con grandes ejemplos tomados de la vida común de pastores, de campesinos, leñadores, labradores, pero también del entorno natural como los troncos, la siembra o la viña. En este sentido, en el libro de Daniel encontramos “El cántico de los tres jóvenes” que trae a la mente el Cántico de las creaturas de San Francisco de Asís y el Salmo 148 antes mencionado y en el versículo 56 dice así:
“Bendito eres en la bóveda del cielo, a ti gloria y alabanza por los siglos. Criaturas todas del Señor, bendigan al Señor, ensálcenlo con himnos por los siglos.”
Por su parte, en el Nuevo Testamento encontramos la relación del agua con los eventos de curación al ciego (cf. Jn 9:6-11); de purificación y redención en el bautismo de Jesús por Juan el Bautista, quien sumerge a Cristo en el agua (símbolo de la muerte) para salir a una vida nueva en el Espíritu como hijo amado de Dios (cf. Mc 1,9-11); de curación en el relato del ciego de nacimiento que se lava en la alberca de Siloé (Jn 9,7-11), el paso (la pascua) del caos de la tempestad y la calma que viene de Jesús (Mc 4,35-41), el encuentro de Jesús y la samaritana en el pozo de Jacob. (Jn 4,1-15)
Llegado a este punto, cabe mencionar el documento Aqua Fons vitae, preparado por el Pontificio consejo “Justicia y Paz” publicado en junio 2020. Este documento reconoce el agua como fuente de vida para todas las formas de vida conocidas hasta nuestros días. Por ejemplo, recupera la enseñanza bíblica del destino universal de los pozos, los cuales fueron creados para poder compartir entre todos, hombres y mujeres, habitantes y extranjeros el agua subterránea, profunda e invisible. (cf. Gen 24: 10-22; Gen 29: 1-10; Jn 4: 7; Ex 2: 15-17) Por consiguiente, el agua es un elemento que une eficazmente la familia humana. Además, los pozos contribuyen a la realización del principio del destino universal de los bienes, al ser el agua un bien común” (Aqua, n.7).
Además, recoge las enseñanzas con las que la Santa Sede se ha presentado en foros internacionales sobre el agua principalmente entre 2005 y 2015, conocido como el decenio del agua. En sus líneas sigue las enseñanzas del Papa Francisco y su invitación a “meditar sobre el simbolismo del agua en las principales tradiciones religiosas”.
Esta perspectiva subraya el reconocimiento del agua potable como un derecho humano fundamental, indispensable para la vida, la salud y el desarrollo digno de las personas, tal como lo afirma el Magisterio de la Iglesia, que ve en el agua un bien común, inapropiable por ser una creación no humana.
Esta visión nos insta a revisar y transformar nuestra relación con el agua: es esencial asegurar su acceso universal, preservar su pureza, evitar su desperdicio y contaminación, y no reducirla a una mera mercancía, sino reconocerla como un elemento vital que nos define y une en nuestra esencia más profunda reconociendo que somos agua.
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Escrito por Rosario Alfaro, Maestrante en Teología y Mundo Contemporáneo por la Universidad Iberoamericana y coordinadora de la comisión de ecología integral de IMDOSOC.