Por Andrea Tornielli/Director del Dicasterio Vaticano para la Comunicación
El Papa emérito Benedicto XVI llega a la meta de sus 92 años y esta vez su cumpleaños va acompañado por un animado debate en torno a uno de sus escritos, algunos de sus “apuntes” – como él mismo los ha llamado – dedicados al tema del abuso contra menores. En ese texto, Benedicto XVI se pregunta cuáles son las respuestas correctas a la plaga de los abusos y escribe: “El antídoto contra el mal que últimamente nos amenaza a nosotros y al mundo entero sólo puede consistir en el hecho de que nos abandonemos” al amor de Dios.
No puede existir ninguna esperanza en una Iglesia hecha por nosotros, construida por las manos del hombre, que confía en sus propias capacidades. “Si reflexionamos sobre qué hacer, es evidente que no necesitamos otra Iglesia inventada por nosotros”. Hoy “la Iglesia es vista en gran parte sólo como una especie de aparato político” y “la crisis causada por muchos casos de abusos por parte de sacerdotes nos impulsa a considerar a la Iglesia incluso como algo mal hecho que decididamente debemos tomar en nuestras manos y formar de una manera nueva. Pero una Iglesia hecha por nosotros no puede representar ninguna esperanza”.
Al celebrar el cumpleaños de Joseph Ratzinger puede ser útil subrayar, el enfoque que tanto Benedicto XVI como su sucesor Francisco han adoptado ante los escándalos y los abusos contra menores. Una respuesta poco mediática y poco pomposa, que no se presta a ser reducida a eslóganes.
Es una respuesta que no se basa en las estructuras (aunque sean necesarias), en las nuevas normas de emergencia (igualmente necesarias) o en los protocolos cada vez más detallados y precisos para garantizar la seguridad de los niños (de todos modos indispensables): todos instrumentos útiles ya definidos o en proceso de definición. La de Benedicto primero, y la de Francisco, es una respuesta profunda y sencillamente cristiana. Para entenderlo basta releer tres documentos. Tres cartas al pueblo de Dios, en Irlanda, en Chile y en el mundo entero, que dos Papas han escrito en los momentos de mayor tensión por los escándalos.
Al escribir a los fieles de Irlanda, en marzo de 2010, el Papa Ratzinger explicaba que “las medidas para contrarrestar adecuadamente los delitos individuales son esenciales, pero por sí solos no bastan: hace falta una nueva visión que inspire a la generación actual y a las futuras a atesorar el don de nuestra fe común”.
Benedicto XVI invitaba “a todos a ofrecer durante un año, desde ahora hasta la Pascua de 2011, las penitencias de los viernes para este fin. Os pido que ofrezcáis vuestro ayuno, vuestras oraciones, vuestra lectura de la Sagrada Escritura y vuestras obras de misericordia para obtener la gracia de la curación y la renovación de la Iglesia en Irlanda. Os animo a redescubrir el sacramento de la Reconciliación y a aprovechar con más frecuencia el poder transformador de su gracia”.
“Hay que prestar también especial atención – añadía el Papa – a la adoración eucarística”. Oración, adoración, ayuno y penitencia. La Iglesia no acusa a los enemigos externos, es consciente de que el ataque más fuerte proviene de los enemigos internos y del pecado en la Iglesia. Y el remedio propuesto es el redescubrimiento de lo esencial de la fe y de una Iglesia “penitencial”, que se reconoce necesitada de perdón y de ayuda desde lo Alto. El corazón del mensaje, impregnado de humildad, dolor, vergüenza, contrición, pero al mismo tiempo abierto a la esperanza, es la mirada cristiana, evangélica.
Ocho años después, el 1° de junio de 2018, se hace pública otra carta de un Papa a los cristianos de un país afectado por el escándalo de la pedofilia. Es la carta que Francisco envía a los chilenos.
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“Apelar a ustedes, pedirles oración no fue un recurso funcional – escribe – como tampoco un simple gesto de buena voluntad”. Por el contrario, “quise poner el tema donde tiene que estar: la condición del Pueblo de Dios (…). La renovación en la jerarquía eclesial por sí misma no genera la transformación a la que el Espíritu Santo nos impulsa. Se nos exige promover conjuntamente una transformación eclesial que nos involucre a todos”.
El Papa Bergoglio insiste en el hecho de que la Iglesia no se construye a sí misma, no confía en sí misma: “Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, no busca encubrir y disimular su mal, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene un nombre: Jesucristo”.
Se llega así al 20 de agosto de 2018, a la carta de Francisco al pueblo de Dios sobre el tema de los abusos. La primera de un Pontífice dirigida a los fieles de todo el mundo sobre este tema. También este nuevo llamamiento al pueblo de Dios se cierra del mismo modo:
“Para esto ayudará la oración y la penitencia. Invito a todo el santo Pueblo fiel de Dios al ejercicio penitencial de la oración y el ayuno siguiendo el mandato del Señor, que despierte nuestra conciencia, nuestra solidaridad y compromiso con una cultura del cuidado y el ‘nunca más’ a todo tipo y forma de abuso”.
Además, la penitencia y la oración “nos ayudará a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males”.
Una vez más, Francisco propone un camino penitencial, lejos de todo triunfalismo – tal como lo reafirmó en su homilía de este Domingo de Ramos – y de la imagen de una Iglesia fuerte y protagonista, que busca ocultar sus debilidades y su pecado. La misma propuesta de su predecesor.
Este texto fue publicado originalmente en Vatican News
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