Así fue como Teresa de Calcuta decidió dedicarse a los más pobres
Fue a bordo de un tren donde la Madre Teresa decidió cambiar el rumbo de su vida y, con ello, la de miles de personas.
Teresa de Calcuta es una convertida. ¡¿Cómo?! Ya veremos:
El 10 de septiembre de 1946, una monjita europea muy seria y circunspecta, subió al tren que la llevaría a la estación de Darjeeling, al pie del Himalaya, en la India. En el mundo se había llamado Agnes Bojaxhiu, albanesa de origen, y serbia o yugoeslava de nacimiento, tenía entonces 36 años. Excelente hermana, monja de Loreto, que había ido a la India a educar a la niñez y juventud, y que lo hacía bastante bien, ya hasta había sido directora de algunos colegios.
¿Qué hace una monja en un largo viaje en tren? Si es una buena monja aprovecha el tiempo para una plática larga y profunda con su amigo Jesús. Eso hizo aquella monjita que viajaba por tierra extranjera. ¡Y se encontró con Jesús en el camino a Darjeeling! En ese lento tren con su monótono traca traca, tuvo su conversión. Subió una monjita tradicional con su hábito a la europea, con la corrección propia de los ingleses, con la seriedad de una educadora y la severidad de una directora, y bajó de aquél tren la Madre Teresa, que ya no era más una monja europea en tierra extraña, sino una madre en su propia tierra: Calcuta. Teresa de Calcuta.
La preparación
Dios nos modela como un alfarero, suavemente, delicadamente, o nos forja como un herrero, calentándonos al rojo vivo y después golpeándonos hasta que tomemos forma.
A Agnes Bojaxhiu la modeló Dios dulcemente, dejándola ser una niña soñadora y realizándole todos sus sueños hasta que caldeó su corazón hasta ponerlo al rojo vivo al contacto con la pobreza y la enfermedad. Entonces, de un solo golpe, la forjó según su voluntad y salió una Teresa de Calcuta enamorada de Jesús en los más pobres de los pobres.
El 26 de agosto de 1910, en Skoplje, hoy República de Macedonia del Norte, nació Agnes, tercera hija de Nicolás y Rosa, un matrimonio humilde de origen albanés viviendo en tierra extraña.
Escuela, Iglesia, coro juvenil y Asociación Mariana fueron su preparación para su primera conversión. Le gustaba leer de esas revistas que hablan de las misiones en tierra extraña. Soñó con ser misionera en la India, y a los 18 años Dios le realizó su sueño. Se fue a Irlanda con las Monjas de Loreto que la enviaron a la India, como era su deseo.
Allí fue maestra de jovencitas hindúes, católicas y no católicas, y fue una buena maestra, tanto que muchas de sus alumnas la alentaron a iniciar su nueva vida de Misionera de la Caridad. A la hermana Agnes le gustaba llevar a sus alumnas a visitar a los pobres. Eran sólo visitas, después regresaban las niñas a sus cómodos hogares y ella regresaba a la seguridad de su convento. Pero algo se pega. Poco a poco se fue contagiando de la caridad de Cristo hasta que sintió el llamado en aquel lento tren.
Las Misioneras de la Caridad
Teresa sintió la necesidad de darse más todavía. No le bastó haber dejado su patria y su familia, ni le bastó la vida de trabajo en el espíritu de pobreza, obediencia y castidad de todas las monjitas de todos los conventos. La Iglesia opta por los pobres. Ella decidió optar por los más pobres de los pobres, y a imitación de Cristo pobre, decidió ser una de ellos. Vivir como ellos y sufrir como ellos.
Con los debidos permisos tanto de sus monjas de Loreto como de su obispo, de quien recibió siempre un gran apoyo, comenzó su nueva aventura.
Comenzó por vestirse al modo de la India con ese sari blanco ribeteado de azul. Cada vez es más hindú y menos europea. Y en la medida en que se hizo más del pueblo se fue haciendo más universal.
Vestía como ellos, se sentaba en el suelo como ellos, andaba descalza como ellos, ¡para ellos! De ahí en adelante toda su vida se llenó de amor.
Muy pronto tuvo seguidoras. Y en su nueva congregación se dio un fenómeno que sólo puede explicarse por la gracia: las vocaciones abundaron. Todo mundo quería servir a los más pobres de los pobres; a los desahuciados que mueren en las calles; a los niños abandonados, deformes, enfermos; a los leprosos que eran tratados como bestias salvajes; a las madres solteras; a los enfermos de VIH y a los refugiados. A todos ellos servía ella con especial amor, mismo que aprendían sus discípulas. Ella explicaba: “lo hacemos por Jesús”
Cuentan de un reportero que la observaba lavar las llagas de un leproso. Maravillado exclamó: “Yo eso no lo haría ni por un millón de dólares” y ella, tranquilamente, contestó: “Yo tampoco”. Lo hacía por Jesús.
Una tentación vencida
El mundo descubrió a Teresa. Se convirtió en noticia para una sociedad acostumbrada a la vanidad y a lo superficial. Una Madre Teresa llena de amor fue noticia para el mundo. ¡Hasta hicieron una película de ella! En el Año Internacional del Niño recibió el preciado premio Nobel de la paz.
¡Qué difícil no caer en la tentación de sentirse santificada en vida! Pero ella no tenía tiempo para vanidades. Estaba demasiado ocupada en la oración y en el amor a los hermanos. Jamás perdió su sencillez.
¿Cómo era Teresa?
Era una mujer práctica. Hubiera sido una gran mujer de negocios. Audaz por su confianza en la Providencia, pero no temeraria, y sumamente inteligente. Tenaz, pero no terca. Decidida, pero sabía ceder terreno cuando otros tenían la razón.
“Madre Teresa”, decía una jovencita, “quiero ir con usted a Calcuta”, y la madre le contestó con una sonrisa: “Búscate tu propia Calcuta”.
No necesitamos ir a tierras extrañas, en nuestra propia patria hay “los más pobres de los pobres”.
“A mí no me gustan los sermones, siempre dicen lo mismo y no convencen. Hablan de memoria. Hasta que oí hablar a la Madre Teresa. Habla de cosas sencillas que podemos entender, como de aquel niño que juntó toda la azúcar que le tocaba comerse para darla a los pobres. Me ganó… ¡para siempre!”
Un sacerdote hinduista pobre y enfermo fue llevado al hospital de Teresa. Allí vio la caridad de Cristo encarnada en la Madre y en sus hermanas. Un día le dijo: “Ya no necesito ver a Dios, Madre Teresa, lo he visto en su rostro”.
Nació al cielo
“Jesús, en ti confío” fueron sus últimas palabras en la tierra. Teresa murió el 5 de septiembre de 1997, en su convento de Calcuta.
La noticia sacudió al mundo. Juan Pablo II, su amigo personal, envió a su Secretario de Estado a celebrar la Misa de difuntos. El gobierno de la India decretó darle honores de Estado en su funeral. Asistieron reyes y presidentes unidos por la admiración a aquella mujer que había sabido amar a los más pobres de los pobres.
La Madre Teresa sigue presente en el mundo y en la Iglesia a través de su testimonio y de su obra de las Misioneras de la Caridad.
Canonización
Juan Pablo II fue un gran amigo de Teresa de Calcuta. La Madre Teresa le pidió al Papa un lugarcito en el Vaticano para atender a los más pobres de los pobres de Roma. El Vaticano es el país más pequeño del mundo. Su territorio está totalmente ocupado por las dependencias de servicio a la central del Catolicismo. Allí el terreno es apreciadísimo. Ya no puede crecer más que para arriba. Pues el Papa le hizo un lugarcito a la Madre Teresa y le construyó un convento dentro del Vaticano para que atendiera a la “basura humana de Roma”, esa que anda tirada por las calles y que nadie quiere recoger.
Con motivo de sus 25 años de pontificado el Papa Juan Pablo II beatificó a Teresa de Calcuta el día 16 de octubre de 2003, y el 4 de septiembre de 2016 fue canonizada por el Papa Francisco.