Padre Manuel Vargas, un sacerdote que vive la alegría del retiro
A los 91 años de edad y con más de 60 de ordenado, el padre Manuel se mantiene activo, le gusta la pintura y, con emoción, ofrece su ayuda espiritual.
El padre emérito Manuel Vargas Velázquez tiene 91 años de edad, de los cuales 61 los ha dedicado al servicio sacerdotal. Con una gran sonrisa dice tener lleno el corazón de agradecimiento con Dios, porque ha tenido una vida muy alegre y llena de satisfacciones.
Hoy, reside en la casa de retiro para sacerdotes de edad avanzada Casa San José, en Ciudad de México, donde pasa el tiempo pintando, leyendo a Cicerón, conviviendo y orando. Además, pasa una hora diaria ante el Santísimo Sacramento, momento que le recuerda al día exacto en que sintió el llamado de Dios a servir.
De niño, el padre Manuel vivió en Capultitlán, Estado de México, y su abuela pertenecía a la Vela Perpetua -organización cuyo oficio es adorar al Santísimo Sacramento-, un día que ella no podía ir a cumplir su hora de adoración, lo mandó en su lugar. Ese día, frente al Santísimo, él sintió que Dios le decía: “Hijo, ¿por qué no me ayudas a salvar a tus hermanos?”.
Tan pronto salió del templo, fue a contarle todo a su mamá. Cuando terminó el ciclo escolar, su mamá lo llevó a ver a un tío que era sacerdote.
El padre Manuel vivió un año en casa de su tío, quien le puso un maestro particular y después lo llevó al seminario en Temascalcingo para su formación.
Deportista desde pequeño
Aunque hasta el día de hoy, el padre Manuel se siente indigno del Sacramento sacerdotal, “Dios lo quiso así, yo lo acepté y lo estoy aceptando”, señala; se ordenó el 17 de abril de 1954, con otros 25 sacerdotes más, entre ellos el padre Darío Bragado y Héctor Rogel.
“Hemos sido el grupo más grande; hasta la fecha no ha existido alguno que nos haya alcanzado”, dice con orgullo. Cuenta que, cuando era niño, no usaba zapatos -hasta los 12 años que salió de 6to. de primaria-, pero eso no era un impedimento para jugar futbol. “A donde iba, organizaba grupos de jóvenes para jugar”.
El honor de servir al prójimo
Entre sus mejores recuerdos está el día en que fue a celebrarle una Misa a su mamá, escuchó claramente cómo ella cantó, y por la tarde recibió una llamada de su sobrino, avisándole que ella había fallecido. “Me dio alegría haberle dado la Comunión a mi mamá antes de que partiera.”
Con casi 92 años, hoy aconseja a los jóvenes sacerdotes leer el Diario de Santa Faustina y seguir sus consejos: paciencia, oración y silencio.
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