Esta es la historia que llevó a un sacerdote a convertirse en luchador
El sacerdote mexicano Sergio Gutiérrez, es conocido como Fray Tormenta, y su historia inspiró la película Nacho Libre.
“Nadie es profeta en su tierra”, es una frase bíblica que el padre Sergio Gutiérrez Benítez, también conocido como Fray Tormenta, entiende muy bien. Su fama ha alcanzado niveles internacionales y su vida ha sido llevada a la pantalla grande en Francia y Estados Unidos; en Japón –país que ha visitado más de 30 veces– se le tiene como un “ídolo” de la lucha libre, lo mismo que en la Unión Americana y en Canadá.
Pero en México, en su tierra, es capellán de una pequeña comunidad en el municipio de Texcoco, donde bajo los centenarios muros del templo de la Santísima Trinidad, recibe de vez en cuando la visita de algún periodista extranjero que, atraído por su peculiar historia, busca dejar testimonio escrito de un hombre que supo combinar su ministerio sacerdotal con una ruda disciplina por una sola causa: dar vestido, comida y techo a cientos de niños y jóvenes, cuya perspectiva de vida era poco prometedora.
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Niñez de Fray Tormenta
Nació en 1945 en una ranchería del municipio de San Agustín Metzquititlán, Hidalgo, y fue el penúltimo de 17 hermanos. Debido a la violencia que imperaba en dicha localidad, sus padres, don José Gutiérrez y doña Emilia Benítez, tuvieron que emigrar primero a Xalostoc en el Edomex, y posteriormente al Distrito Federal.
Pero la condición de violencia se negó a abandonar a la familia Gutiérrez Benítez, y en la azarosa colonia Tres Estrellas –ubicada entre la Bondojito, la Río Blanco y la Gertrudis Sánchez- comenzó a configurarse el ambiente hostil que marcaría indeleblemente la infancia de este sacerdote.
“Era el tiempo del patín y trompón; teníamos una banda de 90 chamacos, y me apodaban el Indio. No había de otra… había que entrarle”, explica el padre Gutiérrez.
A la edad de 11 años, mientras estudiaba la primaria, se introdujo en el mundo de las drogas, y gracias a su habilidad en las peleas callejeras, se convirtió pronto en uno de los líderes de la pandilla comandada por el Apache, un hombre que superaba los 30 años de edad.
Sin embargo, el asesinato de uno de sus compañeros de infortunio –en el cual se le quería involucrar- lo llevó a dar un giro radical en su vida.
El encuentro con Dios para dejar las drogas
“Comencé a alejarme de la banda. Para entonces trabajaba en una cantina y también dejé esa chamba”, precisa el religioso, a quien entonces el destino le llevó a colaborar como ayudante del dúo de cómicos “Viruta y Capulina” en el Circo Unión; hizo también algo de teatro y trabajó con títeres; sin embargo, su adicción por las drogas lo habían arrastrado a una forma de vida deplorable.
“Recuerdo muy bien que, por aquellos días, encontré una iglesia y me metí. Entonces me vi reflejado en el sacerdote que celebraba la Misa. Sinceramente pensé que había sido por la droga. Me topé con un padre y quise hablar con él, pero no me escuchó”.
Pero aquel malogrado encuentro no lo hizo claudicar, y entonces buscó apoyo espiritual en un religioso Mercedario, quien se encargó de llevarlo a una clínica de desintoxicación. “Me amarraron y comencé a sudar frío, veía que el foco se convertía en monstruo y que las paredes se cerraban. Yo le decía al doctor que me diera chance de un toquecito de marihuana, pero nada. Así estuve 72 horas, al término de las cuales el médico me dijo: no estás curado, estás desintoxicado. La curación depende de ti, aléjate de ese ambiente y no vuelvas”.
El mismo padre mercedario, José Gil, lo llevó al seminario de su orden, del que –no obstante- tuvo que salir por problemas disciplinarios, y posteriormente ingresó con los padres escolapios. “Ahí entré a base de engaños. El padre Gil les dijo que era yo un alma caritativa y otras muchas cosas. Mientras el padre hablaba, yo me admiraba en silencio: ‘¿y todo eso soy?’”.
Pero la mentira no tardó en descubrirse, pues al término del noviciado, su formador pidió que le hiciera un recuento de su vida, jurando decir la verdad con la mano sobre la Biblia. Recuerda el padre Sergio que intentó huir, hizo su maleta, pero su formador lo detuvo. “Me preguntó por qué no quería hacer lo que me pedía, y le respondí que porque no era la persona que él pensaba. Me sorprendió cuando me dijo que los detalles de mi vida los conocía perfectamente y que no tenía de qué avergonzarme; al contrario, me dijo, la Iglesia necesita de sacerdotes como tú”.
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El encuentro con los suyos
Los religiosos escolapios lo enviaron a Navarra, España, para cursar la filosofía. Al respecto, asegura con humor que iba tan bien preparado, que el primer año, de 15 materias, sólo reprobó 14. Con tenacidad logró concluir sus estudios filosóficos en la localidad española de Albelda, y en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, en Roma, hizo la Teología.
Estudió también en la Universidad Pontificia de México, en el Seminario Palafoxiano de Puebla y en la Normal Benavente de ese estado. En Veracruz comenzó a atender a drogadictos, pero se negaba a recibir la ordenación sacerdotal. Fue la necesidad lo que le llevó a ordenarse. “Se llegaba a morir alguno de los chavos y no podía confesarlos por no ser sacerdote. Me decían: ‘fray diablillo’, confiésame, pero no podía, y eso me dolía mucho”.
Fray Tormenta, sacerdote por amor
“Fui ordenado el 26 de mayo de 1973, pero no en la Catedral de Veracruz -como muchos esperaban- sino entre drogadictos, prostitutas y delincuentes en la Parroquia de la Sagrada Familia, de donde posteriormente fui párroco”.
Ahí conoció y trabajó junto al Padre Chinchachoma -también escolapio– con quien inició un proceso de escisión del grupo, en el que el padre Sergio Gutiérrez decidió hacerse cargo únicamente de los niños huérfanos y desamparados.
No obstante, debido a que el apostolado no coincidía plenamente con el carisma educativo de la comunidad escolapia, ambos padres se vieron obligados a emprender sendos proyectos fuera de la congregación religiosa.
El Padre Sergio viajó entonces al Estado de México para solicitar el apoyo del Obispo de Texcoco, Mons. Magín Torreblanca. “Necesitaba un obispo benévolo que me permitiera establecer en su diócesis la Casa Hogar. El obispo Torreblanca me lo dio, pero me dejó en claro que no se iba a hacer responsable de la manutención de los chamacos”.
A lo largo de su caminar -primero como vicario y después como párroco- por varios templos de la Diócesis de Texcoco, el número de personas a su cuidado aumentó hasta alcanzar la cifra de 250 niños y jóvenes.
Luchador por necesidad
Cuenta que una noche de “desvelo involuntario” prendió la televisión y se encontró con la película ‘El Señor Tormenta’. El sacerdote pensó entonces que la lucha libre podría ser una solución a los problemas económicos de la Casa Hogar, y esa misma noche adoptó el nombre de Fray Tormenta.
“Fray por ser religioso y Tormenta en honor al protagonista de la película”.
La intención no era dedicar toda su vida a la lucha libre, sino sólo un año, en el cual –según él- habría de ganar un millón de dólares, lo que le permitiría construir su la soñada Ciudad de los Niños.
“Al principio nadie me quería enseñar a luchar; fui con los mejores luchadores, pero no me pelaban, hasta que llegué con José Ramírez, quien trabajaba en las arenas chiquitas. Me paraba a entrenar a las cuatro de mañana, pues a las seis y media tenía que estar en la parroquia, ya que celebraba Misa de siete. Así fue durante un año, aunque a los tres meses ya quería aventar la toalla. Eran muy rudo el asunto”.
Diseñó su propia máscara con sólo dos colores: “amarillo, en referencia a la viveza que debe tener Fray Tormenta arriba del ring, y el rojo, que significa la sangre que debo derramar por los muchachos, si es necesario”.
Consiguió una botarga, “unas mallas de mujer” y le prestaron unas zapatillas para luchar. El día de su debut estaba tan nervioso, que se había vestido desde las once de la mañana, aunque la pelea era a las siete de la noche”.
Sin embargo, el Padre Sergio cometió un “error”: jamás se le ocurrió preguntarle a su entrenador cuánto ganaba un luchador, así que cuando recibió su primer pago, se percató de que el millón de dólares jamás llegaría. “Abrí el sobre que me dieron enfrente de mis muchachos, y sólo había 200 pesitos, y eso que había ganado”.
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Huracán Ramírez, el responsable
Continuó luchando durante años con el nombre de Fray Tormenta, pero ninguno de sus colegas se imaginaba que se trataba realmente de un verdadero ministro de culto. Fue el Huracán Ramírez quien descubrió el secreto: “En una ocasión me llamó para decirme que luchábamos en Chiconcuac a las tres de la tarde, y se me salió comentarle que se me complicaba porque tenía una Misa de boda a las dos… El día señalado, mientras yo recibía a los novios en la puerta de la iglesia, el Huracán estaba entre los invitados, sólo me guiñó el ojo y dejó ver una pequeña sonrisa”.
La noticia de que Fray Tormenta era realmente un sacerdote comenzó a circular en el mundo deportivo. Los promotores lo buscaban insistentemente para gestionar peleas y las arenas empezaron a registrar llenos históricos. “La gente me iba a ver no por lo bonito que luchaba, sino por el morbo de ver a un sacerdote sobre el ring o para ver cómo me la mentaban”.
“Una vez –recuerda- mientras nos enfrentábamos Huracán Ramírez, Matemático y yo contra Perfumado Reina, Rizado Ruiz y el Cacique Mara, este último me preguntó, durante la toma de réferi, que si realmente era padrecito. Yo, inocentemente, le respondí que sí, y entonces me dijo: ‘pues si tú eres padrecito, yo soy obispo, hijo de…’ y me empezó a golpear hasta que me sacó del ring. ‘De la religión no te vas a burlar’, me decía”.
Pastoral de la lucha
Pero Fray Tormenta fue más allá del combate deportivo, pues comenzó a desempeñar una especie de pastoral en torno al ring.
Los luchadores le pedían que los confesara, que les celebrara su matrimonio, que bendijera su casa o que bautizara a sus niños. Incluso, algunos luchadores homosexuales le manifestaban respeto y se arrodillaban para que les diera su bendición cuando tenían que viajar a algún estado. Los réferis, El Güero Rangel y Pompín le guardaban un gran aprecio. Fue confesor de Ray Mendoza y también celebró las bodas de Blue Demon y del Herrero.
“Hasta la fecha no hay un solo luchador que se exprese mal de mí”, asegura con orgullo.
Fray Tormenta en la Iglesia
En el ámbito eclesial, su relación con el obispo y el clero diocesano actualmente es inmejorable. Los mismos sacerdotes le piden que de vez en cuando lleve su máscara a las reuniones de colegas para tomarse la foto.
Su historia fue conocida incluso por el Papa Juan Pablo II quien, durante su segunda visita a México, le dio su bendición: “En aquella ocasión llegué hasta la sacristía de la Basílica. Cuando me tocó saludarlo, le dije en italiano: ‘soy el padre Fray Tormenta’, y él respondió: ‘el luchador’. Entonces me puso la mano sobre la cabeza y me dijo: ‘Ojalá hubiera muchos fray tormentas’, a lo que yo respondí: ‘se acabaría la Iglesia’… Su Santidad, se rió”.
La bendición del Papa Juan Pablo II fue un acontecimiento muy importante en la vida del sacerdote luchador: “me sentía como más protegido, como la divina torta envuelta en huevo, era el intocable. Me aventaba desde la tercera cuerda y no me pasaba nada”.
La calumnia
Sin embargo, la vida de Fray Tormenta no ha estado exenta de contrariedades, entre ellas una calumnia del Tigre de Bengala, a la que se sumaron varios periódicos. Pero el público se le entregó y, pese a que entonces el religioso se negaba a seguir luchando, la gente clamaba su presencia en el ring.
Se asomaban en las arenas innumerables mantas con mensajes de apoyo: “¡Bienaventurados quienes son calumniados injustamente!”. Y entonces decidió regresar.
“Recuerdo que aquella ocasión, subí al ring en medio de aplausos; me arrodillé y lo besé”. La gente se entregó ese día a Fray Tormenta y, como nunca antes, se persignó cuando el sacerdote levantó su mano para saludar al respetable.
En Japón, Fray Tormenta es un ídolo
En el continente asiático se le aprecia enormemente, pues los aficionados a las luchas guardan en su corazón una bella historia.
“Me tocó pelear en Japón. Mi contrincante me estaba pegando muy duro y me sacó del ring. En ese momento, vi que un niño se me acercó con su rostro lleno de lágrimas y, como pude, me levanté y comencé a luchar de nuevo”.
En su siguiente visita a Japón, Fray Tormenta fue detenido en el aeropuerto por las cámaras de televisión, y uno de los reporteros le explicó que había una familia que quería saludarlo y darle las gracias.
Notablemente emocionado, el religioso narra el desenlace de esta historia: “Era la familia del niño que en aquella ocasión me ayudó a levantarme. Me explicaron que el pequeño me quería mucho y cuando vio que me estaban golpeando, gritaba que me dejaran en paz, que yo era sacerdote. Cuando caí del ring, el niño –que era paralítico- se levantó de su silla de ruedas y corrió a auxiliarme. Ese día, volvió a caminar”.
Los cachorros
“Todo ha valido la pena”, dice sin rodeos el religioso, y continúa: “de la Casa Hogar han salido tres médicos, 16 maestros, un contador público, un contador privado, 20 técnicos en computación, siete abogados, un sacerdote que está en una parroquia de Tulancingo y que también llegó a luchar como El Chacal”. En una ocasión un periodista le preguntó al respecto: “¿Cómo es que se sabe estos números de memoria?”, a lo que Fray Tormenta respondió: “Pues si yo les di de comer, cómo no me los voy a saber”.
Asegura que la mano de Dios ha obrado claramente para llevar a buen puerto a sus pupilos, y tiene muy presente aquella ocasión en que, tras un coma diabético, tuvo que ser internado dos semanas en un hospital. “Yo esta muy preocupado porque no sabía nada de mis cachorros ni cómo la estaban pasando, pero cuando me dieron de alta, uno de ellos me contó que a diario llegaba comida a la Casa Hogar: carne, huevos, papas, pero nunca se supo quiénes eran los benefactores”.
“Creo que nunca me llegó el millón de dólares, pero a cambio Dios me premió con esta gente, que supo aprovechar lo poco que les pudo dar Fray Tormenta, y ahora son personas de bien”, agrega.
El cansancio y la enfermedad
– ¿Por qué sigue luchando?
“La gente piensa que Fray Tormenta vive bien pero no es así. Actualmente, de vez en cuando tengo una pelea y no es mucho lo que se gana. Cuando le llegan a preguntar a uno de mis cachorros que de qué vivimos, ellos responden que antes vivíamos de la lucha libre, pero ahora lo hacemos de milagro”, responde el sacerdote con palabras que huelen a cansancio, y no es para menos, cuando físicamente se encuentra mermado por el paso de los años, que le ha heredado la diabetes, un infarto, tres costillas rotas y un tobillo fracturado.
Y aunque ha llegado a pensar que es momento de tomarse un descanso y retirarse de las arenas, sabe bien que esto es prácticamente imposible porque su vida, que ha sido consagrada a Dios y al cuidado de sus cachorros… se ha quedado en el ring.