Entregó su vida a los niños con cáncer, y descubrió “ángeles” entre ellos
Para Susana Troyo nada hay mejor que donar su tiempo a los niños, entre quienes suele escuchar manifestaciones del poder de Dios.
Hace siete años y medio, Susana Troyo recibió la noticia de que tenía cáncer y le restaba poco de vida. Fue de inmediato a contárselo a un sacerdote, quien la escuchó y le aseguró que no iba a morir pronto, pues no podía dejar este mundo sin antes compartir que había atestiguado la presencia de ángeles en la tierra.
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Susana -o Susy, como le llaman los niños-, nació en la Ciudad de México, pero desde pequeña se fue a vivir a Mérida, Yucatán, con sus padres y sus tres hermanos, a fin de administrar una hacienda. El proyecto no dio el resultado que esperaban.
En 2006, ella arrancaría su propio proyecto: la asociación “Sueños de ángel”, que cumple los deseos de niños con cáncer.
Su formación en la fe
La familia de Susy estaba muy familiarizada con la religión, pues tres de las hermanas de su abuela eran religiosas, y una más -la que más había deseado tomar los hábitos-, tuvo que sacrificar su vocación, pues entonces la Iglesia pedía que por lo menos una se quedara a cuidar a los padres. Así, esta última comenzó a encargarse de formar en la fe a la familia por la cercanía que mantuvo.
Sin embargo, la unión familiar comenzó a debilitarse en algún momento, y se perdió la costumbre de rezar. “Yo sentí que fui rescatada por Dios -platica Susy-, pues desde pequeña estuve en un grupo juvenil de oración. Aunque a mí en realidad casi no me gustaba orar, tenía el acompañamiento de dos mujeres consagradas que me hablaban mucho de Dios”.
Al encuentro de su vocación
Además de acudir asiduamente a aquel grupo, por propia cuenta comenzó a visitar las cárceles, pues le inquietaba saber acerca de las situaciones por las que atravesaban las mujeres presas. Llegó a sentir que su vocación estaba ahí, en servir a la gente encarcelada, a la que aprendió a respetar y a no juzgar.
Pero ocurrió que, siendo estudiante de la carrera de Educadora, cierta vez fue enviada con sus compañeras a un hospital infantil, donde comenzó a convivir con los niños. Aunque la conciencia de la responsabilidad que implicaba el estar con ellos, la adquiriría hasta el último año de la carrera, tras un suceso sumamente doloroso.
“Ocurrió que yo quedé prendada de un niño y pedí permiso para seguir visitándolo. Carlitos tenía un cáncer muy avanzado, pero le permitían ir a casa un día cada determinado tiempo. Un día que esperaba mi visita, él se negó a irse con sus papás. Yo fui irresponsable y no acudí. El día que llegué ya no lo vi en su cama, pregunté que había pasado y las enfermeras me informaron que había fallecido, que me había estado esperando y desde la ventana se asomaba a ver si me veía venir”.
Tanto dolor sintió ante lo sucedido, que se prometió jamás volverle a fallar a un niño. “Empecé a colaborar con las voluntarias Vicentinas, en el lugar donde se hospedaban los niños que iban al hospital, y ahí aprendí a conocer realmente a Dios a través de los ‘niños crucificados’, aquellos que están intubados, con el suero en una manita y la otra inmovilizada, como el mismo Jesús en la cruz”.
Activista por la educación en los hospitales
Cierto día, una niña que iba a ser dada de alta del hospital le dijo a Susana Troyo que no volvería a la escuela, pues había desertado en segundo año, y sus compañeritos ya iban en secundaria. Así que, comprometida totalmente con los pequeños, Susy quiso estudiar la carrera de Derechos y Necesidades de la Niñez, y al concluirla elaboró un programa educativo para los hospitales, que se implementó en el Hospital General de Mérida “Agustín O’Horán”. Dicho modelo posteriormente sería tomado como base a nivel nacional.
Tras el éxito del programa educativo en hospitales, se sentía llamada a hacer algo más. Así, en el año 2006, con la ayuda de un grupo de voluntarias, creo la asociación “Sueños de ángel”, cuya labor es cumplir sueños de niños con cáncer. Y fue justo ahí donde comenzó a ser testigo de un sinfín de experiencias sobrenaturales.
Ángeles Custodios
Susy cuenta el caso de una pequeña de nombre María de los Ángeles, a quien, por petición de un enfermero, ella bañó para bajarle la fiebre.
“Cuando la iba a acostar -platica-, la pequeña me dijo: ‘No, ¡abrázame!’. Lo hice, ella dirigió su mirada hacia el techo y comenzó a saludar y a reír. ‘¡Míralo, Susy!’, me dijo. ‘¿A quién ves?’, le pregunté. ‘¡Es un angelito!’, respondió ella”.
Platica que recostó a la niña en el momento en que llegaron la mamá y la oncóloga. “María de los Ángeles le dijo entonces a su mami: “¡Ven!”. Cuando la mamá se acercó, ella le dio un beso y le dijo: ‘¡Mamá, me voy con él!’. ‘¿Con quién?’, preguntó la mamá. Y señalando donde estaba viendo al ángel, la pequeña respondió: ‘Con él, es un ángel’. En ese justo momento cerró los ojos, y partió al cielo con una sonrisa maravillosa”.
Al llegar a casa, como era su costumbre, Susana Troyo anotó lo sucedido en una agenda. “Hoy se fue al cielo María de los Ángeles”, escribió. Y en ese momento se percató que era 2 de octubre, Día de los Ángeles Custodios.
La Señora bonita
Otro caso es el de Dalita, una niña de cuatro años que le insistía a su mamá que se fuera a comer con las monjitas, refiriéndose a las hermanas Vicentinas. Una vez Dalita volvió a pedírselo, y como siempre la mamá le respondió que no, porque no la quería dejar sola. “No estoy sola -le respondió Dalita-, la Señora bonita viene a hacerme compañía”.
“Esa vez -refiere- estábamos con Dalita su mamá, sor Rosario y yo. Fue entonces que sor Rosario quiso regalarle a Dalita una imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa. Dalita puso una gran sonrisa y dijo: “Es Ella la que me viene a acompañar, es la Señora bonita”.
Una cita en el cielo, con día y hora
Susana también se acuerda mucho de la experiencia de Rodrigo, un niño al que le habían amputado ya una pierna y se encontraba muy grave de salud, por lo cual los doctores convinieron en que debía pasar sus últimos días en casa con sus padres.
Cierto día, Rodrigo despertó y, al igual que Dalita, hizo alusión a la Señora bonita. “Mamá -dijo-, ya me enseñó la Señora bonita dónde voy a estar. Voy a tener otra vez mi pierna. Allá están mis amiguitos que ya murieron, y están muy felices. Pero me dijo que no me voy ahorita, sino hasta el jueves a las doce del día”.
Refiere Susana Troyo que a menudo, cuando suceden ese tipo de situaciones, ocurre en la gente una especie de bloqueo que de momento no se puede concientizar; de manera que lo que creyeron todos era que en niño había tenido un sueño precioso y nada más.
“Muchas casas de los pueblitos situados en los alrededores de Mérida son de paja -platica-, y afuera de estas casitas es donde las personas cocinan y lavan la ropa en las bateas. Llegado el jueves, Rodrigo le pidió muy temprano a su mamá que lo bañara y le pusiera su traje de Primera Comunión. La mamá accedió y le ayudó a acostarse en su hamaca”.
Platica Susy que a la hora en que la señora estaba cocinando y lavando la ropa fuera de la casa, fue cuando le cayó el veinte: reparó en que era jueves y quedó helada. Entró a la casa, vio que el reloj marcaba las doce con unos minutos, corrió hacia Rodrigo y lo vio en su hamaca con una sonrisa grandísima, pues ya se había ido al cielo.
El cáncer en carne propia
“No soy una mujer organizada -platica Susy-, pero eso sí, mis agendas las he llevado siempre con mucho orden: en ellas he escrito experiencias maravillosas, otras muy fuertes, unas muy dolorosas. Pero he registrado cada una”.
Así, hace 7 años y medio, Susy recibió la noticia de que tenía cáncer y le quedaba poco tiempo de vida. No sintió ninguna angustia, salvo por el hecho de que sentía la necesidad de encomendar a alguien la tarea de rezar por su familia una vez que ella faltara.
“Pero encontré pronto la solución: fui con el padre Ricardo, que es un sacerdote argentino, y llorando le encargué que rezara mis seres queridos, porque yo estaba muy enferma y me restaba poco de vida. El padre Ricardo me escuchó y finalmente me hizo una pregunta: ‘¿Hay algo que te haga feliz?’”.
En ese momento, el llanto de Susy se volvió sonrisa, pues sintió de golpe toda la felicidad que sentía al estar con los pequeños. “Le dije que yo era muy feliz con los niños, y que había anotado todas sus historias en esas agendas que ahora tendría que tirar”.
El padre Ricardo le pidió que le relatara algunas de esas historias, y Susy procedió… “‘¡Contame otra!’, me pedía el padre Ricardo. Y yo le contaba más. Fue entonces que me dijo que yo no me iba a morir pronto, pues no me podía ir de este mundo sin haber compartido mis historias con la gente”.
Susana Troyo se resistía a escribirlas, pues creía que las personas la tirarían de loca si leían acerca de niños que veían ángeles en la tierra, o de otros que se daban un paseo por el cielo, o que veían a un Señor muy hermoso que les daba a probar frutos muy sabrosos, o que jugaban con Él con una pelota dorada, u otras cosas más por el estilo.
Pero finalmente accedió, con la ayuda del padre Ricardo y otras personas de buena voluntad, a escribir todas las historias de sus agendas en un libro que tituló *El camino de los ángeles. Y en la medida que las iba escribiendo -asegura-, su enfermedad iba disminuyendo.
“Y pues aquí estoy después de siete años y medio -finaliza Susy-, poniendo mi vida al servicio de Dios. Seguramente también sigo aquí porque no me he ganado el Cielo. Dios me está dando la oportunidad de hacer cosas, de compartir con la gente, de intentar tener un corazón de niño, pero creo que aún me falta mucho”.
*El Camino de los ángeles en su primera edición se encuentra casi agotado; sin embargo, se tiene proyectada una segunda edición del libro, que contendrá otras historias que han ido saliendo. Esta edición se elaborará en versión digital para que los interesados puedan descargarlo.