Testimonio: “Con eso no se juega”, dijo mi mamá cuando supo que quería ser sacerdote
Mi nombre es Antonio de Jesús Núñez Bernal, soy originario de la delegación Azcapotzalco en la Ciudad de México, y me gustaría compartir con ustedes un poco de mi experiencia en torno a esta invitación que recibí por parte de Jesucristo para la formación sacerdotal.Recuerdo que en mi familia no era habitual ir a Misa […]
Mi nombre es Antonio de Jesús Núñez Bernal, soy originario de la delegación Azcapotzalco en la Ciudad de México, y me gustaría compartir con ustedes un poco de mi experiencia en torno a esta invitación que recibí por parte de Jesucristo para la formación sacerdotal.
Recuerdo que en mi familia no era habitual ir a Misa o participar en los grupos parroquiales; sin embargo, en la colonia donde vivíamos había una capilla, bajo el patrocinio de san Judas Tadeo, que habían construido los vecinos a fin de tener un lugar propio para la celebración dominical. En ese entonces había un coro numeroso integrado por la comunidad, y como a mí me gustaba cantar, me uní a ellos teniendo apenas tres años de edad. De alguna manera, ese fue mi primer acercamiento a la vida de fe.
Me preparé para hacer la Primera Comunión. Me gustaba mucho ir a la iglesia, pues la catequesis era impartida de forma atractiva y dinámica, y la catequista me hacía estar interesado en lo que nos compartía. Ella falleció un mes después de haber recibido el sacramento, se llamaba Alejandra y tenía 19 años.
Al finalizar la celebración en la que recibí a Cristo por primera vez, el sacerdote celebrante dijo: “ojalá algunos niños se vayan al Seminario, que falta hace”. Eso aún lo tengo muy presente, ya que después de lo que voy a contarles, puedo decir que Jesús ya me estaba invitando a seguirlo. A la edad de 9 años decidí participar en el grupo de monaguillos, pero mi motivación no era el servicio, sino una bolsa de dulces que el padre nos daba los domingos cuando le ayudábamos. Pasaron los años y seguí en el grupo; aunque ya no había esa pequeña recompensa, a mí me gustaba mucho ayudar en el servicio al altar.
A los trece años de edad ya no quería estudiar; por un lado, la escuela no me gustaba, y por otro, veía cómo a muchos jóvenes con los cuales convivía no les decían nada en sus casas por no ir a la escuela; entonces, para mí eso era normal y fácil. Cuando llegué a casa con la determinación de no estudiar, me mandaron a trabajar, pero el gusto me duró muy poco porque continué con mis estudios.
Uno de los sacerdotes que colaboraba en mi parroquia de origen, Nuestra Señora de los Dolores, me dijo que Dios tenía algo bueno para cada uno de nosotros, pero dependía de cada quien seguir o no su voz. El tiempo pasó, y después de participar en algunos retiros juveniles, sentí la inquietud de ingresar al Seminario. Cuando le dije a mi mamá, ella me contestó: “con eso no se juega”, y lo decía porque sabía que era muy inquieto, rebelde, entre otras cosas, y como la escuela ya la había dejado, se podía esperar todo de mí, según el pensamiento de mi mamá.
El 14 de agosto del 2006 ingresé al Seminario Menor, hace once años, y al llegar a esta etapa en la que me encuentro puedo decir que ha valido la pena seguir a Cristo; es cierto que hay que prepararse para ser un pastor que quiera a su pueblo, pero lo que más importa es decir “sí”. Dios nos ayuda a superar las adversidades para continuar. Actualmente curso el tercer grado de Teología, y aunque tengo que seguir trabajando en mi formación integral, Dios se manifiesta siempre y me impulsa a realizar cosas que nunca creí hacer. ¡Alabado sea Jesucristo!