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Lectio Divina: “¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María?”

Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?”. Y estaban desconcertados. Pero Jesús les dijo: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos. (Mc 6,1-6)


 

P. Julio César Saucedo

 

 

Qué dice el texto?

El evangelista san Marcos, en los capítulos anteriores, nos ha introducido en la comprensión de quién es Jesús: él es el Hijo de Dios que camina en medio de su pueblo. En efecto, el Señor ha anunciado la Buena Nueva y ha realizado algunos milagros cerca del lago de Galilea. Ahora, con este texto, se hace una irrupción cuyo punto focal será la fe en Jesús.



Marcos no nos dice el nombre de la patria de Jesús, pero el lector sabe que se trata de Nazaret (Mc 1,9). Como era de costumbre, él va a la sinagoga en sábado, y los judíos se asombran de la sabiduría de Jesús, quien ha leído y comentado la Escritura; pero, de este asombro inicial se puede llegar a la fe o a la incredulidad: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí entre nosotros sus hermanas?”. Por la actividad pública de Jesús es obvio que, lo que ha realizado revela quién es, en su identidad divina, pero la humildad de su origen –no es este el carpintero, el hijo de María– se suscita el escándalo real, a saber, el misterio de la encarnación, y con ello, resulta incomprensible que Dios sea cercano a su pueblo y verlo en la esfera de lo cotidiano.

 

Meditatio: ¿Qué me dice el texto?

La incredulidad de los habitantes de Nazaret no radica en negar a Dios, al contrario, ellos defienden su grandeza y omnipotencia, lo que propicia que se le niegue reconocerlo en la humildad bajo la singular persona de Jesús: es demasiado humano para que sea el Hijo de Dios. También puede ocurrir que tantas veces nosotros como cristianos entremos en una simetría de mentalidad, negando el camino humilde, pequeño y sencillo con el que Dios desea acercarse a sus hijos. Pensemos, por ejemplo, en cuántos cristianos no se escandalizan por el hecho de que en el sacramento de reconciliación se puede perdonar el pecado más grave. “¿Cómo puede ser posible que, basta que se confiese para que se le perdone esta fechoría?” –se exclama–. Participar de la misa dominical, de la vida sacramental, hacer oración y alguna obra de caridad, no nos da el derecho de convertirnos en jueces de Dios y de nuestro prójimo, mucho menos, moldearlos según nuestra propia concepción. No olvidemos que Dios es indefinible, porque definir significa poner límites; más bien, asumamos, que “Dios es amor”, quien ha tomado la iniciativa en lo extraordinario de la humildad para hacernos sus hijos en el Hijo.

 

Oratio: ¿Qué me hace decir el texto?

“Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a Ti. Que no desee otra cosa sino a Ti. Que me odie a mí y te ame a Ti. Y que todo lo haga siempre por Ti. Que me humille y que te exalte a Ti. Que no piense nada más que en Ti. Que me mortifique, para vivir en Ti. Y que acepte todo como venido de Ti. Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti. Que siempre escoja seguirte a Ti. Que huya de mí y me refugie en Ti. Y que merezca ser protegido por Ti. Que me tema a mí y tema ofenderte a Ti. Que sea contado entre los elegidos por Ti. Que desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en Ti. Y que obedezca a otros por amor a Ti. Que a nada dé importancia sino tan sólo a Ti. Que quiera ser pobre por amor a Ti. Mírame, para que sólo te ame a Ti. Llámame, para que sólo te busque a Ti. Y concédeme la gracia de gozar para siempre de Ti. Amén” (San Agustín).





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