La necesaria templanza

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Lectio divina: “Feliz cumpleaños”

Lectura del Santo Evangelio En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “Paz a ustedes”. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver […]

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Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “Paz a ustedes”. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: “¿Por qué se alarman?, ¿por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Tóquenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen algo que comer?”. Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: “Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse”. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto”. (Lc. 24,35-48)


P. Oscar Arias

Meditatio

Sólo el evangelio de Lucas relata este episodio del camino hacia Emaús, donde dos de los discípulos se encuentran con Cristo Resucitado; en un camino que comprende alrededor de unos diez kilómetros, transcurso que se puede completar en unas dos o tres horas caminando. Tiempo propicio para tener una buena y larga plática, para recordar, para planear, para compartir lo relacionado con cualquier tema, incluso para integrar en el diálogo a alguien más, para compartir ese trayecto, conocerle y saber hasta dónde podemos confiarle.

Lo curioso es que los que llevan la plática son los discípulos, ellos son quienes llevan el control del diálogo; pero su interlocutor se convierte en quien los conduce a darse cuenta de que es precisamente de Él de quien vienen hablando, sin percatarse de ello.

Un poco antes del Evangelio que escuchamos este domingo, en el versículo 25 de éste mismo capítulo, les llama: “Insensatos, tardos de corazón”, a los discípulos que no alcanzan a ver más allá. El original griego de la palabra que utiliza el evangelista es anòetos, faltos de sentido, de conocimiento de las cosas, hasta se puede traducir como “necios” (ver Diccionario Vox, Griego-Español). “Lentos de corazón” para creer en todo lo que anunciaron los profetas. Recordemos además que, en el pensamiento hebreo antiguo, el corazón es aquél tamiz, aquél instrumento de la persona a través del cual se filtra todo lo que nos sucede, para que nos ayude a darle una interpretación.

Este Evangelio comienza con la narración de los discípulos que al final pudieron reconocer a Jesús al partir el pan. Mientras narraban este acontecimiento, se les presentó nuevamente Jesús, identificándose a través del saludo más común y bello que entre judíos se hacen: “Shalom”, “la paz sea con ustedes”.



Contemplatio

Es que la presencia de Jesús en medio de sus discípulos, en medio de nosotros, tiene sus consecuencias; produce diferentes frutos, nos ayuda a entender las cosas que nos pasan en la vida, nos brinda herramientas para interpretar los acontecimientos que suceden alrededor nuestro, y los integra en una historia de salvación. La presencia de Jesús Resucitado en medio de nosotros, nos trae la paz, nos hace entender que no necesitamos nada más que su caminar al lado nuestro, que se quede en la Eucaristía partiendo el pan para nosotros, de manera que podamos dar de comer a los demás, como lo mandó Él mismo a sus discípulos, convirtiéndolos en misioneros.

Esta semana tuve la oportunidad de celebrar mi cumpleaños número 45, y uno de mis cuñados me preguntó: “¿Qué quieres de cumpleaños?”. Por mi parte sólo le respondí: “¡Nada!”, sólo reza por mí. Entonces él y mi hermana insistieron: “¡De verdad!, ¿qué quieres?”. Nuevamente les dije que nada, que no deseo nada. Estimado lector, no quisiera que pensaras que eso es un acto de conformismo, de mediocridad, de soberbia o no sé cuántos pecados más. De verdad lo dije con mucha tranquilidad y cariño a mi familia: “¡No necesito nada!”. Y no porque me baste a mí mismo, pues sé suficientemente que soy pecador y que requiero la intercesión de los demás ante Dios, pero si les decía que no necesitaba nada material, me refería a que la presencia de Jesús caminando a mi lado me es suficiente para sortear lo que la vida me vaya presentando. Claro que siempre hay una lista de cosas que nos pudieran hacer sentir bien, pero no necesariamente son materiales, sino cosas como salud para mis seres queridos, trabajo para quien lo requiere, o la santidad de mi comunidad, etcétera. Pero, en serio, pienso que Jesús se ha de encargar de todo ello, a mí me basta con caminar a su lado, con tratar de entender que con su resurrección nos ha ganado ya el regalo más grande que jamás pude imaginar, porque nos llama a la vida eterna, vida que ya en el mundo presente podemos degustar cuando tomamos conciencia que Jesús está con nosotros, que irrumpe en nuestras vidas, en nuestra habitación, deseándonos la paz: “Shalom”. Efectivamente, cuando Jesús nos trae esa paz, ya no requerimos nada más.

Oratio

Danos siempre esa paz Señor Jesús, que nuestro corazón no desee nada más que ir caminando contigo, por las sendas que cada quien lleve en su vida, pero apoyados por Ti.

Actio

Esta semana procuremos, en nuestra oración, hacer conciencia de que Jesús camina con nosotros.





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