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Lectio Divina: “El que permanece en mí, y yo en él, ese da mucho fruto”

Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, Él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto. Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde. Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre está en que den mucho fruto, y se manifiesten, así como discípulos míos”. (Jn. 15, 1-8)


 

Mons. Armando Colín Cruz *

Para una mejor comprensión del texto

Este texto está situado en la segunda parte del Evangelio, llamado también el libro de la pasión-gloria, dentro de los discursos de despedida que Jesús dirige a sus apóstoles en la Última Cena. En esta parte el evangelista ha reunido una serie de enseñanzas que constituyen su testamento espiritual fundamentado en la “hora”, es decir, su salida gloriosa de este mundo a través de su sacrificio en el patíbulo de la cruz.

El capítulo donde se encuentra el texto es una meditación que Jesús hace de manera muy sentida, en un ambiente de oración, de caridad fraterna, de entrega y también de traición, en el que revela a sus discípulos el sentido de su comunión con Él y las raíces en que se funda el verdadero discipulado. En este contexto, utiliza la imagen de la vid y los sarmientos para expresar esta intercomunicación que se establece entre Él y sus seguidores. Se dirige a los que están con Él en ese momento tan privilegiado pero su contenido transciende el momento, el lugar y las personas.

La imagen de la vid es muy utilizada en el AT para expresar la realidad del Pueblo de Israel. En el libro de los Números se cuenta como los exploradores de la Tierra Prometida trajeron un hermoso racimo de uvas prendido en un sarmiento (Num 13, 22). Isaías nos transmite una bella descripción de Israel como viña (Is17, 5-8). También en el Nuevo Testamento se utiliza la figura de la viña para simbolizar a Israel aludiendo a que es viña escogida pero que no da el fruto que se espera de ella. Con estas claves de lectura interpretamos el texto. Hemos de escuchar más allá que las palabras, los sentimientos de Jesús. Hoy somos sus invitados, elegidos como sus amigos y nos abre su corazón. Nos llama a ser sus discípulos.

¿Qué me dice este texto?



La imagen de la vid que nos presenta el texto de este domingo nos lleva a meditar lo que la Palabra de Dios quiere comunicarnos, el cual nos lleva a preguntamos ¿qué me dice el texto? ¿Qué nos dice el texto? Hay sarmientos que se podan para que den más fruto y otros que se cortan porque ya no dan fruto, el texto emplea verbos que lo expresan claramente; elegir, arrancar, dar fruto. Es de notar que el grupo de los discípulos de Jesús es un grupo fértil, destinado a dar muchos frutos. “La gloria de mi Padre está en que den muchos frutos, y se manifiesten, así como discípulos míos” une ser discípulo con dar fruto.

Por tanto, la expresión “dar fruto” aquí comprende toda la actividad interior y exterior del discípulo. El fruto está en permanecer unido al maestro como el sarmiento a la vid. Así este texto rompe los conceptos clásicos de relación entre un maestro y su discípulo. La unión del sarmiento con la vid no es una mera intercomunicación de amistad; expresa la dimensión de comunión existencial que Jesús vive con el Padre para que los discípulos comprendan la de ellos mismos con Jesús y que “sin mí nada pueden hacer” seremos sarmientos secos destinados al fuego si no permanecemos unidos a Él.

“A través de la analogía de la uva y los sarmientos, Jesús nos invita a estar unidos a Él. Nosotros somos los sarmientos, y si permitimos que la vida de la vid reine libremente en nosotros, ésta dará muchos frutos de paciencia, generosidad, compasión y perdón. Ésta hermanos(as) es una sugestiva pregunta para nosotros: ¿Vivo yo en Jesús, o estoy lejos de Él? ¿Estoy yo unido a la vid que me da la vida, o soy yo un sarmiento muerto que es incapaz de dar frutos y de dar testimonio? Los sarmientos no son autosuficientes, sino que dependen totalmente de la vid, en la cual se encuentra el manantial de la vida de ellos. Así es para nosotros los cristianos. Insertados por el bautismo en Cristo, hemos recibido de Él gratuitamente el don de la vida nueva y podemos quedarnos en comunión vital con Cristo”. (Homilía de S.S. Francisco, 3 de mayo de 2015).

¿Qué le digo yo al Señor, Palabra viva?

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Queremos escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor, algo que surja de lo más profundo de nuestro corazón, como la oración siguiente: “Señor deseo permanecer en ti, como el sarmiento, quiero escuchar tu voz, tu palabra, tu mensaje y dejar que entre a mi corazón, en mi cuerpo, en mi mente, en mi alma y en mi espíritu, que verdaderamente se note que permanezco en ti con mis acciones, con mis actitudes, dando mi mejor esfuerzo y voluntad para lograr que mucha gente también permanezcan en ti, quiero glorificarte porque tu amor es único y eterno. Amén”.

¿A qué me comprometo con la Palabra encarnada?

Para el momento de la contemplación hagamos nuestro el siguiente versículo del Evangelio dejando que entre a nuestra vida y a nuestro corazón: “Permanezcan en mí y yo en ustedes”. Debe haber un cambio notable en nuestra vida proponiéndonos una acción o actividad que nos identifique como discípulos de Jesús, recordemos que nos manifestó que la Gloria del Padre se encuentra en dar frutos. En este tiempo de Pascua es un buen momento para ser testigos de la alegría de la resurrección. Como nos dice el Papa Francisco al inicio de su reciente exhortación apostólica: “Alegraos y regocijaos” (Mt 5,12), dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y es nuestra meta, no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. Nos pide todo.

*Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México





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