Lectio Divina: Dar a los pobres
Lectura del santo Evangelio En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: –¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, […]
Lectura del santo Evangelio
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: –¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él replicó: –Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: –Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo–, y luego sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: –¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! Mc. 10, 17-30.
Dar a los pobres
P. Julio César Saucedo
El texto evangélico presenta a un hombre que se distingue por su deseo de encontrarse con Jesús. Es importante apreciar, que la expresión aduladora de este hombre (Maestro bueno) es reconducida por Jesús hacia el Padre, el Dador de todo bien, provocando ir a la comprensión del mandamiento principal del Shema Israel (Escucha Israel): «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Dt 6,4). De hecho, Jesús le citará a este hombre 6 palabras (mandamientos) del Decálogo, que conciernen a la relación con el prójimo.
Sin embargo, este hombre anónimo le expresa a Jesús que ha observado esos mandamientos desde su juventud, probablemente ayudado por la educación de sus padres a quienes ha honrado poniendo en práctica su religiosidad. Apreciando esta sinceridad, Jesús le propone dar un paso más radical: partir de sí mismo para vender sus bienes y dárselos a los pobres. Este sería el significado de aquel «renegar o renunciar de sí mismo» que pide Jesús para seguirlo: «El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga» (Mc 8,34). Notemos que la invitación de Jesús no se refiere a una renuncia masoquista o a un desprecio pietista de los bienes, que llevan a la nada y al sinsentido; sino más bien, a vencer la fascinación del “tener”, mediante el “donar”: «dáselo a los pobres».
Libérame, Señor, de todo lo que representa una riqueza convertida en idolatría: de mis bienes y de todo cuanto he acumulado; de mis cualidades, que considero un tesoro con las que puedo procurarme ciertas ventajas ante los demás; del querer imponer mis ideas, para ser reconocido y apreciado. Ayúdame, a tener libres mis manos de toda esclavitud para poder tomar mi cruz de cada día, amándote por encima de todo, y amando a mi prójimo como a mí mismo. Amén.