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Homilía del Arzobispo Aguiar en el Domingo XX del Tiempo Ordinario

"Todas las personas tienen el don de la fe", el cual pueden desarrollar y hacer crecer, afirmó el Arzobispo Aguiar.

16 agosto, 2020
Homilía del Arzobispo Aguiar en el Domingo XX del Tiempo Ordinario
El Arzobispo Carlos Aguiar preside la Misa dominical en la Basílica de Guadalupe. Foto: INBG/Cortesía.

“Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse” (Is 56, 1).

Los tiempos de Dios son la eternidad, por eso el anuncio del profeta Isaías “mi salvación está a punto de llegar”, en realidad significa que Dios está siempre dispuesto a intervenir para auxiliar a la persona o a la comunidad creyente, en cuanto vele por los derechos de los demás y practique la justicia. Por tanto, la condición que pone Dios para actuar está siempre al alcance del hombre, está en nuestras manos.

Este anuncio del Profeta, dirigido al pueblo de Israel después de la dolorosa experiencia del destierro, está abierto a todos los pueblos; comienza la dura tarea de hacer entender a Israel, que hay un único Creador del Universo; por tanto, todos los pueblos de la tierra están bajo la mirada tierna y amorosa de Dios Padre. Hagamos cotidiana la alabanza que cantábamos en el Salmo: ¡Que te alaben, Señor, todos los pueblos! ¡Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora!

Por ello, interesémonos por todos, incluso por quienes nos hayan marginado o hayan roto su relación con nosotros. Esto explica la actitud y el amor de San Pablo por el pueblo de Israel, por su propio pueblo que lo expulsó, lo persiguió y buscó quitarle la vida. Aprendió en carne propia, que Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección.

La razón de fondo la explica el Apóstol al afirmar: Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección. Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios y ahora han alcanzado su misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos, que ahora son los rebeldes y que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán. Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia. Queda claro que la misión de Jesús es universal, Dios es Padre de todos los pueblos.

En el Evangelio hemos escuchado que una mujer cananea, por tanto, extranjera, ha escuchado, que el profeta Jesús de Galilea, se encuentra en su población y no pierde la ocasión para pedirle, con insistencia y con gran humildad, la curación de su hija, ya que se encuentra en una situación dolorosa, que ha salido de su control el resolverla.

¿Por qué se resiste Jesús para atender a esta mujer Cananea? “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Jesús no le contestó una sola palabra. En cambio, son los discípulos quienes se acercaron a Jesús para rogarle: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”.

En realidad, a los discípulos no les interesaba resolver el problema de la mujer, les preocupaba apagar el escándalo, que provocaba la mujer con sus gritos, y que, en tierra extranjera, como lo era Tiro y Sidón tuvieran un conflicto, con la comunidad o con la autoridad, que perjudicara la fama de Jesús. Sin embargo, la respuesta de Jesús desconcierta a los discípulos: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.

Por su parte la mujer continuaba rogándole a Jesús que la ayudara: Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante Él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!”. Él le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.

¿Qué pretende Jesús? Ha llevado a sus discípulos a tierra de paganos, para romper la fuerte tendencia, que después de 5 siglos, continuaba al considerar a Dios como el Dios de un pueblo, y no el Único Dios verdadero, que debía darse a conocer al mundo entero. ¿Entonces porque actúa así?

La respuesta la encontramos en las palabras de Jesús: Mujer, ¡qué grande es tu fe! Los discípulos acababan de vivir la experiencia de afrontar el viento huracanado a medianoche, y haber escuchado el reclamo que Jesús hizo a Pedro: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? Los discípulos tienen que aprender la lección, una mujer extranjera tiene más fe que ellos. La fe no es privilegio de un pueblo, es un don universal que otorga el único Dios a todos los hombres.

Jesús ha llevado a sus discípulos a Tiro y Sidón para que constaten, que Dios se hace presente en todas las naciones, y que todas las personas tienen el don de la fe y la desarrollan, la hacen crecer. Así prepara Jesús a sus discípulos, que deberán llevar el anuncio del Evangelio, la Buena Nueva del único y verdadero Dios, a todos los pueblos hasta los últimos rincones de la tierra. Como anunciaba el profeta Isaías, la Misión universal parte de la elección de un pueblo. La misión de Jesús se concentra en su pueblo Israel, para que sea el promotor del verdadero Dios.

La fe es un don, un regalo, pero es una semilla que crece y está en nuestras manos el desarrollarla. ¿Cómo desarrollar la fe? Mediante la escucha de la Palabra de Dios, la escucha del interior, del espíritu, la confianza, la voluntad firme, la obediencia, la búsqueda y la relación con Jesús. Es provechoso preguntarnos con frecuencia: ¿Mi fe está centrada en el Dios revelado por Jesucristo? ¿Qué lugar ocupa mi oración y a quien la dirijo? ¿Mi fe ha crecido, o la he dejado de lado en mi cotidianidad? Si ha crecido, ¿qué situaciones o personas me han ayudado a desarrollarla?

La transmisión de la fe, mediante un proceso evangelizador, que comienza en la familia de padres a hijos, continua con la ayuda de la comunidad parroquial, especialmente con la enseñanza catequética, y que debe extenderse, mediante el testimonio atrayente de los cristianos, en todos los ambientes de la vida, especialmente en la atención de los necesitados, enfermos, reclusos, indigentes, adictos a todo tipo de dependencias esclavizantes.

Pidamos a Nuestra Madre, nos auxilie para desarrollar y transmitir nuestra fe.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

Puedes leer: Editorial Desde la fe, Unidos en la esperanza, afrontemos el dolor

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