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Homilía del Arzobispo Aguiar: Cristo Rey, su reino está en nosotros

En la fiesta de Cristo Rey, ¡todos manifestemos que el Reino de Dios está en marcha!

22 noviembre, 2020
Homilía del Arzobispo Aguiar: Cristo Rey, su reino está en nosotros
El Arzobispo Carlos Aguiar Retes. Foto: Basílica de Guadalupe/Cortesía.

“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”.

Esta página del Evangelio suele interpretarse como el momento del Juicio final sea el particular al fallecer o el universal al final de los tiempos. Sin embargo, también y sobre todo es una motivación muy fuerte y alentadora para mover nuestro corazón a la médula del mensaje y a la práctica de las enseñanzas de Jesús, para invitar de manera convincente a vivir el amor a los pobres, especialmente a los más necesitados, como camino para ejercitarnos en el amor, y encontrar experiencialmente en esta vida la comunión con el Espíritu de Jesús.

Dios, nuestro Padre sabe perfectamente de la fragilidad y de la debilidad de nuestra condición humana ante las tendencias y pasiones originadas en la relación interpersonal. Por eso, la Parábola que hoy hemos escuchado del Profeta Ezequiel manifiesta el interés y la prontitud de Dios para auxiliar y proporcionar a la comunidad humana, en todas las expresiones culturales, su inmenso amor y misericordia: “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas… e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad”.

¿Qué significa dispersarse en un día de niebla y oscuridad? Dispersarse consiste en separarse de la habitual relación establecida, donde la ayuda mutua fortalece la voluntad y proporciona la motivación necesaria para mantener las buenas y positivas relaciones con los demás.

La dispersión sin embargo está latente cuando se pierde la luz y la claridad para seguir caminando ante la niebla, que no permite ver las cosas a distancia; es decir, cuando se pierde un proyecto que me ilusionaba, una amistad o una persona que me acompañaba favorablemente, cuando el futuro que confiaba alcanzar se ha diluido o perdido, cuando una situación y estado de vida se quiebra, se fractura y no se ve cómo recuperarla.

En este tiempo de pandemia hemos entrado en una fuerte experiencia de dispersión, y sobretodo estamos caminando en un tiempo de niebla y oscuridad. En estas circunstancias es cuando mas necesitamos ayuda, aliento para generar de nuevo la esperanza, por eso dice Dios: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré reposar, dice el Señor Dios. Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré”.

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El Señor está pendiente de nosotros, tanto para atender al que sufre como para robustecer a quien se encuentra en una condición de vida favorable y se disponga a ayudar. Ambas situaciones a la vez, explican la fuerte exhortación de Jesús, incluso expresando como condición necesaria e indispensable, que debemos ayudar, y acompañar, levantar y consolar al prójimo, porque ahí encontraremos a Cristo sufriente en la cruz. Y además, viviendo este proceso para desarrollar y descubrir que en el prójimo necesitado se hace presente Jesús, aprenderemos a amar sin condiciones, a la manera como Dios nos ama, preparándonos así para la vida eterna, que consiste en participar de la naturaleza de Dios Trinidad, que es el Amor.

Por eso al final de nuestra vida escucharemos a Jesucristo que nos dirá: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme”.

Este hermoso y consolador futuro que Jesús nos anuncia hoy, debemos asumirlo con el realismo indispensable de la presencia del mal en el mundo. San Pablo expresa con claridad que la victoria sobre el mal está garantizada, pero eso no significa que lo esté mientras seguimos peregrinando en esta vida terrestre: “Cristo… resucitó como la primicia de todos los muertos…En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo. Enseguida será la consumación… después de haber aniquilado todos los poderes del mal”.

Ahora queda esclarecido que el Reino de Dios está ya presente a través de cada uno de nosotros, que hemos decidido seguir a Jesús, ser sus discípulos, y disponer nuestra voluntad y corazón para practicar la caridad, para ejercitarnos en el amor, atendiendo a nuestros prójimos necesitados.

‘Pedimos por ustedes los laicos’

Hoy es la fiesta de Cristo Rey, hoy es la celebración del Reino de Dios en medio de nosotros, y hoy es el día del Laico; es decir, del bautizado en el nombre de Cristo, que hace presente el Reino de Dios en nuestros días. Hoy los Obispos, Presbíteros y miembros de la Vida consagrada, pedimos muy especialmente a Dios Padre por todos Ustedes los laicos, discípulos de Cristo, que en sus ambientes y contextos de vida hacen presente el amor de Dios, auxiliando al necesitado que encuentran en su diario caminar.

Y, ¿quién es la primera laica, que nos ha da ejemplo constante de cómo vivir fielmente las enseñanzas de Jesucristo? Ya lo han recordado, claro, es Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien con ternura nos auxilia y nos fortalece para salir adelante en la lucha contra el mal, nos consuela y nos alienta a descubrirnos hermanos, miembros de la familia humana, y nos llena de esperanza ante cualquier adversidad.

Pidámosle a ella por todos nuestros laicos, para que todos manifestemos en el mundo de hoy, que el Reino de Dios está en marcha, y con ella, proclamemos que su Hijo Jesucristo es nuestro Rey. ¡Viva Cristo Rey!

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

 

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