Cuaresma y Miércoles de Ceniza
Pbro. Sergio G. Román PARA REFLEXIONAR En el Miércoles de Ceniza se forman inmensas colas para recibirla. ¿Por qué? ¿Por qué la recibes tú? UN OJO A LA BIBLIA El pecado de Adán y Eva los hizo indignos del Paraíso; ya no podían permanecer en él y fueron arrojados. Busquemos en la Biblia el […]
Pbro. Sergio G. Román
PARA REFLEXIONAR
En el Miércoles de Ceniza se forman inmensas colas para recibirla. ¿Por qué?
¿Por qué la recibes tú?
UN OJO A LA BIBLIA
El pecado de Adán y Eva los hizo indignos del Paraíso; ya no podían permanecer en él y fueron arrojados. Busquemos en la Biblia el texto de Génesis, capítulo 3, versículos del 17 al 19.
Este texto nos recordará las palabras que el ministro nos dice al imponernos la ceniza: “Recuerda que eres polvo y que al polvo haz de volver”
UN OJO A LA HISTORIA
Cuando nosotros hemos pecado y deseamos reconciliarnos con Dios, buscamos un sacerdote, normalmente en un confesonario, le decimos nuestros pecados, escuchamos lo que nuestro confesor tenga a bien decirnos, tomamos en cuenta la penitencia saludable que nos deja, recibimos la absolución de nuestros pecados, nos sentimos agradecidos con Dios porque es misericordioso… ¡y ya!, asunto arreglado. Así de fácil.
Pero no siempre ha sido así. Durante una buena parte de la historia de la Iglesia, el Sacramento de la Reconciliación se rodeó de una serie de ritos y ceremonias que lo hacían impresionante, definitivo para el cambio de vida del penitente.
El Sacramento de la Reconciliación solamente se recibía una vez en la vida si se había cometido una falta grave y pública.
El pecador arrepentido confesaba su pecado en secreto al Obispo y era admitido al grupo de los Penitentes.
Estos eran recibidos públicamente el Miércoles de Ceniza en la Comunidad en donde se les imponía un vestido especial llamado silicio o sayal, hecho de un material áspero que lastimaba la piel; después se les imponía alguna penitencia pública y se les echaba de la Iglesia para indicar que el pecado nos saca de la comunión con el resto de la Comunidad. Durante la Cuaresma hacían penitencia mientras los demás cristianos oraban intensamente por ellos y, por fin, eran aceptados a la reconciliación plena por el Obispo ya sea el Jueves Santo, el Viernes, como aún se hace en España, o antes de la Vigilia Pascual del Sábado Santo por la noche, para que pudieran comulgar en la Pascua.
En las Galias, hoy Francia, se comenzó a usar también la ceniza como signo de penitencia y después se extendió a toda la Iglesia Romana en el año 1091 por recomendación del Papa Urbano II.
Lo que en un principio era solamente para los que hacían penitencia pública, se generalizó para todos los cristianos, que así nos reconocíamos como una Iglesia pecadora, necesitada del perdón de Dios.
CUARESMA: RECONCILIACIÓN
“Confesarse al menos una vez al año, por la Cuaresma, o antes si hay peligro de muerte”, nos dice el mandamiento de la Santa Madre Iglesia y, de esta manera, el Sacramento de la Confesión, Reconciliación, queda ligado a este tiempo litúrgico de preparación a la Pascua. ¿Qué mejor manera de celebrar el máximo misterio del cristianismo que recibiendo el perdón de los pecados y haciendo penitencia por ellos?
CUARESMA: PENITENCIA
Por su muerte y resurrección, Jesús nos redimió; es decir, pagó por todos nuestros pecados mereciéndonos el perdón de Dios y nuestra participación en la vida de la gracia. Por él nos salvamos y podemos participar del Reino de los Cielos.
A esto llamamos Redención.
El pecado, por ser un crimen contra Dios y contra nuestros hermanos, merece una pena eterna: el infierno.
De esta pena nos libra la Redención: Cristo pagó por mí.
Pero el pecado merece también una pena temporal, en justicia, y ésa debemos pagarla nosotros como signo de nuestro arrepentimiento sincero y de nuestro cambio de vida.
Todos entendemos que si bien se perdona el pecado de robar al que es ladrón, queda la obligación de regresar, en justicia, lo que ha robado. Eso sería la penitencia.
Por nuestros muchos pecados debemos hacer penitencia y la Iglesia nos propone este tiempo de la Cuaresma como propicio para hacerla. Penitencia será, ante todo, reparar el daño que hicimos en lo posible; pero, además, la Iglesia nos propone tres formas clásicas de penitencia:
Ayuno, es decir, mortificación de los sentidos para indicar que el cuerpo no es nuestro amo, sino que nosotros mandamos sobre él para que sea un instrumento armónico en nuestra vida cristiana. El ayuno propiamente dicho y obligatorio ha quedado reducido al Miércoles de Ceniza y al Viernes Santo. Además guardamos abstinencia de carnes, también de pollo, los viernes. Todo esto reducido a su mínima expresión por la Iglesia, madre llena de amor.
Limosna, es decir, hacer obras buenas. Dar no sólo nuestro dinero, sino nuestro tiempo y lo que sabemos.
Oración, no sólo la que hacemos en la participación de la Misa, sino también la oración más personal y la reflexión constante. Es el tiempo ideal de asistir a retiros y ejercicios espirituales.
COMPROMISOS
Nuestro compromiso en este tiempo penitencial tiene que ser el tomar en serio la Cuaresma y vivirla de una forma más significativa de nuestro arrepentimiento y deseo de cambio.
Cuaresma es un tiempo de recogimiento que nos lleva a evitar las fiestas y espectáculos públicos. El Papa nos ha hablado, incluso, de un ayuno de televisión.
Cuaresma es un tiempo de hacer obras buenas como personas y como familia.
Intensificar o iniciar la oración en familia será un signo de nuestro deseo de conversión.
Busquemos, sobre todo, confesarnos en este tiempo.