DOMUND: ¿qué es y por qué es importante para la Iglesia católica?
Este día, los católicos tenemos la oportunidad de dedicar un día para orar y apoyar a quienes se dedican a misionar.
El tercer domingo de octubre, la Iglesia católica celebra el DOMUND, o “Domingo Mundial de las Misiones”. Ese día, los católicos tenemos la oportunidad de dedicar nuestra jornada para orar y apoyar a quienes se dedican a misionar.
Además de motivar a la oración, en el DOMUND todas las parroquias realizan una colecta de fondos para apoyar las obras de misión en los cinco continentes. Todas estas aportaciones son enviadas al Fondo Universal de Solidaridad de las Obras Misionales Pontificias, organismo al que el Papa ha encomendado la atención y promoción de las misiones en el mundo.
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El sentido de misionar
¿Por qué es importante que todos los hombres conozcan, acepten y vivan a Cristo?
Cuando Jesús, una vez resucitado, tiene que regresar junto a su Padre del cielo, se despide de sus discípulos y les deja una misión: predicar el Evangelio. El evangelio de san Marcos nos habla de esta escena tan importante para nosotros, los que seguimos a Jesús. Mc 16, 15-20.
Tierra de misión
El mundo ha cambiado rápidamente en nuestros días. Hemos pasado de una sociedad que se confesaba cristiana, católica, a una sociedad indiferente a la religión y, a veces, antagónica, contraria. Antes la labor pastoral de los sacerdotes era conservar e ilustrar la fe del pueblo. Todos eran católicos y no hacía falta más. En esos tiempos se veía con admiración a aquellos hombres y mujeres que dejaban su patria para ira a tierras extrañas, casi siempre exóticas, a predicar el Evangelio a los paganos que no conocían a Jesús.
Leíamos con emoción sus aventuras en esas revistas de Misiones que tanto se difunden todavía en nuestros días. ¡Cuántos jóvenes se sintieron llamados a irse de misioneros por la lectura de esas revistas!
Una de esas jóvenes, buena católica, miembro del coro de su Iglesia y de la Congregación Mariana, se sintió llamada a ser misionera en la India. Se llamaba Inés y pertenecía a una familia albanesa residente en Yugoslavia. Es nuestra Teresa de Calcuta, servidora de los más pobres entre los pobres.
Ella misma, cuando una jovencita motivada por la labor de la santa le pidió que le permitiera ir con ella a Calcuta, le respondió sabiamente: “Búscate tu propia Calcuta”.
Hoy, en efecto, todo el mundo es Calcuta, todo el mundo es tierra de misión.
Ya no necesitamos ir a esas románticas tierras de paganos para predicar el Evangelio a los que no lo conocen. Aquí mismo, en nuestra patria, en nuestra Ciudad, en nuestro barrio, ¡en nuestra casa!, hay personas indiferentes que necesitan que se les despierte su sensibilidad para poder comprometerse con Cristo. Y esto es importante, es cuestión de vida o muerte; es cuestión de salvación o condenación.
Todos somos misioneros
¿Se han preguntado ustedes alguna vez el porqué de tener fe viviendo en un mundo indiferente?, indudablemente es un privilegio de parte de Dios, el dador de la fe. Pero es un privilegio que implica una responsabilidad: hablar de Aquél a quien seguimos y que nos ha hecho felices, con una felicidad que no dan los bienes materiales de esta tierra.
La Iglesia es misionera porque ha sido enviada por Jesús a predicar el Evangelio. Y la Iglesia no somos nada más los sacerdotes y las religiosas. Ustedes son Iglesia, ustedes son misioneros.
¿Y cómo ser misioneros si no sabemos?
¡Claro que saben!, y, de hecho, muchos de ustedes han sabido ser excelentes misioneros al interior de su hogar. ¿Acaso sus hijos no han sido evangelizados por ustedes?
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Se evangeliza, ante todo, por el testimonio. No se trata tanto de hablar de Cristo sino de vivir como Cristo. Para hablar de Cristo basta aprender una doctrina, para vivir como Cristo se necesita un constante esfuerzo apoyado por la gracia divina. Un ejemplo arrastra más que mil palabras.
Pero también es necesario ilustrar el testimonio hablando de Aquél, Cristo, que lo motiva e inspira.
Hablar de Cristo implica conocerlo.
El conocimiento de Jesús comienza por esa oración que ustedes practican con toda sencillez en la que se ponen en las manos de Dios con la confianza de los hijos pequeños. Orar es platicar con Dios y conocerlo como a un amigo muy frecuentado.
Lo demás es fácil. Es agradable hablar de los buenos amigos.
Conocer a Cristo también significa penetrar en su Evangelio, enseñado y predicado por los sacerdotes y por los laicos más preparados en las iglesias y en las casas. En tu parroquia hay algunas personas que se reúnen a estudiar el Evangelio para después ir a predicarlo a los hermanos. ¿Por qué no se unen ustedes a ese grupo y se preparan más para hacer más fructífera su labor?
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Ellos se llaman, y son, “Misioneros Parroquiales” y están comprometidos en una Misión Permanente que responde a la urgencia de un mundo al que ya no le interesa Jesús. Allí hay un lugar para ustedes.
Las misiones ad gentes
La preocupación por los que no conocen a Jesús en nuestra propia casa no impide que también nos preocupemos por los de tierras lejanas que ni siquiera han escuchado hablar de Él.
La Iglesia destina numerosos elementos, valiosos por su preparación y entrega, a las Misiones “ad Gentes”, es decir, en nuestro idioma, las Misiones entre los Gentiles, los paganos que adoran a falsos dioses y no conocen el Evangelio.
La labor de los misioneros es muy difícil, sobre todo en los países en que las leyes prohíben su misión de predicar. ¡Predican con su silencio! No hablan, ¡actúan!
Así predicaba Teresa de Calcuta: sirviendo desinteresadamente a los ancianos, a los enfermos y a los niños desamparados. Calladamente, sin afán de convertirlos con palabras de esas que son muy bonitas, pero que no sirven de nada sin un testimonio que les de fundamento.
Los misioneros van hoy a tierras extrañas a servir a los hermanos más necesitados, y con perseverancia y paciencia logran que algunos, por fin, pregunten: “¿Quién es Jesús?”, y entonces, sólo hasta entonces, comienzan a hablar de Cristo.