Hoy -27 de septiembre- se cumplen 199 años de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, y así se daba conclusión a la lucha armada por la independencia nacional. Al día siguiente se firmaría el Acta de Independencia del Imperio Mexicano en el Palacio Nacional.
La gesta iniciada por el Cura Miguel Hidalgo y Costilla once años antes, buscaba cambios en la organización política, económica y social de su tiempo, y concluyó luego de innumerables batallas y crisis desatadas por conflictos de ese tipo.
Hoy honramos a muchos héroes que actuaron desde diversos frentes, pero con un objetivo común, y que cuajaron –finalmente- en las consignas del Plan de Iguala: Religión, Independencia y Unión, mismas que evitarían mayor derramamiento de sangre. Entre los personajes de tales acontecimientos figuran tanto Agustín de Iturbide como Vicente Guerrero, y muchos otros cuya memoria corroboran los especialistas.
Hacemos notar que la historia que aprendimos en la escuela –nunca abundante ni completa- ha dejado a la sombra a don Agustín de Iturbide, de modo que cuando las autoridades federales decretaron que los restos de los próceres fueran trasladados de la Catedral de México a la Columna a la Independencia, los de Iturbide no fueron llevados.
A un año de celebrar el bicentenario del nacimiento de México como país, resulta obligatoria la revisión de la historia oficial que nos han enseñado durante años –parcializada a placer por diversos intereses- a fin de que con objetividad afirmemos que el rumbo de nuestra Patria no puede seguir caminos de confrontación permanente de los mexicanos. Hoy y siempre necesitamos cimentar la Nación en la reconciliación y justicia para alcanzar la paz verdadera.
Lamentablemente seguimos siendo testigos de inútiles confrontaciones entre grupos de mexicanos que buscan imponer sus ideas mediante insultos y agresiones a quien piensa diferente. Parece que 199 años no han sido suficientes para llegar a acuerdos en donde impere el diálogo y el respeto como base ordinaria de nuestra convivencia nacional.
Bien podríamos prepararnos para celebrar el bicentenario como país independiente en la reconciliación y el respeto, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, de modo que entre los individuos y entre las naciones no haya otro objetivo que evitar el derramamiento de sangre y las acusaciones estériles o las riñas sin sentido; que nos pongamos como tareas el trabajo honesto, la justicia clara, la oportunidad para todos, los derechos respetados, los valores firmes, la paz duradera.
Trabajemos por un verdadero país independiente, donde nadie sea sometido a vivir en una eterna lucha de poderes que no conduce a ningún lado. Bien valdrá el esfuerzo de todos.
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