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Dios y la humildad en el trabajo

6 octubre, 2019
Creatividad de Publicidad

Lectura del Santo Evangelio (Lc 17,5-10).

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería.

¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra en seguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mando, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’”.

La mayor parte del Evangelio de hoy está dedicada a la enseñanza de Jesús sobre permanecer humildes al haber realizado bien nuestro trabajo.

Como observamos desde los primeros relatos de la Creación y del pecado de Adán, el trabajo humano es esencial. El primer relato de la Creación nos dice: Dios los bendijo diciéndoles “sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla. Manden en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra” (Gn 1,28).

Más que nunca comprendemos que el mandato de Dios implica de nuestra parte una gran responsabilidad para cuidar u conservar nuestro mundo como un espacio habitable. El segundo relato de la Creación nos dice: “Tomó Dios, pues al hombre y lo dejó en el jardín de Edén para que lo labrase y cuidase” (Gn 2,15).



El trabajo es, en principio parte de la bendición original de Dios. Pero el relato del primer pecado también implica un deterioro en el sentido del trabajo, así le dijo Dios al varón: “maldito sea el suelo por tu causa. Sacarás tu alimento de él con fatiga” (Gn 3,17).

En su enseñanza, Jesús supone que hay algunas personas que pretenden exigir en demasía a otros o a Dios, en razón de haber cumplido bien con su trabajo, pero el principio que expresa el Señor es no ir más allá del dicho: “soy un pobre trabajador y no he hecho más de lo que tenía que hacer”. Este dicho implica que cada persona tiene una misión o llamado fundamental, por eso “tiene” que hacer algo.

También implica que está capacitado para cumplir ese cometido y lo ha hecho conforme a lo que podría esperarse. Pero una vez constatadas estas dos realidades, es posible que alguna persona albergara sentimientos de omnipotencia. “He podido hacer cuanto me propongo y todo sale bien”. Por eso el dicho incluye una deprecación (expresión de ruego o plegaria): “soy un pobre trabajador”.

Toda esta dinámica sólo puede mantenerse en un sano marco de referencia cuando tenemos en cuenta la fe en ser creaturas de Dios. La primera gran potencialidad de la fe religiosa cristiana es mantenernos en la verdad, es decir, en la humildad de ser capaces de realizar una misión, cumplirla de hecho y ser agradecidos porque eso forma parte de la bendición original de Dios.

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