Ante la cercanía de la Navidad, intensifiquemos la oración por la paz

Leer más
COLUMNA

Comentario al Evangelio

¿Qués es ser discípulo de Dios?

El cristiano, como discípulo, es llamado a vivir las bienaventuranzas.

9 febrero, 2020
¿Qués es ser discípulo de Dios?
Jesús con sus discípulos

Ustedes son la sal y la luz del mundo (Mt 5,13-16)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos’’.

¿Qués es ser discípulo de Dios?

La exhortación que Jesús dirige a sus discípulos se encuentra ubicada como continuación del grande discurso sobre las bienaventuranzas, en el que se exponen los frutos y la responsabilidad de quien decide seguirlo. Dos son las expresiones que caracterizan al discípulo: “Ustedes son la sal de tierra y luz del mundo”. Por una parte, la sal evoca a la alianza, sea entre pueblos como al pacto con Dios.

Leer: Las tres generaciones en el templo

Por ejemplo, cuando dos ejércitos se aliaban para una determinada batalla, se establecía un pacto que era consagrado por la sal; literalmente ‘comían juntos la sal’. También en los sacrificios ofrecidos a Dios se colocaba la sal, según lo indica el libro del Levítico (2,13), simbolizando con ello, una alianza fuerte. La sal posee un valor extraordinario para realzar el sabor de los alimentos, pero también para conservarlos. Además, en un paisaje árido, los caminantes llevaban una bolsita de sal para combatir la deshidratación.

La otra imagen que caracteriza al discípulo es la luz. A este respecto, la primera lectura de este domingo (Is 58,7-10) ofrece la clave de interpretación para comprender su sentido: “Compartir tu alimento con el hambriento, recibir en tu casa a los pobres, vestir al que está desnudo y no aparte de tu semejante. Entonces brillará tu luz como aurora”. El amor del Padre revelado en Jesús suscita el testimonio valiente del creyente, mediante la cercanía al hermano más necesitado.

Si las bienaventuranzas son el estilo de vida discipular y la esencia de la vida cristiana, ser sal de la tierra y luz del mundo indican que, la experiencia de Dios en su Hijo ‘se realiza, actualiza y conserva’ (imagen de la sal) en la misericordia con el hermano (imagen de la luz).

En un contexto social enmarcado por el relativismo que, muy bien se comprende desde aquella subjetiva expresión: “yo tengo otros datos”, aunado a un individualismo cerrado cuya medida es el propio “yo” y sus “antojos”; el cristiano, como discípulo, es llamado continuamente a vivir las bienaventuranzas en la cercanía a Cristo y, testimoniarlas en un servicio de amor hacia el semejante; de esta forma, se conserva viva la nueva alianza de Dios, que se establece ya no en tablas de piedra, sino en el corazón de cada creyente.