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COLUMNA

Comentario al Evangelio

Evangelio 7 de mayo del 2023: ¿Sabemos cómo será nuestra casa en el cielo?

El Señor, al partir de este mundo en su hora, fue a prepararnos un lugar. El hogar que vislumbramos en realidad nos es revelado por Jesús.

3 mayo, 2023
Evangelio 7 de mayo del 2023: ¿Sabemos cómo será nuestra casa en el cielo?
La morada en el cielo que Jesús nos prometió / Foto: Especial

Evangelio 7 de mayo 2023 según san Juan: (Jn 14, 1-12)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, yo se lo habría dicho a ustedes, porque ahora voy a prepararles un lugar. Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy”.

Entonces Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.

Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aun mayores, porque yo me voy al Padre”.

Palabra del Señor.
A. Gloria a ti, Señor Jesús.

EVoy a prepararles un lugar

¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Dónde pertenezco? Esto nos preguntamos en el Evangelio de este domingo 7 de mayo. Nuestra ubicación en la existencia orienta nuestra identidad. Algunos, inconformes, buscan cambiar su lugar y se ponen en marcha, aspirando a una mejor situación. Otros, fuertemente arraigados, procuran, de cualquier modo, dejar su propia impronta en el espacio que habitan. Como una necesidad vital, reclamamos sentirnos parte de un entorno familiar, en el cual nos establecemos. En ocasiones, el establecerse equivale a aceptar la inercia fatal. Al correr el riesgo de salir, no dejamos, sin embargo, de procurar marcar el territorio en el que nos encontramos con las huellas de nuestra presencia.

Si el corazón aspira a habitar, sabemos también que nuestra morada terrena siempre resulta insuficiente. Lo más conocido termina por diluirse en nuestras manos, por más que nos deje en la memoria el resabio de la eternidad. Por eso la revelación pascual es profundamente consoladora y nos abre a la esperanza última.

El Señor mismo, al partir de este mundo en su hora, fue a prepararnos un lugar. El hogar que vislumbramos en realidad nos es revelado por Jesús. Sí, existe una morada definitiva. Y esa es con Él, en la intimidad del Padre. Su propio itinerario de salvación, que nos lo acercó hasta hacerse nuestro hermano, hasta acampar entre nosotros, desemboca en su ida al Padre. Al glorificarse su humanidad, lleva al seno de Dios nuestra propia condición, abriéndonos las puertas de la eternidad. Se va para volver por nosotros, porque mientras nosotros hemos aún de recorrer nuestro propio camino, Él nos da a conocer que en última instancia Él es nuestro camino, nuestra verdad, nuestra vida, y su retorno equivale al espacio entre nuestra realización histórica y el horizonte definitivo y eterno de nuestra vocación.

El Evangelio de este 7 de mayo nos recuerda que somos peregrinos. No vagabundos. Tenemos un destino, un destino hermoso. Nadie debe sentirse desarraigado. Pero nuestra raíz está anclada en el cielo. Por eso no perdemos la paz. Hay lugar. Lugar para mí. Para ti. Para los seres amados. Para todos. Jesús nos lo promete. Tenemos ahora la tarea de hacernos cargo, siguiéndolo, de nuestro paso por la vida, para que, a su retorno, nos reconozca como suyos, y nos reciba a donde Él mismo ha partido. Nuestro modo de andar, en el misterio colabora en el establecimiento definitivo de la habitación que, en realidad, Él nos prepara. Podemos confiar. Él nos espera. Prosigamos.

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