¿Es correcto mentir?

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COLUMNA

Columna invitada

“Me canso ganso” no siempre es razonable

El voto mayoritario que lleva a alguien al poder político o legislativo, no es una potestad absoluta.

6 febrero, 2019

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Hay papás que deciden algo que deben hacer los hijos, sin tomarlos en cuenta, sin dialogar con ellos, sólo porque tienen la autoridad. Dicen: “Soy tu padre y debes obedecerme; no tengo por qué darte explicaciones”. Son padres impositivos, a quienes el hijo no puede ni responder, porque le iría peor. Son engreídos e intolerantes. ¡Quién sabe cuántos complejos llevan arrastrando! Obispos y párrocos podemos proceder en forma semejante. Hacemos relucir nuestra autoridad religiosa, para imponer a los fieles una decisión, una norma, una obligación, sin antes consultar con ellos, sin escuchar sus razones y sus necesidades reales, sin asesorarnos con consejeros prudentes y plurales. Decimos: “Yo soy el obispo, yo soy el párroco, y aquí se hace lo que yo digo”. Quizá escuchamos y tomamos en cuenta sólo a nuestros colaboradores que nos dan por nuestro lado, y no somos capaces de confrontar nuestras propuestas con quienes tienen otra forma de pensar y de ver la realidad. Cierto que no somos una democracia y tenemos obligación de tomar decisiones; en casos de conciencia nada debemos revelar; sin embargo, somos una familia y tenemos prescritos organismos de consulta en varios niveles. Si erigimos una parroquia, por ejemplo, sin consultar al menos al Consejo Presbiteral, nuestra decisión es canónicamente inválida. La vida comunitaria exige mucho diálogo, tratando de llegar a consensos, siempre que sea posible. Hay también profesores impositivos, que hasta miedo infunden en sus alumnos. Ya no castigan como antes, porque hoy sus padres de inmediato protestan por violar derechos humanos, pero amenazan con bajar calificaciones si no se acatan sus decisiones. De igual modo, hay líderes sindicales y autoridades universitarias cuyo ‘honor’ es mandar e imponer. El voto mayoritario que lleva a alguien al poder político o legislativo, no es una potestad absoluta. Un gobernante y un legislador sabios escuchan, confrontan sus propuestas con quienes tienen otros puntos de vista, toman en cuenta opiniones sensatas, diferentes a las suyas, y saben rectificar y dar marcha atrás en sus decisiones, cuando hay razones pertinentes. Esa es la grandeza de una autoridad: su humildad para escuchar. No quien hace consultas a sus seguidores, para que le aplaudan y apoyen lo que él quiere. El pueblo no es sólo el grupo afín.

Pensar

El Papa Francisco, al recibir en audiencia a una asociación dedicada a formar líderes que trabajan por la paz, dijo: “En el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero de 2019, que tiene como tema ‘La buena política está al servicio de la paz’, reitero que la responsabilidad política pertenece a cada ciudadano, en particular a aquellos que han recibido el mandato de proteger y gobernar. Esta misión consiste en salvaguardar la ley y fomentar el diálogo entre los actores de la sociedad, entre generaciones y entre culturas. Escuchándose, agrego, entre las partes en conflicto. Porque la confianza sólo se crea en el diálogo. Hacen falta líderes con una nueva mentalidad. Los que no saben dialogar y enfrentarse entre sí, no son líderes de paz. Un líder que no se esfuerza por salir al encuentro del ‘enemigo’, de sentarse con él a la mesa, no puede conducir a su pueblo hacia la paz. Para lograrlo, se necesita humildad, no arrogancia. Que podáis contribuir a derribar los muros más altos, construir puentes y eliminar las fronteras infranqueables, legado de un mundo que se está acabando” (3-XII-2018). El diálogo auténtico exige “darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. Esto requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir. Esto implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente: despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio” (AL 137). En su reciente viaje a Emiratos Arabes Unidos, en un discurso ante musulmanes, dijo: “La actitud correcta no es la unanimidad forzada ni el sincretismo conciliatorio; lo que estamos llamados a hacer es comprometernos con la misma dignidad de todos y buscar la recomposición de los contrastes y la fraternidad en la diversidad” (4-II-2019).

Actuar

Quienes tenemos alguna autoridad, grande o pequeña, en cualquier nivel, actuemos como responsables del bien de la comunidad, o de la familia, aprendiendo a escuchar a los demás, antes de tomar decisiones, para que nuestro servicio sea más justo y adecuado. Te puede interesar: Bienaventuranzas de los políticos Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe

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Hay papás que deciden algo que deben hacer los hijos, sin tomarlos en cuenta, sin dialogar con ellos, sólo porque tienen la autoridad. Dicen: “Soy tu padre y debes obedecerme; no tengo por qué darte explicaciones”. Son padres impositivos, a quienes el hijo no puede ni responder, porque le iría peor. Son engreídos e intolerantes. ¡Quién sabe cuántos complejos llevan arrastrando!

Obispos y párrocos podemos proceder en forma semejante. Hacemos relucir nuestra autoridad religiosa, para imponer a los fieles una decisión, una norma, una obligación, sin antes consultar con ellos, sin escuchar sus razones y sus necesidades reales, sin asesorarnos con consejeros prudentes y plurales. Decimos: “Yo soy el obispo, yo soy el párroco, y aquí se hace lo que yo digo”. Quizá escuchamos y tomamos en cuenta sólo a nuestros colaboradores que nos dan por nuestro lado, y no somos capaces de confrontar nuestras propuestas con quienes tienen otra forma de pensar y de ver la realidad. Cierto que no somos una democracia y tenemos obligación de tomar decisiones; en casos de conciencia nada debemos revelar; sin embargo, somos una familia y tenemos prescritos organismos de consulta en varios niveles. Si erigimos una parroquia, por ejemplo, sin consultar al menos al Consejo Presbiteral, nuestra decisión es canónicamente inválida. La vida comunitaria exige mucho diálogo, tratando de llegar a consensos, siempre que sea posible.

Hay también profesores impositivos, que hasta miedo infunden en sus alumnos. Ya no castigan como antes, porque hoy sus padres de inmediato protestan por violar derechos humanos, pero amenazan con bajar calificaciones si no se acatan sus decisiones. De igual modo, hay líderes sindicales y autoridades universitarias cuyo ‘honor’ es mandar e imponer.

El voto mayoritario que lleva a alguien al poder político o legislativo, no es una potestad absoluta. Un gobernante y un legislador sabios escuchan, confrontan sus propuestas con quienes tienen otros puntos de vista, toman en cuenta opiniones sensatas, diferentes a las suyas, y saben rectificar y dar marcha atrás en sus decisiones, cuando hay razones pertinentes. Esa es la grandeza de una autoridad: su humildad para escuchar. No quien hace consultas a sus seguidores, para que le aplaudan y apoyen lo que él quiere. El pueblo no es sólo el grupo afín.

Pensar

El Papa Francisco, al recibir en audiencia a una asociación dedicada a formar líderes que trabajan por la paz, dijo: “En el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero de 2019, que tiene como tema ‘La buena política está al servicio de la paz’, reitero que la responsabilidad política pertenece a cada ciudadano, en particular a aquellos que han recibido el mandato de proteger y gobernar. Esta misión consiste en salvaguardar la ley y fomentar el diálogo entre los actores de la sociedad, entre generaciones y entre culturas. Escuchándose, agrego, entre las partes en conflicto. Porque la confianza sólo se crea en el diálogo.

Hacen falta líderes con una nueva mentalidad. Los que no saben dialogar y enfrentarse entre sí, no son líderes de paz. Un líder que no se esfuerza por salir al encuentro del ‘enemigo’, de sentarse con él a la mesa, no puede conducir a su pueblo hacia la paz. Para lograrlo, se necesita humildad, no arrogancia.

Que podáis contribuir a derribar los muros más altos, construir puentes y eliminar las fronteras infranqueables, legado de un mundo que se está acabando” (3-XII-2018).

El diálogo auténtico exige “darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. Esto requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir. Esto implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente: despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio” (AL 137).

En su reciente viaje a Emiratos Arabes Unidos, en un discurso ante musulmanes, dijo: “La actitud correcta no es la unanimidad forzada ni el sincretismo conciliatorio; lo que estamos llamados a hacer es comprometernos con la misma dignidad de todos y buscar la recomposición de los contrastes y la fraternidad en la diversidad” (4-II-2019).

Actuar

Quienes tenemos alguna autoridad, grande o pequeña, en cualquier nivel, actuemos como responsables del bien de la comunidad, o de la familia, aprendiendo a escuchar a los demás, antes de tomar decisiones, para que nuestro servicio sea más justo y adecuado.

Te puede interesar: Bienaventuranzas de los políticos

Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe