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La reinserción, el fin último del trabajo de la Iglesia en la cárcel

La reinserción, el fin último del trabajo de la Iglesia en la cárcel
Acompañar en la cárcel

Para la mayoría de los cristianos el trabajo que la Iglesia realiza en las cárceles es poco conocido. La Pastoral Penitenciaria es mucho más amplia que su propio concepto; no empieza ni termina en la cárcel.

Aunque se vive y se sirve en la cárcel, fuera de los reclusorios hay un gran reto que es parte importante: contribuir en la prevención del delito y la reinserción social de quienes salieron de prisión y vuelven a sus comunidades, sometidas muchas de ellas a ambientes de mafias o grupos delictivos que las controlan.

Esto nos lleva a reflexionar si somos conscientes del trabajo tan importante que conlleva atender a las familias, al hermano o hermana privados de su libertad, y el gran reto de acompañarlos en el ambiente social en que se han desarrollado.

Las personas que han vivido en reclusión durante un tiempo significativo necesitan de acompañamiento y apoyo. En muchos casos, ellos y ellas tienen que enfrentar la soledad y abandono de la propia familia; de ahí la necesidad de mediadores, de personas que los alienten y les muestren alternativas  de vida.

Una apropiada reinserción social también debe lograr que la persona sea verdaderamente independiente, ya que se condicionó por la dependencia en prisión. Hay que ayudarle a retomar la libertad y aceptar su historia personal.

Además, hay que apoyarlos para asumir un verdadero compromiso de fe. Muchos de ellos y ellas se acercaron a la Iglesia en las cárceles, pero en sus comunidades de origen han vivido al margen de sus parroquias. Además, algunos no ven clara la presencia de Dios en sus vidas, ricas en necesidades, pero pobres en posibilidades.

Nuestros hermanos y hermanas privados de su libertad, al concluir su sentencia están llamados a vivir en la sociedad y en la Iglesia, y el resto de las personas a entender que podemos caminar con los antiguos presos para que rompan un ciclo de violencia y pobreza.

Ellos y ellas son personas e hijos de Dios. Somos nosotros, discípulos misioneros de esta Iglesia, los responsables de ayudarles a construir un verdadero proyecto de vida que les haga aceptar su presente y preparar su futuro.

Las necesidades de la Pastoral

La Arquidiócesis de México, en el ámbito de la Pastoral Penitenciaria nos pide asumir, desde la MISIÓN, un trabajo que trascienda la propia cárcel y nos obligue a ampliar nuestra visión pastoral, superando nuestra concepción geográfica y conceptual de las prisiones, buscando nuevas estructuras pastorales para situarnos en la calle, en la sociedad y en la misma Arquidiócesis; de ahí el imperativo de que la Pastoral Penitenciaria debe abarcar e introducirse en las diversas pastorales de esta Iglesia particular.

Necesitamos una Pastoral de Conjunto, que exprese y proyecte los diferentes servicios de nuestra Pastoral arquidiocesana, cada uno de ellos con sus diferentes dones y carismas, logrando así atender esta necesidad pastoral de nuestros hermanos privados de su libertad.



Para contribuir a una eficaz reinserción social, la Iglesia aún tiene pendientes:

Desarrollar una Pastoral Social donde se destaque la importancia de la Pastoral Penitenciaria en su contexto.

Acompañar y formar a los agentes laicos de pastoral y voluntariado con un perfil bien definido.

Tener en cuenta los recursos legales, apoyo y asesoría de instancias no gubernamentales, como la Comisión de Derechos Humanos, que pueden fortalecer un trabajo de inserción más efectivo.

Crear Centros de Acogida o albergues para aquellos hermanos o hermanas privados de su libertad que, al salir de la cárcel, no tienen un lugar al que ir.

Actividades ocupacionales y socioeducativas través de talleres y trabajo de grupo, orientados a la formación y preparación para su vida en libertad.

Talleres de habilidades técnicas y también sociales

Desde la Pastoral Penitenciaria es importante hacerle saber a las personas que estuvieron privadas de su libertad, que todo caminar exige continuidad y una firme vida interior, sentir la presencia de Dios cerca y encontrar en Él, y el resto de las personas, la fuerza y la esperanza para cambiar, porque cada día es una oportunidad para volver a empezar.

Puedes leer: Entre la soledad y la esperanza, el Día de las Madres en prisión





Autor

Es director de la Comisión de la Pastoral Penitenciaria de la Arquidiócesis de México. 

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