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COLUMNA

Columna invitada

Iglesia Santa y pecadora

Preocupación, dolor y vergüenza, es lo que sentimos al conocer nuevas fallas en nuestra Iglesia.

6 marzo, 2019

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Preocupación, dolor y vergüenza, es lo que sentimos al conocer nuevas fallas en nuestra Iglesia. Durante algunos años, decíamos que todo era una trama de los medios informativos contra su autoridad moral. Sin embargo, son inocultables los pecados y los abusos que se han cometido al interior de la misma institución. Ante esta realidad, es digna de elogio la actitud madura y serena de gran parte del pueblo católico, que asume esta realidad y se mantiene fiel. Reconoce que no es toda la Iglesia la que falla, sino sólo algunos casos. Las quejas más comunes de los feligreses son por los malos tratos que reciben de sus párrocos. En mis casi 28 años de obispo, sólo una vez recibí la denuncia de que un sacerdote estaba predicando cosas contrarias a la fe. Lo llamé para aclarar las cosas, y eran sólo imprudencias en su forma de explicar el origen de la humanidad según la Biblia. Pero quejas por el exceso de requisitos para recibir los sacramentos, por las faltas de atención, por lenguajes léperos, por excesos en bebidas, por los altos estipendios que imponen, por su irresponsabilidad o su autoritarismo, eso es más frecuente, y no de estos tiempos. Lamentablemente. Ahora como obispo emérito, más que antes, recorro varias partes del país acompañando en ejercicios espirituales a los presbíteros, y doy testimonio de su gran disponibilidad para superarse, corregirse, ser más fieles a su vocación, servidores más humildes y entregados a su pueblo. Reflexionan y analizan lo que dicen la Palabra de Dios y el Magisterio eclesial, para enmendar aquello que no refleje el estilo de Jesús en su trato con el Padre celestial y con el pueblo. La gran mayoría de los creyentes aprecian a sus sacerdotes y acuden confiadamente a ellos, porque los perciben buenas personas, entregados a su ministerio, sencillos y pobres, responsables y fieles servidores.

PENSAR

El Papa Francisco, en su tradicional encuentro de fin de año con la Curia romana, resaltó ambos aspectos de la Iglesia: es santa y pecadora. Dijo: “Si Cristo, santo, inocente, inmaculado, no conoció el pecado, sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa e inmaculada y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación. La Biblia y la historia de la Iglesia nos enseñan que muchas veces, incluso los elegidos, andando en el camino, empiezan a pensar, a creerse y a comportarse como dueños de la salvación, y no como beneficiarios; como controladores de los misterios de Dios, y no como humildes distribuidores; como aduaneros de Dios, y no como servidores del rebaño que se las ha confiado. Este año, en el mundo turbulento, la barca de la Iglesia ha vivido y vive momentos de dificultad, y ha sido embestida por tormentas y huracanes. Muchos se han dirigido al Maestro, que aparentemente duerme, para preguntarle: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’ Otros, aturdidos por las noticias, comenzaron a perder la confianza en ella y a abandonarla. Otros, por miedo, por intereses, por un fin ulterior, han tratado de golpear su cuerpo aumentando sus heridas. Otros, no ocultan su deleite al verla zarandeada. Muchos otros, sin embargo, siguen aferrándose a ella con la certeza de que ‘el poder del infierno no la derrotará’. Mientras tanto, la Esposa de Cristo continúa su peregrinación en medio de alegrías y aflicciones, en medio de éxitos y dificultades, externas e internas. Ciertamente, las dificultades internas siguen siendo siempre las más dolorosas y las más destructivas. Un gran motivo de alegría es el gran número de personas consagradas, de obispos y sacerdotes, que viven diariamente su vocación en fidelidad, silencio, santidad y abnegación. Son personas que iluminan la oscuridad de la humanidad con su testimonio de fe, amor y caridad. Personas que trabajan pacientemente por amor a Cristo y a su Evangelio, en favor de los pobres, los oprimidos y los últimos, sin tratar de aparecer en las primeras páginas de los periódicos o de ocupar los primeros puestos. Personas que, abandonando todo y ofreciendo sus vidas, llevan la luz de la fe allí donde Cristo está abandonado, sediento, hambriento, encarcelado y desnudo. Y pienso especialmente en los numerosos párrocos que diariamente ofrecen un buen ejemplo al pueblo de Dios, sacerdotes cercanos a las familias, que conocen los nombres de todos y viven su vocación con sencillez, fe, celo, santidad y caridad. Personas olvidadas por los medios de comunicación, pero sin los cuales reinaría la oscuridad” (21-XII-2018). Al recibir a feligreses de la diócesis del Padre Pío, dijo: “La Iglesia es santa, es la esposa de Cristo, pero nosotros, los hijos de la Iglesia, somos todos pecadores, ¡y algunos grandes!, pero él amaba a la Iglesia tal como es, no la destruyó con la lengua, ya que está de moda hacerlo ahora. El que ama a la Iglesia sabe cómo perdonar, porque sabe que él mismo es un pecador y necesita el perdón de Dios. Sabe cómo arreglar las cosas, pero siempre con perdón. No podemos vivir una vida entera acusando, acusando, acusando a la Iglesia. Debemos señalar los defectos, pero en el momento en que se denuncian, se ama a la Iglesia. Sin amor, eso es del diablo” (20-II-2019).

ACTUAR

En la Iglesia de Cristo hay santidad y pecado. Tú también eres Iglesia. De ti y de mí depende que haya más una cosa u otra. Convirtámonos diariamente, aprovechando esta Cuaresma, para que abunden más la gracia, la oración, el servicio, la rectitud en las costumbres, el amor a los que sufren. Te puede interesar: Sólo el amor nos hace más humanos Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe

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Preocupación, dolor y vergüenza, es lo que sentimos al conocer nuevas fallas en nuestra Iglesia. Durante algunos años, decíamos que todo era una trama de los medios informativos contra su autoridad moral. Sin embargo, son inocultables los pecados y los abusos que se han cometido al interior de la misma institución. Ante esta realidad, es digna de elogio la actitud madura y serena de gran parte del pueblo católico, que asume esta realidad y se mantiene fiel. Reconoce que no es toda la Iglesia la que falla, sino sólo algunos casos.

Las quejas más comunes de los feligreses son por los malos tratos que reciben de sus párrocos. En mis casi 28 años de obispo, sólo una vez recibí la denuncia de que un sacerdote estaba predicando cosas contrarias a la fe. Lo llamé para aclarar las cosas, y eran sólo imprudencias en su forma de explicar el origen de la humanidad según la Biblia. Pero quejas por el exceso de requisitos para recibir los sacramentos, por las faltas de atención, por lenguajes léperos, por excesos en bebidas, por los altos estipendios que imponen, por su irresponsabilidad o su autoritarismo, eso es más frecuente, y no de estos tiempos. Lamentablemente.

Ahora como obispo emérito, más que antes, recorro varias partes del país acompañando en ejercicios espirituales a los presbíteros, y doy testimonio de su gran disponibilidad para superarse, corregirse, ser más fieles a su vocación, servidores más humildes y entregados a su pueblo. Reflexionan y analizan lo que dicen la Palabra de Dios y el Magisterio eclesial, para enmendar aquello que no refleje el estilo de Jesús en su trato con el Padre celestial y con el pueblo. La gran mayoría de los creyentes aprecian a sus sacerdotes y acuden confiadamente a ellos, porque los perciben buenas personas, entregados a su ministerio, sencillos y pobres, responsables y fieles servidores.

PENSAR

El Papa Francisco, en su tradicional encuentro de fin de año con la Curia romana, resaltó ambos aspectos de la Iglesia: es santa y pecadora. Dijo: “Si Cristo, santo, inocente, inmaculado, no conoció el pecado, sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa e inmaculada y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación.

La Biblia y la historia de la Iglesia nos enseñan que muchas veces, incluso los elegidos, andando en el camino, empiezan a pensar, a creerse y a comportarse como dueños de la salvación, y no como beneficiarios; como controladores de los misterios de Dios, y no como humildes distribuidores; como aduaneros de Dios, y no como servidores del rebaño que se las ha confiado.

Este año, en el mundo turbulento, la barca de la Iglesia ha vivido y vive momentos de dificultad, y ha sido embestida por tormentas y huracanes. Muchos se han dirigido al Maestro, que aparentemente duerme, para preguntarle: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’ Otros, aturdidos por las noticias, comenzaron a perder la confianza en ella y a abandonarla. Otros, por miedo, por intereses, por un fin ulterior, han tratado de golpear su cuerpo aumentando sus heridas. Otros, no ocultan su deleite al verla zarandeada. Muchos otros, sin embargo, siguen aferrándose a ella con la certeza de que ‘el poder del infierno no la derrotará’. Mientras tanto, la Esposa de Cristo continúa su peregrinación en medio de alegrías y aflicciones, en medio de éxitos y dificultades, externas e internas. Ciertamente, las dificultades internas siguen siendo siempre las más dolorosas y las más destructivas.

Un gran motivo de alegría es el gran número de personas consagradas, de obispos y sacerdotes, que viven diariamente su vocación en fidelidad, silencio, santidad y abnegación. Son personas que iluminan la oscuridad de la humanidad con su testimonio de fe, amor y caridad. Personas que trabajan pacientemente por amor a Cristo y a su Evangelio, en favor de los pobres, los oprimidos y los últimos, sin tratar de aparecer en las primeras páginas de los periódicos o de ocupar los primeros puestos. Personas que, abandonando todo y ofreciendo sus vidas, llevan la luz de la fe allí donde Cristo está abandonado, sediento, hambriento, encarcelado y desnudo. Y pienso especialmente en los numerosos párrocos que diariamente ofrecen un buen ejemplo al pueblo de Dios, sacerdotes cercanos a las familias, que conocen los nombres de todos y viven su vocación con sencillez, fe, celo, santidad y caridad. Personas olvidadas por los medios de comunicación, pero sin los cuales reinaría la oscuridad” (21-XII-2018).

Al recibir a feligreses de la diócesis del Padre Pío, dijo: “La Iglesia es santa, es la esposa de Cristo, pero nosotros, los hijos de la Iglesia, somos todos pecadores, ¡y algunos grandes!, pero él amaba a la Iglesia tal como es, no la destruyó con la lengua, ya que está de moda hacerlo ahora. El que ama a la Iglesia sabe cómo perdonar, porque sabe que él mismo es un pecador y necesita el perdón de Dios. Sabe cómo arreglar las cosas, pero siempre con perdón. No podemos vivir una vida entera acusando, acusando, acusando a la Iglesia. Debemos señalar los defectos, pero en el momento en que se denuncian, se ama a la Iglesia. Sin amor, eso es del diablo” (20-II-2019).

ACTUAR

En la Iglesia de Cristo hay santidad y pecado. Tú también eres Iglesia. De ti y de mí depende que haya más una cosa u otra. Convirtámonos diariamente, aprovechando esta Cuaresma, para que abunden más la gracia, la oración, el servicio, la rectitud en las costumbres, el amor a los que sufren.

Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe