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COLUMNA

Columna invitada

Ecologismo, o fe cósmica

Revisemos nuestros hábitos en el uso de agua, electricidad, gas, plásticos, basura, etc. Algo o mucho podemos hacer para cuidar nuestra casa común.

10 diciembre, 2019

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Los enemigos del Papa le acusan de que ha desviado su misión petrina de confirmarnos en la fe, y que se dedica a puras cuestiones sociales y ecológicas, como si esto no tuviera que ver con la fe católica. Nada de eso es verdad. Algunos no han leído ni comprendido la Laudato si, ni otros documentos de su magisterio. Son personas que se resisten a cambiar su burgués estilo de vida y no superan un catolicismo con matices propios de otros tiempos, que se reducía a prácticas piadosas sin incidencia en la vida integral. Ciertamente el reciente Sínodo para la Amazonía insiste mucho en lo que llama “conversión ecológica”, dando la impresión de que a los sinodales les importara más la ecología que el encuentro con Cristo. No es así. Se remarcan la problemática ecológica y propuestas para enfrentarla, pero siempre es a partir de la fe en un Dios creador y redentor, que, como dice San Pablo (Rom 8,19-23), debe llegar a la redención de la creación, que es lo mismo que la “casa común”, y expresarse en la liberación del pecado a la que la hemos sometido. Hay dos peligros: Que algunos clérigos y religiosas aborden esta pastoral de la madre y hermana tierra como si fueran sólo unos ecologistas, sin ahondar en las profundas motivaciones bíblicas que tenemos para ello. Y que muchos otros no se interesen en lo más mínimo por esta pastoral, como si no les implicara, como si fuera cosa sólo para algunas regiones selváticas y agrícolas; incluso no han leído ni asumido la Laudato si. Su pastoral es de otros tiempos; son agentes de pastoral veterotestamentarios. Otros dirán que esto es asunto de los políticos y de las empresas multinacionales. Es cierto, pero también nosotros podemos aportar nuestra colaboración. Por ejemplo, en mi anterior diócesis, en las reuniones masivas de agentes de pastoral, diáconos, catequistas, etc., cada quien lleva su plato, su cuchara y su vaso o taza. Nada de plásticos o desechables. Cada uno lava sus trastes en grandes recipientes de agua que se ponen para todos. Sí se puede… En mi parroquia natal, el párroco ha propuesto lo mismo a la comunidad.

Pensar

En su carta encíclica Laudato si, el Papa nos ayuda a profundizar las motivaciones de fe para abordar esta pastoral sin complejos ni oportunismos. Dice: “Quiero mostrar cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe” (64). “La crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (217). “Diversas convicciones de nuestra fe ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que «ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís” (221). “Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica” (231).

Actuar

¿Qué podemos hacer tú y yo? No seamos indiferentes a esta problemática. Revisemos nuestros hábitos en el uso de agua, electricidad, gas, plásticos, basura, etc. Algo o mucho podemos hacer para cuidar nuestra casa común.

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Los enemigos del Papa le acusan de que ha desviado su misión petrina de confirmarnos en la fe, y que se dedica a puras cuestiones sociales y ecológicas, como si esto no tuviera que ver con la fe católica. Nada de eso es verdad. Algunos no han leído ni comprendido la Laudato si, ni otros documentos de su magisterio. Son personas que se resisten a cambiar su burgués estilo de vida y no superan un catolicismo con matices propios de otros tiempos, que se reducía a prácticas piadosas sin incidencia en la vida integral.

Ciertamente el reciente Sínodo para la Amazonía insiste mucho en lo que llama “conversión ecológica”, dando la impresión de que a los sinodales les importara más la ecología que el encuentro con Cristo. No es así. Se remarcan la problemática ecológica y propuestas para enfrentarla, pero siempre es a partir de la fe en un Dios creador y redentor, que, como dice San Pablo (Rom 8,19-23), debe llegar a la redención de la creación, que es lo mismo que la “casa común”, y expresarse en la liberación del pecado a la que la hemos sometido.

Hay dos peligros: Que algunos clérigos y religiosas aborden esta pastoral de la madre y hermana tierra como si fueran sólo unos ecologistas, sin ahondar en las profundas motivaciones bíblicas que tenemos para ello. Y que muchos otros no se interesen en lo más mínimo por esta pastoral, como si no les implicara, como si fuera cosa sólo para algunas regiones selváticas y agrícolas; incluso no han leído ni asumido la Laudato si. Su pastoral es de otros tiempos; son agentes de pastoral veterotestamentarios.

Otros dirán que esto es asunto de los políticos y de las empresas multinacionales. Es cierto, pero también nosotros podemos aportar nuestra colaboración. Por ejemplo, en mi anterior diócesis, en las reuniones masivas de agentes de pastoral, diáconos, catequistas, etc., cada quien lleva su plato, su cuchara y su vaso o taza. Nada de plásticos o desechables. Cada uno lava sus trastes en grandes recipientes de agua que se ponen para todos. Sí se puede… En mi parroquia natal, el párroco ha propuesto lo mismo a la comunidad.

Pensar

En su carta encíclica Laudato si, el Papa nos ayuda a profundizar las motivaciones de fe para abordar esta pastoral sin complejos ni oportunismos. Dice: “Quiero mostrar cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe” (64).



“La crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (217).

“Diversas convicciones de nuestra fe ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que «ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís” (221).

“Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica” (231).

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¿Qué podemos hacer tú y yo? No seamos indiferentes a esta problemática. Revisemos nuestros hábitos en el uso de agua, electricidad, gas, plásticos, basura, etc. Algo o mucho podemos hacer para cuidar nuestra casa común.




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