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COLUMNA

Cielo y tierra

¿Hace cuánto que no te confiesas?

La Iglesia pide que te confieses cuando menos una vez al año para asegurarse de que aunque sea cada doce meses aligeres tus cargas.

26 marzo, 2018

Cuando le haces esta pregunta a alguien, con lamentable frecuencia te responden: ‘uuuuuyyyy, ni me acuerdo’, o ‘supongo que antes de hacer mi Primera Comunión‘, o peor aún: ‘nunca’.  Muchos creyentes sienten que la Confesión -es decir, el Sacramento de la Reconciliación- ‘no es para ellos’, y suelen explicar por qué citando alguna de estas cuatro objeciones que vale la pena revisar y responder:

1) No tengo pecados.- Cuando alguien afirma esto -y no es la Virgen María- cabría preguntarle qué entiende por ‘pecado’; quizá cree que pecar es hacer algo gordo como matar a alguien o robar un banco, pero no sólo es así. Pecar es decirle ‘no’ a Dios, a lo único que te pide que es amar.

Jesús nos dejó sólo un mandamiento: ‘que os améis unos a otros como Yo os amo’ (Jn 15, 12) y advirtió también que el pecado no sólo abarca las obras, sino las intenciones del corazón (ver Mt 5, 21-28), así que, cada vez que piensas pestes de alguien, deseas su mal, envidias, juzgas, albergas rencor, estás pecando.

También se peca de palabra: por ejemplo cuando mientes, criticas, difamas a otros; de obra: cuando haces algo por rencor, ira, egoísmo o para dañar;  y de omisión: cuando no haces un bien que podrías haber hecho. ¿Te das cuenta? ¡Es facilísimo pecar!, ¿quién no ha dicho una mentira?, ¿quién no ha sentido rencor? Dice San Juan: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos” (1Jn 1,8).

2) ¿Por qué tengo que ir a decirle mis pecados a uno que quizá es más pecador que yo?.– Por dos razones:

a) Porque a quien le dices tus pecados es a Dios. El sacerdote es sólo un mediador para que tú puedas recibir el perdón de Dios, y la efectividad de este Sacramento no depende de la santidad del sacerdote.

b) Porque fue Jesucristo el que instituyó el Sacramento de la Reconciliación, cuando les dio a Sus apóstoles el poder de perdonar pecados en Su nombre (ver Jn 20,22-23; Mt 16,19 y 2Cor 5,18) y para que pudieran perdonarlos ¡tenían que oírlos! y obviamente delegar este poder a sus sucesores a través de los siglos. Jesús instituyó este Sacramento para tu bien.

3) Tuve una mala experiencia y ya no quiero volverme a confesar.- ¿Nunca has tenido un incidente desagradable durante la comida? Y no por eso has dejado de comer… Es cierto que no todos los sacerdotes tienen el carisma de ser buenos confesores, pero afortunadamente son muchos los que tienen la paciencia, sabiduría y tacto que se requieren. No dejes que una mala experiencia te prive de disfrutar un Sacramento en verdad consolador. Pídele a algunos católicos que conozcas que te recomienden a un sacerdote que sepan que es buen confesor, ve con él y verás la diferencia. Date una oportunidad.

4) No necesito confesarme; le pido perdón a Dios en mi interior y basta.-El Sacramento de la Reconciliación te da muchas cosas que no puedes obtener por ti mismo:

a) Decir lo que hiciste.- No es lo mismo pensar que hiciste mal y olvidarlo, que decírselo a alguien. Eso te hace reconocerlo, asumirlo y buscar cambiar (Como cuando en las juntas de Alcohólicos Anónimos alguien se levanta y dice su nombre y reconoce que es alcohólico: comienza su sanación).

b) Desahogarte.– Hay cosas que has hecho que no puedes contarle a nadie. Es un alivio poderlas decir al sacerdote y saber que él no las dirá a nadie, bajo pena de excomunión.

c) Recibir consejo.– Por su gracia sacerdotal, experiencia y todo lo que ha oído, un buen confesor te ilumina, te da ideas para superar tu pecado que a ti no se te hubieran ocurrido.

d) Recibir el perdón de Dios.– ¡Es maravilloso que Dios condescienda a permitir que un hombre perdone lo que le hacemos a Él! Escuchar las palabras de la absolución y recibir la bendición es sentir de manera palpable que el Señor nos perdona.

e) Recibir una gracia especial para superar tu pecado.– El Señor derrama sobre ti toda Su gracia y Su ternura y te da una fuerza especial para que no caigas de nuevo en aquello que te hizo caer. Es algo extraordinario que te pierdes si no te confiesas.

Cuando leemos la parábola del ‘hijo pródigo’ que Jesús nos cuenta como ejemplo del amor de Dios Padre (ver Lc 15,11ss), nos conmueve lo que sucede al joven que luego de haberse alejado y caído en lo peor vuelve a casa: es recibido por su papá que ¡lo abraza y lo besa! Siempre he pensado que afuera de los confesionarios debería haber alguien abrazando a los que salen de confesarse, para hacerlos sentir ese gozoso gesto de bienvenida del Padre celestial que está haciendo ¡fiesta! por su conversión.

La Iglesia pide que te confieses cuando menos una vez al año para asegurarse de que aunque sea cada doce meses aligeres tus cargas y te dejes apapachar por Dios, Padre amoroso que viene a tu encuentro con los brazos abiertos.  ¿Lo dejarás abrazarte o lo dejarás esperando? Tú decides…