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COLUMNA

Cielo y tierra

4 virtudes para cultivar este Adviento: la alegría (tercera de 4 partes)

La alegría que Dios quiere de nosotros tiene su razón de ser en Jesús, y por eso no va a terminar y nada ni nadie nos la puede arrebatar.

12 diciembre, 2020
4 virtudes para cultivar este Adviento: la alegría (tercera de 4 partes)
El tiempo de Adviento es motivo de alegría, pues viene el Salvador. Foto: Cathopic
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Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años. 

Hablar de alegría en este Adviento durante la pandemia puede sonar como una cruel broma.
Mucha gente puede preguntar: ‘¿cómo quieren que me alegre si se me murió quien más quería?’, ‘¿cómo alegrarme si me dejó un gran vacío?’, ‘no me alegra la perspectiva de celebrar Navidad, ese día sentiré más dolorosa su ausencia’

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Otros plantean: ‘¿cómo alegrarme si llevo meses sin ingresos, buscando medios para sobrevivir sin encontrarlos y ya me estoy desesperando?’

Algunos piensan: ‘¿de qué me voy a alegrar si me la he pasado en confinamiento, en soledad, sin que me visiten mis hijos y mis nietos, y así pasaré también la Navidad?’

También hay quienes lamentan que no habrá posadas, brindis en el trabajo, pachangas con los cuates, reuniones con amigos y familiares.

Y no pocos dicen: ‘no me puedo alegrar, vivo con miedo; miedo de contagiarme, miedo de que se contagien mis seres queridos, miedo de que se mueran los que ya están contagiados. Lo último que pienso antes de dormirme es: ¿me iré a enfermar?, y lo primero en la mañana es tocarme la frente a ver si amanecí con fiebre. Ya que pase todo esto y me pueda calmar, entonces tal vez me podré alegrar.’

¡Aparentemente hay tantas razones para no alegrarnos!, y sin embargo en este Tercer Domingo de Adviento, llamado también ‘Domingo Gaudete’ o ‘Domingo de la Alegría’, en la Segunda Lectura que se proclama en Misa nos pide san Pablo:

“Hermanos: Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.” (1Tes 5, 16-18).

¿Por qué nos pide vivir siempre alegres?, ¿que no sabe lo que estamos pasando?

Sí lo sabe, de hecho él pasó cosas peore. Su consejo no es fruto de la ignorancia o de la insensibilidad, sino de la sabiduría que da la experiencia. En una de sus cartas, en las que menciona dificultades que había vivió, concluyó: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece” (Flp 4, 13).

Ahí está la clave. La alegría que se nos pide no es esa alegría frívola, hueca, efímera, ese jo jo jo del baboso de santa Clos, que ojalá se quede confinado para siempre.

La alegría que Dios quiere de nosotros, no se debe al aguinaldo, a cenar pavo o a recibir regalos. Es una alegría como ninguna: grande, profunda, que nos inunda y nos llena de serenidad. Tiene su razón de ser en Jesús, y por eso no va a terminar y nada ni nadie nos la puede arrebatar.

Tenemos entonces que quienes lloran la muerte de seres queridos, sí pueden alegrarse en Navidad, porque gracias a que Jesús vino a salvarnos de la muerte, ésta no es un final, sino un umbral, y tienen la esperanza de volver a abrazarlos un día, en el Cielo, y mientras tanto pueden ayudarles a llegar allí, orando por ellos.

Quienes se angustian por su precaria situación económica, pueden alegrarse en Navidad porque gracias a que Jesús vino a este mundo, tienen la seguridad de que los comprende, sabe lo que es ser pobre, pasar necesidad, y Su compasivo corazón de Buen Pastor no los abandonará.

Quienes se sienten aislados y tristes, pueden alegrarse en Navidad, porque gracias a que Jesús vino a este mundo, nunca están solos, Él está siempre con ellos, y también María y san José, y así, en compañía de la Sagrada Familia toda soledad se mitiga y olvida.

Quienes extrañan que no habrá ‘pachangas’, podrán aprovechar el silencio y la paz para reflexionar en lo que significa que Jesús haya nacido; tendrán la oportunidad de descubrir las verdaderas razones para alegrarse en Navidad.

Y quienes viven aterrados, temerosos de padecer, pueden alegrarse en Navidad porque gracias a que Jesús nació, tenemos un Salvador, que nos invita a unir nuestro sufrimiento al Suyo, a hallarle sentido redentor, poder aceptarlo con paz y ofrecérselo, por Él, nosotros y por otros, con amor.

Como se ve, no es cruel ni descabellado el llamado que recibimos este domingo para alegrarnos, todo lo contrario: llega oportuno a rescatarnos del desánimo y la tristeza, y a invitarnos a disponer el alma para celebrar, de verdad, la Navidad.

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Autor

Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.